Con una perspectiva de género, teoría feminista y el énfasis en la vida cotidiana, Las revolucionarias se constituye en un valioso aporte de Alejandra Oberti al estudio de los años ’70, en línea con otros libros publicados en los últimos años sobre el tema.
› Por Andrés Tejada Gómez
Una nutrida gama de autores se han tomado la molestia de reflexionar sobre el convulsionado período de los años ’70. El atroz punto de inflexión donde la violencia se impuso como perspectiva de cambio, o herramienta de conservación y acumulación de poder. Todavía persiste la impresión de concebir esos años como una etapa cubierta de encarnizados interrogantes y espantosas yuxtaposiciones. Desde diversos campos teórico-discursivos han intentado iluminar los aspectos más disímiles de las prácticas revolucionarias. Los años 70 todavía están vigentes, moldeando nuestros dilemas e interpelaciones éticas. Sin embargo, debemos recurrir a la reflexión de Alejandro Kaufman: “La imaginación utópica estaba dotada de la capacidad de enunciar la verdad de la injusticia, pero no era capaz de enunciar la injusticia de su propia verdad”.
Las revolucionarias. Militancia, vida cotidiana y afectividad en los setenta es el resultado de la tesis de doctorado de Alejandra Oberti, socióloga de profesión. Su atinado texto pretende inmiscuirse en la intimidad de las mujeres que formaron parte de las agrupaciones Montoneros y PRT-ERP. A través de una perspectiva feminista, que utiliza a Judith Butler y Gayatri Spivak como referentes teóricos insoslayables –además de Elizabeth Jelin– se establece una ruda crítica al machismo, verticalismo y sexismo que se reproducían dentro de las fuerzas revolucionarias. Indagando en documentos y archivos de las organizaciones, se constata el control amenazante que se establecía entre los vínculos del deseo, la pasión, la subjetivad individual con el universo militante politico, que replicaba las conductas de la burguesía que se ansiaba trastrocar. La autora sostiene hipótesis que son tan irrefutables como previsibles. No es una falencia: tiende a ser el déficit que presentan las tesis de doctorado que se publican para lectores legos. Su tono y forma adquieren una rareza no pretendida por la autora. Sin embargo, no menoscaba ni entorpece su lectura.
Si las mujeres que se aglomeraban en el PRT-ERP cristalizaban como ejemplo paradigmático a las combatientes vietnamitas, que en un brazo empuñaban un fusil y en el otro a su hijo, las mujeres montoneras, a su vez, debían continuar la lucha iniciada por la emblemática figura de Eva Perón. Siguiendo esa línea, se puede tener una idea muy equivocada de cuál fue el espacio que se les brindó al grueso de las militantes mujeres. Oberti advierte, con tenacidad, que la subjetividad revolucionaria no pudo quitarse la correa del individualismo burgués. Y que tal vez ahí se encuentre uno de sus menos mencionados dilemas y contradicciones. El ejemplo no estaría expuesto solo en la falta de presencia femenina en la conducción y la toma de decisiones, ya sea en el aspecto político o en la estrategia de confrontación bélica sino en los puestos a los que eran relegadas en la estructura de los partidos. Tareas subalternas que depositan a las mujeres en un segundo plano, donde la lógica moral férrea se acepta con disciplina y sumisión. La autora nos enfrenta ante un interrogante incómodo: “¿Qué significa entonces politizar la vida cotidiana?”.
Desde nuestro presente nos provoca asombro la lectura de documentos impuestos por las agrupaciones Montoneros y PRT-ERP sobre las conductas que se debían respetar como mandatos-mandamientos inquebrantables. Moral y proletarización, escrito por Julio Ortolani, militante del ERP, no fue otra cosa que una serie de estrictos protocolos decorosos a seguir entre sus miembros; pretendía ser una normativa que construya sujetos para la revolución. Por su parte, Montoneros adoctrinaba desde el panfleto Manual de Instrucciones de las militancias Montoneras. Su postura no difería en mucho de las doctrinas del ERP, aunque sí consideraba que “la casa y la familia constituyen núcleos básicos que, aunque reformulados, debieran ser mantenidos”.
Además del perspicaz uso de la teoría, el texto se encuentra configurado por una significativa dosis de entrevistas a militantes, que nos permite entrever en sus propias experiencias, los claroscuros que existían entre la práctica y la teoría. El texto de Oberti puede ser leído junto al de Marta Diana, Mujeres guerrilleras y al de Sebastián Carassai, Los años 70 de la gente común. Este trío de textos asume el riesgo de otear en los márgenes de la historia que continuamos cargando en nuestra memoria.
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