Domingo, 1 de noviembre de 2015 | Hoy
ERRI DE LUCA
Escritor tardío que se define a sí mismo como un obrero de la construcción que lee sin interponerse en el medio los textos sagrados, Erri de Luca, logra en Hora Prima una obra de intenso ascetismo.
Por Gabriel Bellomo
En Hora Prima, íntima y sugestiva relectura del Antiguo Testamento, el escritor napolitano Erri de Luca traduce de su original hebreo pasajes del Génesis, del Éxodo, de los Libros Históricos, Poéticos, Sapienciales, Proféticos. Se trata de un libro escrito con sigilo, que es de algún modo el mismo que demanda su lectura. Salvo que Hora Prima lleva las marcas indelebles y el misterio de los símbolos, de los textos canonizados, de las parábolas. Obrero de la construcción hasta los cuarenta años, Erri de Luca da a conocer a esa edad sus primeros libros. Y en éste nos presenta, no como ateo sino como uno que no cree, el resultado de una compleja y árida labor de comentarista. Sin embargo ese que no cree no se interpone entre los textos sagrados y la comunidad de los creyentes sino que, por el contrario, quitando horas al sueño, en la hora que precede al amanecer, se avoca a descubrir el intrínseco y profundo significado de esas palabras extranjeras cuyo alegórico contenido, una vez expuesto, confiesa, lo conforta. El autor habla de un cruce de griegos, sarracenos, normandos, egipcios, hispanos, francos, hebreos venidos de tierra y mar a mezclarse con los suyos. De un pasado que mezcló esas sangres con su sangre. Aunque su literatura tal vez provenga primordialmente de las tribus nómadas del norte de Africa. En el despojamiento, la serenidad, la inteligencia y sutileza de su prosa se percibe la influencia de las estirpes oriundas del desierto, de –como ellos mismos lo nombran– ese lugar vacío. El propósito de Erri de Luca es personal. No se trata a través de este libro de tributar a Dios, sino a la experiencia de fe de los que creen. Dios no es una experiencia, no es demostrable, pero la vida de los que creen en él, la comunidad de los creyentes, sí es una experiencia. Declaración que, a mi juicio, sólo puede provenir de uno que no cree, y de tener como referencia a un Dios único del que no puede renegar, ni admite; el Dios del cristianismo, del Islam, del judaísmo.
Escritor tardío, su literatura revela la cuidada construcción del texto, el quehacer, como hemos dicho del muratore, del albañil aplicado a su tarea.
Un prólogo del autor, veinticinco brevísimos capítulos vinculados tan solo por la fuente, un epílogo que lleva por título “Nave de destierro” y la aseveración de que ningún mediterráneo puede negar que la décima parte de su sangre es hebrea. Erri de Luca delata en el epílogo parte de su naturaleza cuando refiere que muchos, él entre tantos, leyeron en un mármol de Varsovia la frase evocativa, ya que ese monumento recuerda el lugar desde donde los habitantes del ghetto judío eran enviados en vagones a Treblinka. Sobre lo mismo dijo quizá antes Borges que todos tenemos algunas gotas de sangre judía. Del mismo modo que Erri de Luca evoca la memoria grabada a buril en el mármol de Varsovia, de nuevo Borges lapida la inutilidad del sacrificio de Cristo cuando en las líneas finales de un poema famoso se queja en una sola y abandonada línea: “De qué me sirve que él haya sufrido, si yo sufro ahora”. Refiriéndose al Libro de Job, de Luca escribe: El ‘tú’ es el único pronombre que se adapta al intercambio entre la criatura y el Creador”, y atribuye a ese “tú” la diferencia entre el que cree y el que no cree. Quien, como él, no crea, hablará a y con Dios en tercera persona.
En el capítulo que dedica a Abraham está el desvelo del autor por comprender: los vocablos hebreos, sus fuentes, la interpretación de sus exégetas, la obediencia de Abraham y la consternación que causa en su hijo Isaac. De Luca, como uno que no cree, se rinde a la comunidad de los creyentes y no enjuicia al Dios que reclama a un padre la muerte de su hijo. No emite juicio acerca del Dios que ordena a Abraham ofrecerle a Isaac en holocausto. Como albañil que fue, se limita a amurar una piedra más en la compleja arquitectura de su libro, al afirmar en pleno magisterio de su oficio: soy un obrero de la construcción que lee las Escrituras sagradas. Y es así. Erri de Luca lee el texto consagrado y de esa lectura nace Hora Prima, uno de los más altos puntos en la original y prodigiosa topografía de su obra.
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