Domingo, 3 de enero de 2016 | Hoy
MARIANA KOMISEROFF
En su primera novela, Mariana Komiseroff logra un acertado retrato de la vida en el conurbano a través de las vivencias de una familia llegada del Uruguay, desde la dictadura hasta los días de la crisis de 2001.
Por Salvador Biedma
Uno termina ciertos libros y tiene ganas de comentarlos con otros lectores. Al llegar a la última página de De este lado del charco, en cambio, la sensación es que no hay nada por decir, que todo está ahí, en la novela. Se impulsa, más bien, la introspección. Imágenes, escenas y personajes resuenan en la cabeza. Cuando se presentó el libro, Claudia Piñeiro dijo que había recordado la primera escena –los chicos juegan a la escondida en el fondo de la casa– al ver un cañaveral. Lo mismo puede ocurrir con muchos otros momentos, paisajes o situaciones en principio sencillos, que cualquiera conoce más o menos de cerca, escritos de tal modo que quedan bullendo en la memoria.
La novela de Komiseroff está narrada por Adrián, el Nari. A través de 33 capítulos breves –cada uno con un conflicto claro–, recorre buena parte de su vida, desde que siendo un chico llega con la madre y los tres hermanos de Uruguay para instalarse en un barrio del conurbano hasta que, en la crisis de 2001, ya tiene tres hijos y trabaja de camionero.
La trama no resulta en absoluto pretenciosa y está lejos de ser ingenua. Sin excederse en guiños, se mete en un barrio que oscila entre clase baja y media-baja y atraviesa con igual intensidad una serie de “grandes temas” (la inmigración, el aborto, la muerte, las diferencias sociales dentro de la familia o del barrio, las desapariciones, un asentamiento ilegal, la violencia de género) y detalles a primera vista triviales. Y en ningún momento se sobrecarga el sabor de las tantas primeras veces que experiencia el protagonista.
Su familia vive sin agua corriente, sin televisor ni teléfono. Cuando el tío Eugenio, en mejor posición económica, lleva al Nari hasta el centro para que se encuentre con el padre en un bar (a escondidas de la madre), el chico conoce lo que es un capuchino, sus tres franjas de colores diferenciados, y, antes de tomarlo, piensa: “Cuando uno revuelve, las cosas no vuelven a ser las mismas”.
Los primeros capítulos, que muestran la vida de los chicos en un barrio del conurbano durante la última dictadura militar, permiten una asociación con El origen de la tristeza, la también hermosa primera novela de Pablo Ramos.
El eje temático en De este lado del charco parece ser la familia, con sus variantes (los padres, los tíos y primos, la pareja, los hijos) y sus grises. El padre del narrador está ausente y la madre trabaja casi todo el día, de modo que el Nari y su hermana mayor, la Flaca, se hacen cargo de los dos chicos menores. La situación económica de la familia mejora lentamente desde que Adrián consigue empleo en una panadería, lo que a la vez lo aleja de su casa. Bien dosificados, como parte de la cotidianidad, se dejan ver ciertos fogonazos de la historia del país claramente reconocibles, que hacen su parte en la trama e inciden en la vida de los personajes. No resulta azaroso que todo transcurra entre la última dictadura militar y el final del gobierno de De la Rúa.
“Mi madre se quejaba de que doña Coca siempre andaba metida en la política”, dice el narrador en un momento. El lenguaje, con una delicada progresión de registros, suena natural. El habla del conurbano (los personajes muchas veces “tiran” frases en vez de decirlas, por ejemplo) se reelabora de manera apenas perceptible, pero profunda, y se mezcla con unos pocos términos uruguayos, salpicados en boca de la madre.
El cuidado y la fluidez de la narración dejan ver que hay un arduo trabajo detrás del libro y un grado de madurez muy poco común para una primera novela. Mariana Komiseroff, nacida en 1984, ya había publicado un e-book con cuatro cuentos (Fósforos mojados) y había obtenido el segundo lugar en el Premio Itaú de Cuento Digital 2013. También participó en antologías y suele escribir reseñas sobre libros y obras de teatro.
El epígrafe de su novela dice: “Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra”. La cita de García Márquez alcanza un sentido pleno y da una vuelta de tuerca sobre el final de esta historia sencilla, potente, muy bien contada.
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