JORGE ACCAME
Las historias de brujas que recrea Jorge Accame en un excelente volumen ilustrado por Fernando Falcone son versiones de fragmentos clásicos, que pasean al lector desde La Odisea a Macbeth y permiten asomar a los fulgores del mal en sus expresiones más poderosas y dañinas.
› Por Jorge Consiglio
La idea de que el mal se concentre en un ente determinado es, hasta cierto punto, tranquilizadora. Saber que esa condición negativa asignada a los comportamientos humanos tiene una referencia específica –una criatura con ciertas marcas que permita su identificación– debilita la noción de que la maldad se encuentra atomizada de una manera más o menos equitativa entre todas las personas. Algunos teólogos –entre ellos san Agustín, uno de los más grandes pensadores del cristianismo– relacionaron el mal con la privación o la ausencia del bien –o sea, con la privación o la ausencia de Dios– y de esta manera lo definieron a partir de la carencia; es decir que lo privaron de realidad positiva. En el Oriente, en cambio, hay una complementariedad de opuestos entre el bien y el mal; no se concibe la existencia del uno sin el otro. Definitivamente, el mal como problema estuvo presente desde el comienzo de la humanidad. Se lo abordó desde la filosofía, desde la religión y desde la ciencia, pero también desde el folclore de los pueblos. Los mitos de todas las culturas fijaron su mirada poliédrica sobre este complejo problema y le asignaron distintas formas; las brujas fue una de ellas. Estas mujeres, según la tradición, cuentan con poderes y saberes mágicos y están relacionadas, en el Occidente cristiano por lo menos, con la creencia en el diablo, el ser sobrenatural maligno por excelencia. “Es así, amigos míos, hay mujeres dañinas que saben todos los trucos y giran en la noche desordenando el mundo”, afirma uno de los narradores de Jorge Accame en Antiguos cuentos de brujas.
El libro está compuesto por siete relatos en los que el autor versiona fragmentos de textos de autores clásicos focalizados en estas magas pérfidas. El recorrido que emprende Accame se extiende por varios siglos de literatura: parte de La Odisea de Homero, pasa por el mito de Medea y el Satiricón de Petronio, releva dos relatos de El asno de oro de Apuleyo, se detiene en las brujas de Macbeth, de Shakespeare, y llega hasta un episodio de La tierra purpúrea, novela que Guillermo Enrique Hudson publicó en 1875. El primer cuento del volumen se llama “El ciervo” y está basado en el encuentro de Odiseo con Circe en la isla de Eea. Es conocido el episodio en el que Circe, por medio de una pócima mágica, transforma en animales a la mitad de los hombres de Odiseo, pero Accame, en su versión, agrega dos ingredientes (la antropofagia y la súbita aparición de un ciervo en medio de la foresta) que cambian completamente el sentido del relato homérico sin que pierda la más mínima intensidad. Como disparador de la historia se usa la anécdota clásica pero la virtud de la adaptación consiste en agregar un eje suplementario de tensión que zigzaguea con el principal y termina por rematar en un final conclusivo.
Algo parecido pasa con el mito de Medea cuando ella, enamorada perdidamente de Jasón, decide vengarse del rey Pelías. La joven hechicera hace uso de sus encantamientos, pero parece que, más allá de los recursos mágicos, una de las facultades que mejor se le da es confundir a sus víctimas por medio de ardides para que actúen en perjuicio propio. En todos los relatos del libro, las brujas son implacables y cuando se trata de venganza su ira es tan poderosa como la de Las furias –Erineas– griegas. No se detienen hasta que aquel que las ofendió recibe su castigo ejemplar. Es el caso del cuento “Itapa”, basado en un fragmento de El asno de oro de Apuleyo. En ese texto un narrador pegado a la trama regresa a Itapa, ciudad en la que se perdió cuando era niño, y se encuentra con un viejo amigo que está hundido en la más absoluta indigencia. Meroe, una poderosa hechicera, es la responsable de todos sus males. El narrador descree de la historia de hechizos que le cuenta su amigo e intenta ayudarlo, pero los sortilegios de la bruja son imposibles de esquivar. En este punto, la situación del narrador, inserto en una maraña desesperante, da cuenta tanto del horror de una maldad sin fisuras como de la inevitabilidad del destino.
Accame trabaja sus relatos con una prosa precisa de tramado abierto que, por una parte vuelve dinámica la materia narrativa y, por otra, logra un clima de extrañamiento adecuado a la temporalidad incierta propia del género de estos relatos. Las brujas, como protagonistas, están diseñadas con ciertos rasgos del estereotipo más popularizado. En “La iniciación”, por ejemplo, las brujas de Macbeth se reúnen en aquelarre en torno de un caldero para preparar “una poción poderosa para ver el pasado y el futuro”. Los ingredientes son: “lengua de perro, pulgar de rana, ojo de lagartija, pelos de murciélago, escama de dragón, nariz de turco, labios de tártaro, hígado de un hereje y dedos de un niño parido en una zanja y estrangulado al nacer”. Pero estos trazos se combinan con otros atributos singulares que acentúan el perfil horroroso de estas hechiceras y ponen de manifiesto su característica clave: la iniquidad. Las brujas, por lo general, actúan por medio de encadenamiento de efectos. Hacen el mal en forma directa, pero también –y sobre todo– proceden por triangulación. En estos cuentos, la maldad simpatiza con la astucia y con el engaño, aunque también goza de los placeres que ofrece la demora. Es el caso de “Telifrón”, basado en un relato de Apuleyo, en donde un joven que se ocupa de custodiar muertos para evitar que las brujas arranquen “pedazos de carne del rostro de los cadáveres para usar en sus maleficios”, se entera de que es víctima de un hechizo tiempo después de haberlo sufrido. Las consecuencias del mal son siempre devastadoras; por lo general, penden como una gota que cuelga de una canilla; en la mayoría de los casos, tardan en caer.
Esta edición de Antiguos cuentos de brujas de Jorge Accame es verdaderamente un lujo por varios motivos: los textos son excelentes, la impresión es cuidada y en papel ilustración; además cuenta con una serie de ilustraciones hechas por Fernando Falcone (Buenos Aires, 1977) que reproducen escenas de los relatos. Con sus líneas perdidas en las sombras, con sus figuras antropomorfas y zoomorfas, Falcone logra un efecto siniestro absoluto. Sus ilustraciones son climas. Asimismo, logran una cohesión perfecta con los relatos de Accame. Definitivamente, Antiguos cuentos de brujas es un libro de interés no solo para los amantes del género.
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