Dom 24.05.2015
libros

UN BECKETT POCO BECKETTIANO

Con las páginas de un diario íntimo atribuidas a un secretario de Samuel Beckett, el francés Martin Page construyó una ficción de doble filo, con una trama atractiva y ligera que también indaga acerca del humor en la literatura.

› Por Juan Pablo Bertazza

A partir de determinado momento, muchos lectores –Deleuze y David Foster Wallace, entre otros– fueron dejando un poquito de lado la tortura, la indecisión y la burocracia kafkianas para concentrarse en lo que ellos consideraron un extraño pero auténtico sentido del humor. Un humor religioso, un humor digno de una literatura menor pero un humor que no podía ser ignorado y que, por supuesto, comenzó a competir y poner en jaque todas las demás lecturas.

Martin Page –joven novelista francés premiado y muy traducido que en el año 2000 se convirtió en bestseller al publicar el libro Cómo me convertí en un estúpido– quiso hacer lo mismo pero con Samuel Beckett, y no con un ensayo o análisis literario sino a partir de una ficción, una nouvelle a la que llamó La apicultura según Samuel Beckett.

Luego de un grave incendio en un depósito de los suburbios de Reading donde se guardaban los archivos de Samuel Beckett, un profesor universitario encuentra el diario íntimo de un joven que, durante la década del ochenta, había trabajado como su asistente en París. El diario (que sólo va de junio a octubre y ni siquiera da cuenta de todos los días del mes), relata cómo el joven se ocupa de ordenar los archivos mientras termina la tesis de su carrera en antropología y se encuentra con una faceta inesperada del escritor que no se corresponde casi en nada con la imagen de sus libros y sus fotos más emblemáticas. De pelo largo y barba enmarañada, el Beckett que construye Page es vital, extrovertido, se burla y desconfía de rótulos como “teatro del absurdo”, adora tomar chocolate, comer sándwiches de pulpo y, sobre todo dedicarse a la apicultura en la terraza de su vivienda parisina: “Hay que tomar los archivos como una ficción construida por un escritor y no como la verdad”, le asegura Beckett a su asistente (también le dice que sus lectores deberían conocer más de sus propias vidas para entender sus libros) entre otros consejos que forjará una relación de maestro y discípulo, más interesante aun cuando el joven termina antes de lo previsto el trabajo y, para no tener que devolver el pago que él le había hecho por adelantado, Beckett le encuentra otra tarea: inventar archivos falsos para desconcertar a sus lectores y críticos: huellas apócrifas que incluyen, por ejemplo, compulsivas comprar en un sex shop.

Nouvelle entretenida pero escrita demasiado a las apuradas, La apicultura según Samuel Beckett tiene la virtud de ser un libro leve que indaga en aspectos profundos, casi al borde de lo que son los grandes tabúes literarios: ¿hasta dónde se lee cuando se lee un libro?, ¿qué se puede conocer y qué no de un autor a través de su obra?, ¿hasta dónde llega la mano de un autor?

Aunque el contraste es grande, Martin Page sale bien parado del experimento gracias a su extraña combinación de mentira y verdad: si la historia del asistente es apócrifa, el incendio de Reading no sólo sucedió sino que hace resonar en el propio nombre de esa ciudad la esencia de la literatura, incluso porque ahí estuvo preso Oscar Wilde, admirado escritor de Beckett. Lo mismo sucede con la polémica representación que, en esta nouvelle, se lleva a cabo de Esperando a Godot en una cárcel de Suecia (cuya Academia, vale recordar, le otorgó el Premio Nobel que Beckett aceptó pero nunca fue a recibir), y que termina con la fuga de los presidiarios. Aunque nada de esto ocurrió en Suecia, es cierto que gran parte de ese episodio está inspirado en una representación que el propio Beckett acompañó en el mítico presidio de San Quentin, donde tocó y hasta grabó un disco Johnny Cash.

Mientras pasea por París y descubre otra cara de Beckett, el joven asistente decide entonces escribir su diario para no perder la memoria, para volver a pasear y hablar con Beckett cada vez que él lo desee, para revivir una época que él define como de absoluta ingravidez: “Es una vida que me conviene, una vida como en espera, ésta es una época encantada y sólo porque algún día va a terminar”. Quizá por su atmósfera irreverente, ligera, transparente y fugaz, esas palabras también definen muy bien este libro.

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