Dom 06.03.2016
libros

FERNANDO MURAT

UNA AVENTURA INESPERADA

Una novela en verso resulta de por sí un proyecto tan alocado que sólo queda la sorpresa de ver que su realización escapa a la teoría y consolida un notable experimento literario con humor, gracia y sensibilidad. Diario de viaje de Fernando Murat trama una aventura barrial y metafísica que hace estallar los límites de lo real.

› Por Mariano Dorr

La literatura argentina actual se encuentra en un momento de explosivo extrañamiento de sí misma. Al menos dos novelas publicadas recientemente dan cuenta de esta situación: La familia, de Gustavo Ferreyra, y ahora Diario de viaje, de Fernando Murat. Son dos libros difícilmente comparables entre sí. Lo único que tienen en común es su capacidad de plantarse ante el lector para asegurarle que nunca antes se había escrito algo parecido. Hay una ruptura completamente inesperada. Las páginas se suceden y en ningún momento nos acostumbramos a la novedad. En el caso de la novela de Ferreyra sería como acostumbrarse a recibir puñetazos. En el de Murat, sería como respirar abajo del agua. El Diario de viaje es una exploración inconcebible, una obra que en principio pareciera una empresa ya imposible de llevarse a cabo: una novela en verso. A medida que nos sumergimos en la “dimensión floresta” en donde ocurren las “aventuras” comenzamos a comprender que la experimentación literaria puede ser un juego tan sencillo y gracioso como audaz y hasta indescifrable.

En el breve Un día de diversión en la calle Brasil de 2010), el universo poético que despliega el Diario de viaje ya estaba de algún modo prefigurado. Mitologías barriales, misterios y fantasmas ferroviarios cruzados con el espíritu gauchesco y una máquina literaria en permanente desarrollo de una escritura rara, deformante y desaforada. Uno de los efectos más perturbadores de todo el libro se encuentra en la construcción de la voz del poeta, escindida de la voz de su “espíritu”. Juntos, el poeta y su espíritu, a veces acompañados también por un recuerdo, una ilusión o una pasión, recorren el mundo para fijarse si “hay vida más allá de floresta”. Ir a ver un concierto se convierte entonces en una especie de expedición a los indios ranqueles: “pero yo les digo que mi espíritu explorador / que camina y camina sin saber adónde va / me llevó un día hasta ministro brin a ver a la cosa mostra / cerca del riachuelo donde tocan unas bandas de rock / incluso las que vienen al mar / y cuando caminaba sin conocer las calles pensaba / llevado por mi cantante favorita / atravieso noches, tengo valor / porque había llegado tan lejos como podía / con el colectivo veinticinco / y me daba fuerza en esas tierras que parecían desconocidas”.

En un mismo capítulo se respira simultáneamente el aire de Mansilla y el de Paula Maffía, pero el color local se trastrueca de repente y es el marco creado por Gustave Flaubert –la novela moderna– el que, un momento después, domina el texto. En efecto, en uno de los “cuentos del abierto” (versos que aparecen en bastardilla, como intervalos entre los capítulos del libro), un gaucho asediado por “la extrema realidad” chilla: “¡madán bobarí semuá!”. Y otra vez: “¡semuá, carajo, / que ya me están haciendo calentar!”, y grita “¡viva la extrema realidad!”. Entonces el lector se ve inmerso en el drama no de la novela realista sino de la novela de la realidad llevada a sus límites, siempre en verso.

Vale la pena recordar algunas especulaciones de Flaubert durante los años en que componía su Madame Bovary. En una carta a Luisa Colet, fechada en enero de 1852, anota que lo que querría escribir era ni más ni menos que “un libro sobre nada; un libro sin ligadura exterior, que se mantuviera solo por la fuerza interna del estilo, como se mantiene en el aire la Tierra sin estar sostenida; un libro casi sin tema o en el cual el tema fuera poco menos que invisible”. Esta especie de “ideal flaubertiano” se cumple en el Diario de viaje de Murat hasta hacerlo estallar en mil pedazos. Como en un espectáculo callejero, la novela esboza sin teorías su propio escenario de representación: “el show de los payasos perverso y reverso / y su famoso espectáculo Te confundo con mis versos / con el número especial lleno de sorpresas y alegrías”.

El espíritu acompaña al poeta rodeándolo como si se tratara de un Zaratustra criollo; las ilusiones y los recuerdos personificados son como animales que lo siguen y al mismo tiempo lo arrastran a cada paso: “la ilusión me llevaba de acá para allá / me zamarreaba porque era una ilusión mandona / con aires de ensueño y de madona / y me dejaba a los tumbos entre imágenes extrañas / por esos tiempos cruzaba kilómetros con mi grabador ranser / llevaba escritas en un cuaderno las letras de mis canciones favoritas / y las memorizaba como una novena / escuchaba cantar ¡todos habrán volado! / en silencio mientras caminaba en las vías del tren san Martín / y planeaba un viaje al sur para poder ver de cerca los campos de frutillas / pero como nunca fui muy valiente / iba y venía por la ruta ocho / en el colectivo azul de cartelitos de colores / el amarillo de puerta cuatro, el rojo de barrio santa rita / y el azul que iba hasta el infinito, / mi espíritu, que se había hecho amigo de mi ilusión, / se burlaba y decía ahí nomás el andariego primaveral / de flores a villa del parque y sin descanso a josécepaz”. Sin descanso, así se suceden los treinta y cuatro capítulos del libro con sus “cuentos del abierto” intercalados, acompañados de hermosas ilustraciones: manos vendadas, locomotoras a vapor, personajes en antiguas bicicletas.

Diario de viaje (una noveleta en varios tiempos y algunos cuentos del abierto). Fernando Murat Paradiso 370 páginas

Martín Kohan, en una conferencia sobre la desfiguración en la literatura argentina actual, señaló que en la obra de Murat aparece un poeta que “entona epopeyas, las de quien surca mares desde un mundo hasta otro, pero en escalas de modesto cabotaje o en mapas reducidos de un traspaso apenas barrial”. Diario de viaje es un relato alucinado, un proyecto poético desmesurado y fascinante, casi inasible de tan real: “un recuerdo amigable me palmeó la espalda / se quedó un rato largo en silencio haciéndome compañía / en medio de la lluvia / cuando estaba por dormirme sacó una bufanda / la dejó sobre mi hombro y susurró / cúbrase mi amigo / es la hora en que las cosas empiezan a transformarse”.

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