Domingo, 30 de agosto de 2015 | Hoy
Con recursos de la crónica, la memoria familiar y la teoría queer y bajo el novedoso formato del periodismo en comic, Julián Gorodischer indaga en las raíces y los secretos de sus antepasados. En Camino a Auschwitz, que cuenta con ilustraciones de Marcos Vergara, se plantea una relectura de los efectos y rastros del Holocausto, de Primo Levi a Art Spiegelman y su Maus como textos fundantes y manuales de estilo que orientan este trabajo de la memoria.
Por Ana Wajszczuk
Italia, 1947. Primo Levi, ex prisionero de Auschwitz número 174.345, como en los versos de Quevedo, no halla “cosa en que poner los ojos que no fuese recuerdo de la muerte” y publica su libro Si esto es un hombre contando sus vivencias en el Lager. Editado apenas dos años después de su liberación, el libro se convirtió con el tiempo en una matriz para incontables testimonios, ensayos e investigaciones sobre el Holocausto, y aún hoy es difícil encontrar un texto más potente sobre el tema. Tal vez porque Levi supo muy pronto lo que esa experiencia significaba: que quien entra al Lager no sale jamás de él, que la humanidad toda nunca más podrá salir de Auschwitz, “introducido irrevocablemente en el mundo de las cosas que existen”. El arco de Levi terminó en 1986 con un ensayo: Los hundidos y los salvados. El, un salvado –uno de “los más aptos”, aquellos que por azar, habilidad o colaboración lograron sobrevivir– siempre supo que tenía que hablar por los muertos, los verdaderos testigos: los hundidos.
Argentina, 2015. Setenta años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, la historia del Holocausto, con sus mitos petrificados y sus últimos sobrevivientes extinguiéndose, todavía tiene preguntas sin respuestas, secretos que pesan como las lápidas que miles no tuvieron e historias que ya alcanzan con sus tentáculos a una tercera generación. Una generación a la que pertenece el periodista y escritor Julián Gorodischer: mientras su abuela y sus tíos abuelos fueron salvados, que pudieron escapar a la Argentina o a Israel, la hermana de su abuela fue una hundida más en las cámaras de gas de Auschwitz. En su nuevo libro, Camino a Auschwitz y otras historias de resistencia (Emecé), una novela gráfica con guión suyo ilustrada por Marcos Vergara, el periodista toma por primera vez el tema de sus orígenes y logra poner sus ojos más allá del recuerdo de la muerte: Julián Gorodischer mira desde esos nuevos permisos que da el tiempo, desde la diáspora, atravesando el secreto familiar y la distancia, poniendo de relieve la sexualidad y otras cuestiones incómodas para maridar con el Holocausto. Y logra un equilibrio emocional y complejo que logra sostener durante las tres nouvelles que componen el libro.
Deudoras del Maus de Art Spiegelman como texto fundante y manual de estilo para hablar del exterminio nazi en formato comic, y de la densidad trágica de la obra también fundante de Primo Levi (que, además, está homenajeado en la tapa y aparece como personaje), la historia de la tía abuela Paie en Auschwitz, la del tío abuelo Berl como partisano de la Organización de Combatientes Judíos en Varsovia y la de la tía Luba como partícipe de la Operación Garibaldi que en 1960 secuestró a Eichmann en la Argentina y lo llevó a Israel para ser juzgado, son independientes pero están relacionadas entre sí a través del cronista-personaje. Julián –el Julián dibujado: ojos claros, mirada de perpetuo desconcierto– atraviesa las tres historias: un tipo que va a pasar su cumpleaños número 40 a Cracovia para tratar de reparar simbólicamente una cadena de secretos familiares en torno a su tía gaseada en Auschwitz; que mientras resuena la voz del tío –“Ojo con lo que ponés, querido, eh”– prefiere investigar en su reportería no las grandes historias heroicas del ghetto de Varsovia sino el amor homosexual entre partisanos en los bosques primaverales de Bialowieza; que cuida de una fractura a su anciana tía Luba durante un mes hasta que ella confiesa la empatía que llegó a sentir por Eichmann mientras estaba a cargo de vigilarlo en la clandestinidad de un departamento de Belgrano.
Hay un doble movimiento de desacralización en Camino a Auschwitz. Primero, por llevar al “periodismo en comic” un tema pocas veces tratado en ese formato, y que le permite a los autores correrse de la representación cristalizada de mártires, héroes y villanos. Las ilustraciones de Vergara –que además de dibujante y editor es bibliotecólogo– logran una condensación de sentidos tan potente como los colores y las líneas vintage que usa para documentar toda una época y sus personajes. En una viñeta, por ejemplo, aparece Hitler con una bandera polaca, blanca y roja, ondeando al viento, donde se lee: “Para que una hermana viva, la otra debe morir”. Por otro lado, Gorodischer escarba en uno de los conceptos fundamentales de la obra de Primo Levi: lo que el escritor italiano llamó la “zona gris” del espacio entre víctimas y victimarios, llena de complejidades, corrupciones y tácticas de supervivencia. Los personajes de Camino a Auschwitz traicionan y son traicionados, tratan de sobrevivir a cualquier costo, tienen sueños non sanctos, sienten cosas que no deben sentir, colaboran por obra u omisión con los victimarios, resisten como pueden. “Qué mito originario de mierda”, dice en otra viñeta el Julián personaje sobre la cadena de secretos familiares, y llora a la vera de un camino de Auschwitz no por la conmoción de estar visitando el Lager sino por haberse “obligado” a pasar allí su cumpleaños.
En un cruce de géneros entre la memoria familiar, la crónica in situ y la teoría queer, con la ficción –y con ese estiramiento hacia la fantasía que permite el formato cómic– como recurso indispensable para poder llenar los huecos que dejó la tragedia, el cronista-personaje carga con el peso de ser un sobreviviente que ya no puede salir del Lager, porque –como toda la humanidad post Auschwitz– él es lo que Levi llamó un Geheinmnisträger: un “detentor de secretos”. Secretos que el libro hace explotar, y que devuelven a la condición de humanos, complejizándolos, a los mitos y a las víctimas, a los hundidos y a los salvados.
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