Domingo, 3 de enero de 2016 | Hoy
MARCELO COHEN
Como lo indica su título, Algo más hace un agregado, que siempre arrima algún nuevo matiz a la serie de libros que desde Los acuáticos, Marcelo Cohen ubica en un lugar llamado Delta Panorámico. Esta vez, una crisis al estilo 2001 ha sacudido el paisaje, dando origen a una resistencia que dos jóvenes llevarán adelante de un modo político para nada reñido con lo artístico.
Por Damián Huergo
Nada más agotador que empezar a leer una reseña de un autor argentino con una cita de autoridad de un pope francés. Sin embargo, se vuelve difícil hablar de la última novela de Marcelo Cohen, Algo más, y no pensar en el enunciado con el que Roland Barthes llamó a su primer seminario en el Collège de France: Cómo vivir juntos. La pregunta, rabiosamente contemporánea, sirve para pensar interiores estallados, para nombrar la dulce calma que extraña a las tormentas y, sobre todo, para idear otros modos de articular lo común. Es una pregunta que desnaturaliza lo dado, que prende una alarma, que señala lo que moldea la inercia en los espacios cotidianos. Una pregunta que nos lleva a pensar que hay algo más, que el aquí y ahora también puede ser una condición de posibilidad para otra cosa. Esa potencia es lo que contemplan Gaco y Tamastú, cuando se encuentran por azar en una esquina cualquiera, tras protestar en la calle contra un gobierno quebrado, dosmiliunista, que no puede detener la crisis más aguda que tuvo la Isla Kump en los últimos treinta años.
Como sucede desde el libro de cuentos Los acuáticos en adelante, Marcelo Cohen ubica Algo más en el archipiélago literario que acontece en el Delta Panorámico; en esa isla-espacio imaginada que, al parecer, nos acerca a una dimensión de lo real más verosímil que aquello que denominamos realidad. La isla, en esta ocasión, hace de enclave situacional para la conversión de las ideas comunitarias de Gaco y Tamastú. El dúo de jóvenes, con los gases de la represión humeando aún de sus ropas, cansados de los discursos indignados por lo que debería ser y ya no es, encuentran en el otro a un par, a un complemento necesario para empezar un armado colectivo mediado por la invención absoluta.
Los modos de organización que plantean Gaco y Tamastú van más allá de los hábitos partidarios tradicionales; apuntan a una visión autonomista de la política, más cercana a lo social y a lo artístico. Sus prácticas, por momentos, recuerdan a los partisanos italianos que se reapropiaban de su destino y buscaban subvertir los órdenes establecidos. Con los restos de una tierra arrasada, animándose a “la reanimación de lo obsoleto”, el dúo armará una especie de vanguardia vintage que se propone re-componer los ejes ordenadores de la modernidad varios años después de su deceso definitivo.
Capítulo a capítulo, junto a diferentes secuaces, pasarán a la acción inventando juguetes similares a los extinguidos en el siglo veinte; construirán una cinemateca para alejar “los trastos de una vida enajenada” de los espectadores; intentarán traspolar sensaciones corporales vía una banda de música, o se propondrán mediante la danza recuperar la experiencia real (“¿qué es una experiencia?”, se preguntan reiteradas veces). Esta suma de acciones alcanzará su punto más alto cuando elaboren el davincesco condoravio, estimulados por la convicción de que la salida a un mundo mejor –tal como es el deseo que rige su ética– no puede ser sólo terrenal.
Leídas una detrás de otra, las acciones políticas encadenadas en la trama con el vértigo de una novela folletinesca, parecen flamear el lema “la imaginación al poder” del Mayo francés. De un modo paradójico pero no ilusorio, cada una de esas aventuras va limando las diferentes proyecciones de sociedades utópicas que a priori planteaban. Sin embargo, ante los sucesivos derrumbes, como si rigieran su hacer por un anti-método apoyado en el amor fati, el dúo sigue intentando, pensando, discutiendo sobre lo hecho y lo fallido.
En Algo más las conversaciones entre Gaco y Tamastú son la sustancia de las acciones que concretan. Indistinguibles una de otra, pensar y hacer se transforman en el libro en un amasado que posibilita los movimientos de los personajes. En uno de los diálogos más bellos del libro, Gaco le dice a Tamastú: “Cada cosa que uno hace, por chiquita que sea, tiene que ser como un detalle imprescindible del mundo en que le gustaría vivir. Pero ese mundo tiene que ser un mundo conseguible, (...) si no es al piulo.” Y en esta frase, recortada del texto por su esencia de haiku, se percibe una posición implicada, afirmativa, con efectos y afectos. En otras palabras, un modo de estar y de vivir juntos en ese mundo que es todos los mundos.
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