Domingo, 30 de agosto de 2015 | Hoy
Francisco Bitar completó su educación literaria en Santa Fe, donde nació y reside, pero en los últimos años también estuvo muy conectado con la escena poética de Buenos Aires. Con The Volturno Poems vuelve a la poesía después de un paseo nada desdeñable por la nueva narrativa.
Por Mercedes Halfon
Todo parecía indicar que Francisco Bitar era otro caso más de poeta que se pasa a la narrativa para no volver, cuando la exquisita y vital editorial rosarina Ivan Rosado lanzó The Volturno Poems. Una nueva entrega de este escritor que en los últimos años había dejado atrás la lírica para consolidar una voz en el panorama de la joven narrativa local. Fueron en concreto dos libros seguidos, la novela Tambor de arranque (Editorial Municipal de Rosario, 2012) y los cuentos de Luces de Navidad (Ediciones UNL/ Espacio Santafecino, 2014). Pero, afortunadamente para los cultores del verso, Francisco Bitar está de vuelta con un volumen que retoma el hilo de su poesía, como quien se va de viaje pero al volver retoma la conversación justo en el punto en que la había dejado.
Y hay algo de esta conversación entre libros que forma parte del mito de origen de Bitar. Cuando era un niño pequeño sus padres tenían una librería en Santa fe. Es ahí, entre anaqueles atestados, que nace su vinculación con la lectura: “Mi primer recuerdo es ése: el de estar entre libros. Con todo, eso no significa que haya sido fácil. Como cualquiera en su sano juicio a mis padres no les gustaba nada la idea de que yo fuera escritor”, recuerda.
Poeta y narrador entonces, pero también traductor y ensayista. Bitar tuvo a su cargo la edición de dos libros de fundamentales poetas del litoral: El junco y la corriente de Juan L. Ortiz y la obra completa de Juan Manuel Inchauspe. Ligado a la teoría, a la investigación y a la edición, Bitar ha moldeado una visión de la literatura que va más allá de su propia obra, a la que pone en diálogo tanto con la afincada tradición de su geografía, como con su época de un modo transversal, sin distinciones provinciales. “Uno de los poetas más importantes en mi formación es Juan Manuel Inchauspe y mucho de lo que encontré de manera inmediata –los escritores de mi barrio, diría Hemingway– tiene que ver con esa generación: Enrique Butti, Edgardo Russo. Ellos cultivaron un vínculo serio pero no solemne con la literatura. No difícil, digamos. Eso me ayudó a entrar. Pero al mismo tiempo yo ya viajaba a Buenos Aires al menos una vez al mes para tallerear junto a Daniel Durand, Miguel Angel Petrecca, Gerardo Jorge. Corría el 2004 y era el auge de Internet: nunca usé tanto un chat como entonces. Con Julián Bejarano y Ariel Delgado creímos inaugurar una sucursal de esa movida en el litoral: el boom de las lecturas, los talleres, las pequeñas editoriales independientes. Es por eso que mi entrada en el mundo de la publicación tiene mucho más que ver con lo que pasaba en Buenos Aires”.
Bitar fue, entonces, partícipe y gestor de esa escena naciente en Santa Fe. Pero lo hizo, fundamentalmente, desde la poesía. Comenzó a leerse en su ciudad pero también en Buenos Aires, y junto a otros poetas de su generación como Mariano Blatt, Alfredo Jaramillo o Carlos Godoy inauguraron una sensibilidad nueva. La poesía de los años ‘90, con toda la fuerza que había tenido en su momento, empezaba a correrse del centro absoluto, para dejar hablar a estas voces. La poesía que llegaba de otras ciudades como las mencionadas pero también Bahía Blanca o Mar del Plata empezaban a disputarle a la capital la exclusividad de ser epicentro poético.
Sus libros de poesía hasta el momento fueron: Negativos (Ediciones Stanton, 2007), El Olimpo (Colección Chapita, 2009 y Ediciones Stanton 2010) y Ropa vieja: la muerte de una estrella (Ediciones Stanton 2011). En todos ellos hace uso de un costumbrismo roto, desahuciado, con una contundente precisión en el lenguaje, en la zona fundada por Joaquín Gianuzzi y desarrollada de formas diferentes pero cercanas por Fabián Casas y Daniel Durand. Bitar se detiene en detalles cotidianos y menores para transformarlos en oscuras revelaciones, algo incierto, un sentido que se escapa como un auto a gran velocidad que deja tras de sí una nube de tierra.
The Volturno Poems sorprende desde su tapa: una pintura de Kazimir Malevich llamada The Farmer in The Field, que a la vez que remite pícaramente a la famosa cafetera italiana del título, ubica a un hombre en el centro de un espacio rural. Un hombre que toma café o que es en sí mismo una máquina de producir una sustancia perfumada, pero oscura y amarga. Bitar cuenta acerca del libro: “Durante los últimos cuatro años, estaba dedicado exclusivamente a la narrativa. Si bien creo que un género está presente en el otro y viceversa, por lo que duró toda esa etapa ni escribí ni leí poesía. Entonces, a principio de este año, los editores de Ivan Rosado, Ana Wandzik y Maxi Mauselli, me propusieron publicar algo juntos. Les mandé algunos poemas de aquella época, 2011, los últimos que había escrito, para consultarlos por su opinión, y ellos se entusiasmaron. Yo no pensaba que con esos poemas se pudiera armar un libro, pero ellos me alentaron a pensarlo. Retomé algunos borradores de entonces y escribí cuatro o cinco poemas nuevos y el libro terminó de armarse. Es una reunión de poemas y funciona como tal. Pero se me ocurre que hay también, sin quererlo, un aliento novelesco: el libro empieza en la reconciliación con mi mujer después de un año de separación y termina con la aparición de mi hija. Cuatro años en unas vidas. No sé si es mi mejor libro de poesía pero estoy seguro que mis mejores poemas están ahí”.
¿Qué hay en estos poemas entonces? Una caja de música rota que vuelve a sonar desde la bolsa de la basura. Una tarta que se descongela con el sol mientras el poeta dormita. Un auto en el que, luego de la muerte de su dueño, un transeúnte desprevenido escribe “Lavame sucio”, y el narrador no puede evitar anotar debajo “No puede, está muerto”.
La cadencia de estos versos es ligera y pegadiza como si la animara un hálito natural, pero no por eso menos melancólica e implacable. Por más cotidiana que sea la imagen elegida para contar, Bitar logra hacer vibrar en ella otras notas, siempre sutiles. “No hay hielo: / los pisos superiores de la heladera/ están oscuros y sin brillos, /la bebida deberá enfriarse/ en el avance de la noche. (...) De esta forma poco decorosa/ el tiempo sigue/ con su curso oscuro./ Literalmente se van apagando /los focos de cada habitación”.
Poemas breves, directos y narrativos, donde el poeta recorre con su lenguaje su área de influencia: su casa, su mujer, su ciudad.
Bitar reside, lee y escribe desde Santa Fe. Algo que él describe de la siguiente manera: “Es un arma de doble filo: a veces la distancia sirve para metabolizar las modas y no subirse al primer tren. Otras, uno se siente solo, sin plata, lejos de todo”. Después de leer este libro, estamos en condiciones de negar esa lejanía.
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