Dom 23.11.2014
libros

UNA LECTORA MODERNA

Crítica literaria y destacada docente, María Teresa Gramuglio dedicó muchos años y trabajos a investigar los destinos del nacionalismo cultural argentino, hasta llegar a la hipótesis de que en verdad fue el Estado liberal el que más aportaría en sus comienzos a una conciencia de nación. Ahora estos trabajos que abrevaron especialmente en la obra de Lugones y Gálvez y que alguna vez la autora consideró como partes de “un libro imposible”, se publican en Nacionalismo y cosmopolitismo, volumen editado en la ciudad de Rosario. Además, acaba de aparecer María Teresa Gramuglio. La exigencia crítica, con quince ensayos y una entrevista dedicados a repasar la trayectoria de una intelectual que a pesar de su bajo perfil supo transmitir cabalmente la pasión de la literatura argentina.

› Por Enrique Foffani

Ya circula por las librerías de Buenos Aires el libro Nacionalismo y cosmopolitismo en la literatura argentina, de María Teresa Gramuglio, publicado por la Editorial Municipal de Rosario, un libro que ella misma definió en algún momento como “un libro imposible”. Algunos de los capítulos que lo componen ya habían aparecido en revistas como Punto de Vista o Prismas o en ciertos volúmenes dedicados a la historiografía cultural, ya sea ésta literaria, ya sea orientada a cartografiar la figura del intelectual en América latina; incluso, una exposición de la autora en el marco de un coloquio sobre retóricas y políticas del ensayo encuentra ahora, en este libro, el modo de plasmarse definitivamente como capítulo. Pero, también, este libro presenta ensayos inéditos y todos orientados, con el rigor de un método tenaz y en permanente autoobservación, a alcanzar la meta previamente pautada: la de nunca descarrilarse de las vías que señalan el camino trazado, esto es, las relaciones que se entablan en la literatura argentina entre nacionalismo y cosmopolitismo, una pareja conceptual bastante fructífera pero suficientemente compleja como para eximirse de sucesivos reajustes y permanentes replanteos acerca de un objeto de estudio que cambia con las épocas. Es interesante descubrir que el cogollo del libro es la preocupación de María Teresa Gramuglio por el nacionalismo cultural y cómo, a partir de la lectura a contrapelo de la revista Sur –a contrapelo a decir verdad de la lectura instaurada por Contorno–, desmantela ciertos presupuestos que no atañen sólo a cuestiones exclusivamente ideológicas sino también –y éste es un punto capital de su trabajo crítico– a las dificultades metodológicas que se presentan cada vez que intentamos iniciar el abordaje crítico de una literatura cuando ésta se anuda con la idea de lo nacional.

Leopoldo Lugones y Manuel Gálvez son los dos escritores emblemáticos que permiten a Gramuglio pensar ese momento del Centenario como el momento crucial del nacionalismo en la cultura argentina. Crucial en varios sentidos. Señalemos al menos dos. Por un lado, en el de un cruce ineludible entre el Estado liberal y lo que su autora denominó la “imagen de escritor” que, como en el caso de Lugones, se construye como una imagen poderosa, titánica –como Prometeo–, cuyo imaginario recorta una coronación simbólica como apoteosis de la identificación del poeta con el destino de la nación; y, por el otro, en el de un cruce del siglo XIX al XX que deviene un auténtico rito de pasaje, ya que el Centenario, al retomar los programas del liberalismo decimonónico, anuda con él la matriz ideológica del ideario nacionalista que Gramuglio sabe leer, de modo ejemplar, en El diario de Gabriel Quiroga de Manuel Gálvez, un diario ficcional que sin embargo no duda en considerarlo como un ensayo de interpretación de la realidad nacional en la estela de aquel linaje de textos del siglo XIX, de los cuales quizás el Facundo de Sarmiento sea el más paradigmático. Decíamos más arriba “ejemplar”, menos por su incontestable valor de ser un modelo de lectura crítica que por el modo de capturar en ese texto una de las claves de la matriz nacionalista: extraer de los tópicos sobre lo nacional que el Estado liberal discutía a fines de siglo una significación diferente que pudo articular un sentido inédito hasta ese momento. Y una de esas aristas que asomaban en la nueva constelación que desde la ficción de un diario de escritor mostraba Gabriel Quiroga –en muchos aspectos, el alter ego de Gálvez– no era otra que la violencia y el modo como este personaje ficticio la interpretaba en relación con lo que podríamos llamar la emergencia de una conciencia nacionalista. Era la prueba, además, de los vasos comunicantes entre la esfera de lo político y la esfera de lo cultural, ya que una de las funciones del Estado moderno es la de construir ciudadanía, para lo cual necesitaba de los artistas e intelectuales, además de los políticos.

La perspicacia crítica de Gramuglio –“una lectora moderna”, así la define Judith Podlubne, autora del excelente prólogo del libro, rico en datos biográficos que el lector agradecerá– reside en pensar la conexión entre el potente ideario nacionalista y el proyecto liberal de modo que este último pudiera integrarse al primero trasvasándole sus logros de modernización económica y el primero redimensionara en clave nacionalista la cuestión de la formación de ciudadanía y de su movilidad social tan tangibles en la literatura argentina de la primera década del siglo XX.

NACIONAL, UNIVERSAL, EN LA ZONA

Gramuglio misma, en una nota al pie, advierte que esta hipótesis del Estado liberal como agente del primer nacionalismo argentino es de difícil conciliación precisamente a causa de esa “imagen tan internalizada de una elite cosmopolita que terminó subordinándose al capital extranjero”. Sin embargo, la matriz nacionalista del Centenario pudo resignificar estas condiciones del proyecto liberal y pergeñar su propia retórica remontándose, para su efectiva consolidación, a la etapa anterior a la inmigración, para excavar allí y encontrar no sin cierta prodigalidad los fundamentos de la identidad argentina que la modernidad ponía en jaque a cada momento.

Te pregunto por la génesis de este libro. ¿Cómo fue que nació?

–Me gustaría decirte que este libro en sentido estricto no fue concebido como tal. No lo escribí como libro, esta idea es posterior. Es una compilación de ensayos, de origen puntual, que fui escribiendo durante muchos años asociados con otros temas, otras problemáticas. Yo te diría que, como libro, es el producto de una exhortación de la gente de Rosario y del editor Daniel García Helder. Lo armo como libro a partir de una idea clara: yo no quería una compilación azarosa sino una que se construyera a partir de ejes temáticos que le dieran cohesión. Buscaba, eso sí, que no fuera heterogénea, aun cuando no se pueda superar la heterogeneidad de cada ensayo en particular. Me preguntaba cómo se puede organizar una entidad, un libro, sin que éste derive en la pura miscelánea. En este sentido, no estuve escribiendo un libro, más bien el libro se armó con los años y creo que hay dos núcleos que lo organizaron con mucha fuerza: el nacionalismo en la literatura y el estudio de la revista Sur, y lo que articulaba estos dos núcleos era el estudio de la década del 30, que fue el momento de surgimiento de Sur.

Ciertamente se trata de un libro que fuiste escribiendo durante las últimas décadas, a partir de una preocupación fundamental que es el nacionalismo concebido no tanto como un conjunto doctrinario sino como un ideario más bien heterodoxo de ideologías. Quisiera preguntarte por la conjunción del título, Nacionalismo y cosmopolitismo. ¿Habría que pensar el cosmopolitismo como el polo complementario del cosmopolitismo?

–No, la idea de cosmopolitismo me vino como lo opuesto a nacionalismo. En verdad, fue el estudio que hice de la revista Sur el que me ponía al cosmopolitismo como una razón de peso. La idea es ésta: con su cosmopolitismo, Sur interviene en la literatura argentina, se da esta paradoja, por eso no es el polo complementario sino el polo contencioso. Nacionalismo y cosmopolitismo son más bien los hermanos enemigos.

Creo que las proposiciones centrales sobre nacionalismo y cosmopolitismo pueden considerarse respuestas tentativas a los procesos asimétricos entre la modernización europea y la latinoamericana. Y creo entender que el libro desborda en un punto el ámbito de la literatura argentina o mejor, que es tan fuerte la apuesta metodológica que necesariamente trasciende este campo y ayuda a pensar otros, como si ofrecieras un modelo de lectura. Tengo la sensación de que la tuya es una mirada curiosa, cotejadora, una mirada que no cesa de discernir. ¿Cómo se trabaja con este tipo de tensiones que son casi irresolubles en el campo de la crítica? ¿Se pueden resolver estas polarizaciones?

–No, no se pueden resolver. Esas tensiones minan el terreno de los nacionalismos culturales. A mí me interesa mucho la imagen de escritor que los escritores construyen de y a sí mismos. A los nacionalistas les preocupa esa imagen de escritor que no deja de ser comprometida. Aun escritores como Eduardo Mallea construyen una imagen de escritor muy singular desde el nacionalismo. Utilizo el término imagen porque de ese modo puedo vincularla con la categoría de imaginario. La importancia que los escritores nacionalistas se asignan a sí mismos tiene que ver con el despertar de la conciencia nacional y la voluntad de una efectiva profesionalización. La imagen de escritor que construye Eduardo Mallea, por ejemplo, no es la del escritor combativo sino del que sufre el país. Se imagina a sí mismo como una figura apostólica, aparece casi siempre como el penitente. De algún modo, Mallea continúa los tópicos de El diario de Gabriel Quiroga, los retoma décadas después pero con otra inflexión. Pese a sus relaciones con Contorno, Tulio Halperin Donghi siente aprecio por Eduardo Mallea y en 1980 sostiene en su estudio José Luis Romero y su lugar en la historiografía argentina que el ensayo de Mallea Historia de una pasión argentina puede considerarse “un altivo manifiesto”, mediante el cual “denunciaba una súbita caída de vitalidad, un empobrecimiento de la sustancia nacional”. Y Tulio agregaba que, con la “estilizada violencia de las denuncias”, Mallea buscaba “despertar a los argentinos a la vergüenza y a la autenticidad”. Ahora bien, con esto quiero decir que no acuerdo con una concepción cerrada, monolítica, del nacionalismo. Lo que me interesa es el impulso de pensar la literatura argentina más allá de las fronteras. Salir del encierro, ensanchar el método crítico. Mi tendencia es pensar en redes, relaciones, comparatismos, vínculos inter y trans-nacionales.

No deja de ser paradójico que el estudio de una literatura nacional te lleve a querer salir de sus fronteras. Observo de tu parte una mirada muy cosmopolita que se desplaza con soltura de la literatura argentina a la literatura europea, no sólo francesa sino también inglesa, rusa y alemana y, a su vez, paralelamente, la de alguien muy argentina y santafesina que conoce la minucia compleja de lo local, la riqueza oculta a la vista de todos en la aldea o la provincia; tus lecturas tan sutiles sobre la narrativa de Saer y la atención que le prestás a Mastronardi podrían demostrarlo.

–Sí, hay una afinidad muy grande con los autores del litoral, sobre todo la importancia que ha tenido y tiene una poética como la de Juanele, que tanto le interesó, por ejemplo, a Juan José Saer, quien ha escrito sobre él. A mí en un momento Claudia Rosa me pide que trabaje el Borges de Mastronardi, si bien los manuscritos que me dio no son los mismos que el poeta dejó en la Academia Argentina de Letras. Algunos poetas, como Gola, fueron muy elogiosos con Mastronardi. Los santafesinos son más apegados a la zona, los rosarinos en cambio más desalmados. Te cuento que cuando leo ciertos versos de Mastronardi de Luz de provincia siento una vibración, por ejemplo, con la palabra “leguas”. Eso me retrotrae a mi infancia en Santa Fe, la gente hablaba de leguas, se trata del lenguaje campesino del litoral. La estrofa dice así: “Leguas, y en ese brillo la torcaz y el aromo”. Por un lado el lenguaje de campo y por el otro la imagen del brillo que remite a la experiencia en verano cuando ves un camino y a lo lejos, al fondo, el espejismo. Lo veo porque recuerdo esa experiencia del campo que la poesía me suscita. Eso tiene la poesía de Mastronardi, que con dos frases te sitúa en el litoral como ocurre con la primera estrofa de Luz de provincias que dice “cuando el aire anda en flores y el cielo es delicado”. Lo que quiero decir es que este lenguaje poético habla de cosas muy precisas, ya no son versos dichos a la manera costumbrista o regionalista, aun cuando hable de la región o la zona como diría Saer. Hay allí una fuga hacia lo universal.

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