Dom 08.03.2015
libros

VÍAS DE ESCAPE

Un puñado de pasajeros desposeídos y sumamente originales en sus carencias, y un viaje en un tren más alegórico que realista, conforman los elementos de Furgón, breve novela en la que Ariel Bermani convoca el misterio.

› Por Sebastián Basualdo

No bien llega el tren a la estación Irigoyen proveniente de Plaza C con rumbo decidido hacia Avellaneda, se tiene la impresión de que Furgón, la nueva nouvelle de Ariel Bermani –autor, entre otras obras, de El amor es la más barata de las religiones y Veneno, con la cual obtuvo en 2006 el Premio Emecé–, concentrará toda la fuerza de una trama realista, frontalmente crítica y reconocible para quienes hayan viajado en la línea del tren General Roca, por ejemplo. Pero lo cierto es que Ariel Bermani se desprende del realismo con la misma velocidad con que el tren abandona uno tras otro sus paisajes para arribar a una zona mucho más compleja, acaso el lugar exacto donde la sonrisa generada por cierta clase de humor inteligente reafirma una mueca incomoda después, un tanto nerviosa, parecida al extrañamiento provocada por una realidad que, de tan intolerable, debiera resultar, como mínimo, absurda. “La cantidad de gente que puede entrar en un vagón de tren, a las siete de la tarde, es variable. Depende de la presión de los que están afuera; los de adentro no pueden ofrecer resistencia, no tienen opción. A más presión, más espacio. En este caso, parece que el vagón se estirara, como si no tuviera límites físicos, materiales.” Con la naturalidad de un cambio abrupto de vías, el viaje en tren asume su dimensión alegórica virando fuertemente hacia una trama donde oscila lo fantástico como un péndulo entre lo onírico y el pensamiento mágico gracias al trabajo exhaustivo de un narrador que está por momentos dentro y fuera del vagón, especie de testigo cómplice a veces, la mirada de un extranjero que no juzga y toma nota o como quien se involucra mirando todo desde otra vereda. O acaso algo más determinante. Y en esto estriba el mayor logro de Furgón, porque por medio de esa simulada neutralidad del narrador, Ariel Bermani logra hilar las historias personales de algunos pasajeros o simplemente retratarlos con un detalle significativo: personajes que entran y salen de escena en función de concentrar un clima ligeramente fellinesco, como en el caso del vendedor ambulante que sube en la estación Gerli. El vendedor de ilusiones. Personajes sencillos, desplazados, pertenecientes a la clase social más desposeída, que salen a ganarse la vida con las herramientas que tienen son los que viajan en Furgón, y si es cierto como dice uno de los pasajeros que “la vida es lo que uno hace de ella”, ese arduo oficio de vivir es lo que reluce como una moneda de oro para los que no tienen nada, como Rubencito, especie de anacoreta a la fuerza, sensible hasta el delirio que hace reír a todos con sus ocurrencias, o el Polaco que vive en Longchamps y trabaja de colectivero en la línea 53, aunque no le gusta ninguna de las dos cosas y tampoco puede imaginar otro modo de vida porque nadie puede desear lo que ignora. Un muchacho onanista hasta la enfermedad como Cali, una chica como Marina que parece destinada a la soledad mientras lee un libro interminable, son algunos de los personajes extraños de esta breve novela, como Negra que dice dialogar con Dios y provoca la risa de muchos. “A mí Dios me habla –dice Negra–. Me dice qué tengo que hacer. Hasta en las cosas más chiquitas. Ayer tenía que ir a cobrar a la casa de una clienta, yo vendo cosméticos y también ropa interior, tenía que ir y Dios me dijo no vayas, quedate en tu casa y por eso me quedé.” Pronto la risa cede a la desconfianza y luego al asombro cuando Negra recibe un mensaje de Dios en el tren y ocurre algo maravilloso, inesperado que le da una vuelta de tuerca a la historia en el plano alegórico que referíamos antes.

Dividida en pequeños capítulos, alternando las estaciones con el nombre de algunos de los personajes a los que se les va a dedicar un pequeño instante de su vida, Ariel Bermani provoca el misterio y lo sostiene progresivamente incluso más allá del momento en que los propios guardas comienzan a ser recordados por huir despavoridamente. Con un final que resignifica toda la lectura, Furgón más que un viaje parece ser un camino de ida para unos pocos, tal vez sólo para aquellos que verdaderamente entrarán en el Reino.

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