Domingo, 18 de mayo de 2014 | Hoy
Después de Argenleaks, aparecido en 2012, Santiago O’Donnell vuelve a la carga con lo que quedaba en el tintero –de la A a la Z– de la política argentina infiltrada por los Estados Unidos y facilitada por Julian Assange. PolitiLeaks habla de los Kirchner, Sergio Massa, Martín Redrado, entre otros, y advierte, como Assange a O’Donnell: la vigilancia no para. Hay que estar atentos.
Por Angel Berlanga
Guantánamo es una aberración, pero ahí sigue. Los drones liquidan a domicilio, en el punto del planeta que se determine y sin ningún tipo de aval judicial, aunque por razones de fuerza mayor. Obama y Hillary miran en vivo desde la Casa Blanca el suspenso de la ejecución de Osama bin Laden. Las embajadas norteamericanas monitorean y reportan sobre cada persona o situación sensible en función de sus intereses estratégicos/económicos. Las comunicaciones en otros países a través de Internet o de los teléfonos son espiadas, procesadas y analizadas masivamente por agencias de inteligencia estadounidenses, y esto incluye a presidentas como Angela Merkel o Dilma Rousseff. Un paquete de vigilancia y ejecución. Sabemos de esto por algunas cosas que el gobierno de los Estados Unidos muestra y por otras que se descubren, se filtran, esto es, las faenas de Julian Assange con Wikileaks y de Edward Snowden con sus revelaciones sobre los programas de espionaje de los servicios de inteligencia de EE.UU. y de Gran Bretaña. Ambas vertientes, sin embargo, confluyen en poner en evidencia la fuerza de brazo y el alcance de ojos y oídos de la mayor potencia militar del mundo.
Y cuando los descubren, ¿qué pasa? Disculpe. No imaginamos que podía trascender. Eran correos privados, ¿sabe? Y este turro de Assange... Lo que vino a poner sobre la mesa Snowden es que los Estados Unidos hacen lo mismo pero a mansalva, aunque sin difundirlo. Curiosidad. El periodista Santiago O’Donnell, editor de la sección El mundo de este diario, arranca su nuevo libro con una extensa y extraordinaria entrevista con Assange publicada en Páginal12 entre el 23 y el 30 de septiembre de 2012: era la primera que daba a un medio gráfico tras haberse refugiado en la Embajada de Ecuador en Londres, el 19 de junio de ese año. Allí le pregunta por su pasado y su talante trasgresor, por los objetivos de Wikileaks, por su visión de los monopolios mediáticos y de las redes sociales (“Facebook es abominable”), por su encierro (el gobierno de Suecia lo acusa de violación), por Latinoamérica. Y por Barack Obama: Assange pasa de opinar de él “como persona” y se centra en el efecto político que produce, al que califica como “muy corrosivo y peligroso”. “Obama ha presidido el ataque en contra de Wikileaks y ha desechado cualquier investigación acerca de las torturas que aplica la CIA, los programas de secuestros y vuelos secretos de la CIA y los programas de vigilancia masiva de la población”, dice. Y también: “Con Obama, el complejo militar industrial ha despegado como nunca antes: listas secretas de asesinatos, veinticinco bases para drones, el jefe de la CIA convirtiéndose en jefe de las fuerzas armadas... Hay algo que no se menciona mucho en los medios tradicionales, incluyendo los de América latina, y es que en los Estados Unidos se está centralizando el poder bajo una sola pirámide de patronazgo definida como el complejo militar industrial”.
PolitiLeaks. Todo lo que la política argentina quiso esconder. Sus secretos en WikiLeaks de la A a la Z es el segundo libro que O’Donnell elabora en base a los 2500 cables diplomáticos estadounidenses originados en la Argentina entre 2005 y 2010, que Assange le había entregado, pendrive en mano, en 2011. Al año siguiente apareció ArgenLeaks, un libro bastante exitoso que, entre otras cosas, sorprendió por el sesgo de la relación de notorios periodistas (Jorge Lanata, Morales Solá, varios de Clarín) con la embajada. “Lo que hay en este libro es todo lo que no quise o no supe ver hace dos años y medio”, anota O’Donnell en el prólogo. “Ni mejor ni peor que lo que escribí hace dos años y medio –sigue–. Diferente. Eran otros tiempos. Acá, en el mundo y en la relación bilateral con los Estados Unidos.” En términos de tono, ArgenLeaks acaso fuera más “impactante” que éste, que se quiere más “analítico”. “A medida que cambiaba el contexto, los cables cambiaban ante mis ojos”, asevera O’Donnell, y ejemplifica con varios personajes que aparecen en su índice alfabético: Bergoglio antes y después de ser papa, el signo de narcotraficante que pesa sobre Cartes antes o después de ser elegido presidente de Paraguay o “un comentario sobre Lázaro Báez en un cable que descalifica los controles de corrupción” tras conocer las declaraciones de Elaskar y Fariña “en el programa de Lanata”. “Ni es lo mismo un Martín Redrado, el operador secreto de la embajada dentro del gobierno kirchnerista, cuando apenas era un funcionario renunciado, que ahora que es el principal referente económico de Sergio Massa, uno de los favoritos para ocupar la presidencia en 2015.”
Cómo nos ven o, más específicamente, cómo ven a algunos funcionarios, artistas, empresarios y dirigentes centrales del país, y también a algunos de Latinoamérica (Lula, Lugo). Los encuentros unas veces ocurren en la embajada y otras en las reparticiones que los diplomáticos visitan; en algunas situaciones levantan información de los medios para redactar sus cables, en otras narran de encuentros mano a mano, con voces y observaciones, y en general siempre redondean alguna conclusión. El recorte sobre Néstor y Cristina Kirchner es muy crítico: que los acusan de corrupción (y que “los argentinos se encogen de hombros”), que tienen una visión del mundo parroquial, que no aceptan asesoramiento externo (algunos cables se nutren de las opiniones de Rosendo Fraga, Michelle Bachelet o José María Aznar). El recorte sobre Massa se centra en que, en una reunión con la ex embajadora Vilma Socorro, calificó a Néstor Kirchner como “monstruo”, “psicópata”, “perverso” y “cobarde”; el principal opositor hoy al Gobierno siempre desmintió haber dicho eso, o no se animó a confirmarlo, porque no suena demasiado convincente (se sugiere revisar su adjetivación, pues). Mauricio Macri reclama una y otra vez que los norteamericanos sean enérgicos en las críticas al Gobierno (y no lo consigue: éste quiere que Washington le haga el trabajo de opositor, piensan). A Hermes Binner lo tantean y vislumbran que no muestra “la ambición y el empuje que uno esperaría en un posible candidato presidencial”. Gabriela Michetti es “encantadora y reflexiva”; Daniel Scioli oscilaría entre romper y seguir con el Gobierno; Elisa Carrió ya pronosticaba en 2006 que el kirchnerismo “caería en cualquier momento”.
“Juramentos, traiciones, simulacros, desencuentros, presiones, secretos, servilismo, doble discurso”, adelanta en el prólogo O’Donnell, y destaca el sesgo novelesco o de sketch tragicómico del material (y su prosa contribuye). Felipe Solá dándole consejos a Obama, que recién asumía. Hay un par de entradas dedicadas a Chelsea Manning, el soldado norteamericano que sustrajo los cables, y a Snowden: O’Donnell sostiene que para ser “creíble”, para “seguir siendo relevante”, Assange y Wikileaks deben “encontrar el equilibrio” y “conseguir datos que pongan en evidencia las violaciones flagrantes a la libertad de expresión” de los países que hoy resultan sus “aliados tácticos”, “megafiltraciones que comprometan no sólo a Estados Unidos sino a China, Rusia, Cuba o Irán”. Al despedirse en Londres, Assange le dijo algo que O’Donnell registró como una advertencia, una frase que usó para cerrar su entrevista: “La vigilancia es constante, se hace las veinticuatro horas. No dejes de registrarlo”.
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