Domingo, 20 de julio de 2014 | Hoy
Bajo la divisa resignificada de DAF (Deficiente Aptitud Física), que excluía a los civiles del servicio militar, la periodista y escritora Beatriz Vignoli traza el mapa de una generación educada bajo la dictadura y la represión, que llevará esas marcas antiheroicas y de resistencia de por vida. Una novela que nació como folletín en Rosario y que traza el derrotero de una banda de sonido llena de rock y escepticismo.
Por Sebastián Basualdo
“Pregúntese en la hora más serena de su noche: ¿debo escribir? Si puede afrontar tan seria pregunta con un fuerte y sencillo ‘debo’, construya entonces su vida según esta necesidad”, recomendó Rilke. Y eso es exactamente lo que ha venido haciendo la escritora rosarina Beatriz Vignoli: entablar una lucha secreta con la vida y la literatura en perfecta consonancia con un proyecto que hasta la fecha abarca más de quince libros entre poesía, cuentos, crónicas y novelas. DAF tiene una historia tan apasionante como paradójica: surgió por capítulos en las contratapas de Rosario/12 durante siete años, hasta finales de los años noventa, y rápidamente generó un grupo de seguidores fanáticos que la representaron en bares y leyeron en público, mientras circulaba casi secretamente en fanzines y soportes digitales. “A los veintiséis años tomé la decisión de escribir a tiempo completo”, afirma Vignoli durante la entrevista. “En los años previos seguí otros rumbos y me ganaba la vida pintando ropa y carteles. Eso lo hice durante siete años, hasta que en un determinado momento tuve una crisis total y tiré todos los esténciles a la basura y dije basta, no pinto más, me dedico a escribir. Había encontrado la posibilidad de publicar contratapas en Rosario/12. Desde un principio tuve muy en claro que lo que yo quería hacer era una novela centrada en la memoria generacional.”
Instalada como una especie de mito en el ambiente literario rosarino, DAF se publica por primera vez en forma de libro en Bajo la luna, que tiene como propósito publicar durante el 2014 gran parte de su obra narrativa. “Lamentablemente pertenezco a La Generación Inútil, la que pasó sin solución de continuidad del Nesquik al whisky, del ‘todavía sos chico’ al ‘ya sos viejo’. Me emociono con la música que bailaban mis tíos y mi memoria está hecha de recuerdos prestados”, dice el narrador de esta novela ambientada entre 1981 y 1999, en un tiempo detenido en la ciudad de Atopia. Allí, como en sus calles, se cruzan el humor, la ironía y el cinismo con una escritura pictórica y a la sombra de una mirada crítica que se enfrenta a los discursos dominantes de la época. El resultado: una entereza moral en la sensación de derrota.
¿Cómo surge la idea de hablar de una Generación Inútil?
–Por aquellos años noventa salió una nota de tapa en la revista Time que preguntaba: ¿esta generación va a florecer tarde o ya se perdió? Y se proponía el interrogante sobre si esa generación, aquellos que teníamos por entonces veinticinco años, íbamos a ser la próxima generación perdida. Ese discurso tiene que ver con las generaciones anteriores que produjeron una contracultura, como la hippie en los sesenta o el punk en los setenta. Nosotros no éramos nada, simplemente vivíamos, no estábamos emitiendo ninguna declaración con respecto a nosotros mismos ni de nadie, ni siquiera un gesto cínico, pero al fin y al cabo cultural, como en el caso de los yuppies. Y eso evidentemente intrigaba a gente de la Time. La idea de una Generación Inútil surge como una respuesta a eso y también por algo, una epifanía, que me ocurrió en un bar que se llamaba Le Fou. En ese bar pasaban videos de música toda la noche y recuerdo haber visto un documental sobre los Sex Pistols (Rock’n’Roll Swindle, de Julien Temple) y escuchar la voz en off de Johnny Rotten diciendo lo que en castellano podría traducirse: “Aterroriza, amenaza, insulta a tu propia generación inútil”. En ese momento yo era una traductora recién recibida, sin trabajo. Y tenía una sensación de inutilidad terrible, de haberme preparado para nada. La pregunta fue: ¿Esto me pasa solamente a mí o también a toda la gente de mi edad? ¿Los demás estarán igual de solos?
Hay una cantidad enorme de referencias a bandas de rock que se escuchaban mucho en esa época, sobre todo Led Zeppelin, Yes, Genesis, Queen, Emerson, Lake and Palmer, al bajista de jazz rock Jaco Pastorius y The Who, entre otros. Y como dicen los propios personajes en DAF: “La música empuja el tiempo hacia el futuro”.
–La música cumple la función de un texto sagrado, guía a los personajes. A partir de la música fue que yo sentí que podía comenzar a escribir DAF. Tenía la soledad, la música y la memoria; con todo esto, ¿qué hacemos?, me pregunté. Me di cuenta de que las letras de las canciones ya generaban una especie de mapa genético de nuestra historia. En el rock empieza a aparecer para mí eso que Walter Benjamin llama el texto sagrado, que es ese texto que teje una red, genera una identidad y te da un lugar en el mundo. Realmente, las letras de las canciones producían sentido. No la tecnología, como sucede ahora. Hay todo un capítulo de DAF que es la letra de “Escalera al Cielo”, reescrita y reversionada, por supuesto, hasta mezclarse con otras cosas. Durante la época del Proceso, las cartas de lectores del Expreso Imaginario eran el único espacio de libre expresión para los jóvenes. En la novela hay un diálogo directo entre los personajes y el Expreso Imaginario: una carta que ellos le escriben a la revista donde se enfrentan con Roberto Pettinato. De hecho la reseña es real, el autor le daba con un caño al show de Queen, burlándose de los efectos especiales, porque los tipos hacían humo con hielo seco, algo que no se había visto nunca acá. En los epígrafes de la revista aparecían comentarios como: ¡uh!, mirá el asadito. Algo por estilo. Mis personajes entienden que se los está tratando a Queen de caretas, y como son fanáticos de la banda salen a defenderlos y se pelean con Pettinato de igual a igual. Todo con mucho sentido del humor, naturalmente.
Los jóvenes de DAF tienen el sueño de llegar lejos con su banda de rock; pero el sueño no se cumple y a los veintiocho años sienten que ya fracasaron. ¿Podría pensarse más bien en una sociedad que no se hace cargo del fracaso?
–En aquel entonces pensábamos que éramos nosotros los que estábamos fracasando, no que había un país que no nos había contenido. Y yo creo que el paradigma de todo esto es Malvinas. Mandaron a los pibes a pelear contra uno de los ejércitos más experimentados del mundo, sin abrigos ni equipo. Hubo una fe ciega en la omnipotencia del joven; por el mero hecho de ser joven ibas a poder lograr todo lo que te propusieras. Los adultos nos soltaron en el mundo y nosotros solos con nuestra pasión y patriotismo íbamos a poder ganarles a los ingleses, triunfar en el arte, en el rock, en todo. El agobio del fracaso lo sentimos nosotros; quizá por eso hubo tantos pibes que se suicidaron después de la guerra.
En medio de tanta soledad que plantea la novela, todavía parece quedar un sentimiento de resistencia.
–Los jóvenes, representados en los tres amigos que son Dadá, El General y Droopy, rechazan de plano todo lo que se les propone en su adolescencia como modelos de identificación: esas figuras indestructibles que caminan bajo las balas sin un rasguño, el ideal de una sociedad militarizada: el discurso del deber ser, representado en las figuras de El Hombre Nuclear, Kung Fu, La Mujer Biónica, Napoleón Solo o Vic Morrow, de Combate. Los jóvenes intuyen que no es ético devenir en una máquina de guerra: se resisten a ser militarizados, por eso el nombre de su banda de rock. Las siglas de Deficiente Aptitud Física hace referencia a los que de un modo u otro se salvan de cumplir con el servicio militar obligatorio. ¿Qué agobia a los jóvenes? No estar siendo lo que los adultos les piden que sean. Y en el caso de mi generación, esos pedidos eran imposibles de cumplir.
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