GABRIELA MASSUH
Una periodista cultural desencantada, atrapada por su fragilidad anímica y varios conflictos familiares, espera el regreso de su hijo Antonio, que enfrenta a una multinacional de transgénicos al lado de habitantes originarios en Orán. A través de capas narrativas, la nueva novela de Gabriela Massuh no sólo construye el complejo mundo de la protagonista sino que ingresa a la narrativa política con delicadeza y elocuencia.
› Por Andrés Tejada Gómez
Gabriela Massuh acaba de dar a conocer su tercera novela. Desmonte es el atinado título. Una vez más se puede constatar una elaborada voz narrativa de madurez rebosante, conjugada con un cristalizado pulso de escritura; diestro y gentil. En la hipnótica sintaxis de Massuh se entrevé un trabajo donde la combinación y la función de las palabras, en sus procedimientos lingüísticos, resultan una fórmula correcta y distinguida: acertada, digamos. El conjunto del texto oscila entre la intriga trágica y atisbos melodramáticos, sin acentos ni estímulos turbios.
La trama principal de la novela, se expande a través de la dimensión política, eludiendo con solvencia, el incordio de los neutrales puntos de vista enmarañados en la red de la corrección fútil. Uno de sus aciertos más evidentes, consiste en narrar en clave ficcional, hechos del acuciante abuso social de la argentina contemporánea. Apuesta por la elocuencia del realismo, sin sucumbir al tono de protesta, o a los arrebatos contestatarios. Afortunadamente no es un panfleto. Su proyecto narrativo pretende interpelar al lector omitiendo las aseveraciones ramplonas y los posicionamientos maniqueos. La esmerada presunción intelectual de la autora nos asegura una perspectiva múltiple, donde los matices prósperos, otorgan forma e ímpetu, a los personajes centrales de su espinosa saga. Su novela apenas es una daga hiriendo en el vacío; pero sosteniendo su conciencia de daga.
Catalina es una periodista que ejerce su oficio en un suplemento cultural. El jefe de redacción le ordena producir una nota estrafalaria: señalar quién ocuparía en la actualidad, oculto en el sistema literario, el espacio de Carlos Argentino Daneri. “¡Borges, otra vez!”, se queja Catalina. El pedido se le antoja latoso porque no se ajusta a su ideal del oficio periodístico: ella ansía publicar crónicas sobre personajes de perfiles heterodoxos, desde una sensibilidad desafiante. Considera que esa es la forma de manifestar su compromiso crítico ante su entorno que se va resquebrajando día a día. “La literatura lanza al escritor a la batalla; escribir es cierto modo de querer la libertad (...). No hay libertad gratuita; hay que conquistarse por encima de las pasiones, la raza, la clase y la nación y conquistar consigo a los demás”, señalaba Sartre en ¿Qué es la literatura? Catalina considera que su escritura debe estar al servicio de una razón política que la trascienda. Sin embargo, la tarea se le torna imposible.
Inmersa en una fragilidad anímica, su existencia transcurre entre el desconcierto y la adversidad. Una secuencia de conflictos familiares –el vínculo con su padre, los frustrados negocios de su hermano, etc.– la lleva a recluirse para mantenerse a resguardo; su precaución no será suficiente. Un destino infausto parece acecharla en cada paso. Su vida parece eclipsada. La brújula de sus acciones parece estar averiada o a punto de estallar.
Antonio, su único hijo, disipa su tiempo escapándose de sí mismo o buscando una causa justa en la cual involucrarse con vehemencia. Encuentra su noble contienda en la localidad de Orán, Salta; defendiendo a los habitantes naturales de la tierra, frente al plan de expropiación por parte de una multinacional de transgénicos. Gracias a los miembros de los pueblos originarios, Antonio adquiere una noción ambientalista, a partir de comprender la alienación humana respecto de la naturaleza. Rechaza visceralmente el avance de los principios de la economía de mercado y la tecnología, ambos basados teóricamente en una metodología, cargada de supuestas ilusiones: objetividad, progreso y razón científica. Pero el avance de las pretensiones de la empresa y sus representantes, no repara en bagatelas ecológicas ni equidad social. Antonio se expondrá hasta traspasar un límite irreversible. “Todas las revueltas, todas las tempestades del indio, han sido ahogadas en sangre. A las reivindicaciones desesperadas (...) les ha sido dada una respuesta marcial. El silencio (...) ha guardado el trágico secreto de estas respuestas”, reconoció Mariátegui. Catalina, su madre, desbordada por la insatisfacción general de su entorno, sucumbirá en la desazón al perder su único cable a tierra.
Hay escasas probabilidades de que la muerte adquiera una figura de sentido positiva en nuestra lectura ética. Los mártires son desechados como espíritus anacrónicos. Hemos sido instruidos con unos insolentes guiones que garantizan la vía de un progreso profético –de raíz oscura– recostando nuestra ensordecida utopía, en la fatalidad de la resignación complaciente. Somos sumisos ante nuestro fehaciente desacierto. Los decesos brutales, las luchas por la emancipación, el horizonte de solidaridad, el bienestar de las multitudes como filo de intercambio humanizado y las inquietantes expectativas porque la existencia se confunda con una chispa de libertad comprometida, parecen malgastarse en el arrogante imperio de la especulación material. Nuestro territorio se daña, sistemáticamente, por extraviarse a merced de las tramoyistas retóricas de las entusiasmadas generaciones depravadas, que no conciben el futuro más que como un mísero ascenso de tropelías replicadas. Hoy, como ayer nomás, los dueños de la tierra se imponen con violencia y desprecio. Massuh nos recuerda esa injusticia.
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