Domingo, 4 de mayo de 2014 | Hoy
Julio Ortega, quien participará de las jornadas Rayuela y El Cielo. Para pensar a Julio Cortázar, analiza el rol de la lectura, lo femenino y las innovaciones en una obra que se reactualiza y alimenta con nuevas generaciones de lectores.
Por Julio Ortega
Rayuela es un tratado de la lectura. Respondiendo cuestionarios sobre los 40 años de leerla, me he encontrado con los varios lectores que he sido desde aquel día limeño del ’63 en que mi amigo Raúl Vargas me habló con tal entusiasmo de la novela que estaba leyendo, que de inmediato la leí para siempre. No en vano este párrafo repite que leemos. Al fondo de cualquier página de Rayuela alguien más lee. Y en esa galería de leyentes nos sabemos leídos.
Rimbaud quiso cambiar la vida, Marx el mundo, Joyce el texto. Julio Cortázar buscó cambiar el papel del lector. Ese linaje de lo moderno empieza cuando Cervantes quiso cambiar de país: dejar La Mancha y construir La Novela, la comunidad de la ironía. Cortázar imaginó a un lector que ingresaba a la Ciudad de la lectura, cuya gracia irónica es la inteligencia mutua. Dedujo un lector “macho”, operativo, que leía Rayuela a saltos; y otro “hembra”, que leía de corrido. No pudo prever que la novela desencadenaba nuevas formas de lectura, gracias a su misma abolición de los dualismos. Hablé alguna vez con él sobre las distintas lecturas que habitan Rayuela, todas con derecho de piso, y entendí que vivía su papel de autor como otro lector. Era una novela que se seguía rehaciendo en un tiempo siempre futuro, porque cristalizaba la poética latente de su época: su sed de temporalidad. Rayuela, así, no envejece. Abrimos el libro y reconocemos el esplendor del presente. Rayuela es un animal vivo.
Octavio Paz me dijo que todo empezó el día en que Julio llevó al círculo de amigos a La Maga, anunciada a la medida de la Nadja de Breton. Pero la imagen resultó ajena al modelo. Y cuando se publicó la novela, ella, extraordinariamente, no se percató. No faltó quien se lo dijera: La Maga eres tú. Francisco Porrúa, el primer lector de la novela y su magnífico editor, me contó que su reacción fue poco novelesca: decidió ella traducirla al alemán, para espanto de Julio. La formidable colección de las cartas de Cortázar incluye las del proceso de su edición en manos de Porrúa. En una carta, Cortázar le dice que el capítulo sobre el piantado Ceferino, que es un arbitrista con planes no menos absurdos y cómicos, podría pasar por ficción, y habría que añadir una nota advirtiendo que se trata de un personaje real. Demostrando que ya era cabal lector de Rayuela, Porrúa responde: si pones esa nota el lector creerá que el personaje es ficticio. Gregory Rabassa, su gran traductor al inglés, me contó que revisando las galeradas encontró que el linotipista había copiado que el sol parecía un huevo frito, en vez de un huevo amarillo. Julio se entusiasmó: dejémoslo así, es mucho mejor. Rayuela en inglés es otro libro, gracias a ese lector distraído.
Con Aurora Bernárdez, quien es la maga verdadera de la vida y obra de Julio Cortázar, he cotejado lecturas de todo orden, que ella sobrelleva con agudeza y humor. Siempre hay alguien que lee en una novela una película, en un cuento una pieza musical, o se declara novia suya. La novela, en verdad, se debe a su admiración por la subjetividad femenina, más libre y más plena que las virtudes elocuentes de la agonía masculina. La novela nos revela que la mujer es irrepresentable: lo que se diga de ella es siempre poco. La Maga, más que verosímil, es la Musa de la lectura insondable.
Ya no me extrañó que de vuelta en París me extraviara sin alarma y de pronto entendiera que caminaba el París de Rayuela. Confieso que es mucho mejor.
Las jornadas Rayuela y Cielo. Para pensar a Julio Cortázar, organizadas por la Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes, tendrán como expositor central a Julio Ortega, profesor en Brown University, quien junto a Raúl Yurkievich estuvo a cargo de la edición crítica de Rayuela en la colección Archivos. Las jornadas serán el 7 y 8 de mayo en el auditorio de Av. Figueroa Alcorta 2280.
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