MARTíN ANDRéS HAIN
En esta colección de relatos, que le valió el primer premio del Fondo Nacional de las Artes, Martín Andrés Hain logra una notable variedad de registros para matizar otras tantas formas de relación entre padres, hijos, amigos, vecinos y hasta gente que comparte la ducha en el club.
› Por Sebastián Basualdo
En los diez cuentos que integran Tres caminos a la playa, Martín Andrés Hain pareciera tener un propósito concreto: narrar las historias de tal manera que se ponga de manifiesto que algunos individuos viven, en el espacio de unos pocos minutos, el lapso de toda una vida. Sólo que los hechos decisivos no siempre son tan simples de determinar. Algunos son producto de la mera contingencia y otros no son otra cosa que el desenlace fatal de los deseos inconfesables, como ocurre en el primero de la serie, titulado “Vitalicios”, donde el ingeniero Ordóñez pergeña un asesinato para ocupar un puesto de socio vitalicio en el Club de Ingenieros, lugar al que pertenece desde hace más de cuarenta años. “Me caía bien el ingeniero Miguens. Lo maté por razones estrictamente matemáticas: una, suficiente, que era un socio vitalicio, y la otra, necesaria, que siempre era el último en salir de las duchas.” Plantear que las intenciones del ingeniero Ordóñez eran mucho más profundas que las expuestas resulta fácil de escribir, pero no es tan simple desarticular las variadas y complejas técnicas narrativas de las que se sirve Martín Andrés Hain para concebir sus cuentos como universos cerrados, donde los cambios de perspectiva y las tonalidades son constantes y cuyo finales, verdaderamente muy logrados en su mayoría, no apelan al efecto sorpresa, sino a una relectura que obliga a reparar en el detalle mínimo de un gesto, la posición de una mano sobre una pierna, acaso una palabra en apariencia trivial y sin embargo tan necesaria para que se imponga la originalidad de Tres caminos a la playa: la vuelta de tuerca a esa ya conocida teoría del iceberg al servicio de la historia subterránea.
Anular por completo la historia que debiera emerger es uno de los tantos logros de gran parte de estos cuentos en apariencia sujetos a la gran tradición del realismo norteamericano. Así ocurre en el cuento que lleva por título el libro, por ejemplo, donde un viaje de larga distancia hacia un lugar turístico confluye en un accidente que desvía lo que el lector prevé como destino para los personajes involucrados. O en “Bolsillos”, uno de los cuentos más logrados del libro donde la muerte de un padre recae sobre la relación conflictiva que tienen dos hermanos. “Decime, quiénes son más importantes, los padres o los amigos?”, preguntará un personaje en “Mi amigo Luis”, y cuya respuesta tiene una relación íntima con el anterior cuento. ¿Qué puede resultar más importante, la muerte de un padre o el modo en que los hermanos viven esa muerte? Todo sucede en un mismo plano de la vida en los cuentos de Martín Andrés Hain, y es precisamente al lector a quien le toca la tarea de recordar –rearmando la trama– que en la percepción siempre están involucrados nuestros propios intereses, vale decir la cultura. Un modo de decir que la neutralidad es como la objetividad: no existe. “Somos argentinos, mi amor: los amigos son más importantes que los padres. A los argentinos nos bajaron línea desde el Martín Fierro.”
Con un estilo cuidado y momentos de gran belleza poética, Martín Andrés Hain puede generar climas satíricos y ligeramente corrosivos como sucede en “Los modales de la Casa Burlete”, donde el dueño tras dos generaciones se siente ya demasiado instalado en el mundo como para tolerar las irreverencias de un cliente un tanto extraño que suele solicitar burletes para fines desopilantes. “Acá, desde hace sesenta y siete años, cliente que cruza la puerta debe saber qué es lo que quiere y cuál es la palabra correcta para pedirlo, sin vueltas ni segundas intenciones. Nada de adivinanzas estilo busco cositos de plástico para meter tornillos.” Hay un trabajo verdaderamente notable en la gran variedad de registros que tiene Tres caminos a la playa, las historias pueden ir del humor a un tono ligeramente opresivo con la naturalidad de un péndulo sin desentonar en ningún momento; ya sea para narrar la imposibilidad que tiene un padre de comunicarse con su hija adolescente o para retratar a dos hermanos que ocupan casas ajenas como ladrones de recuerdos. A veces el humor y la tragedia confluyen en un mismo cuento como sucede en “Chica fragancias”, donde Timoteo Galberti, un empleado entusiasta de una empresa multinacional se ve involucrado en una situación compleja con una compañera de trabajo que tiene un revelador secreto sobre el dueño de la Compañía. Con Tres caminos a la playa Martín Andrés Hain obtuvo el primer premio del Fondo Nacional de las Artes.
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