Autores y autoridad
Gloria Origgi es investigadora de la Universidad de Bolonia, donde enseña además filosofía y ciencia del conocimiento. En 2000 fundó EURO-EDU, una asociación para el desarrollo de proyectos de investigación basados en Internet. La presente entrevista con Umberto Eco fue realizada en el contexto de un coloquio internacional en la materia e integra el repertorio de la Biblioteca pública de información del Centro Pompidou.
Por Gloria Origgi
En las diversas oportunidades en que se lo ha interrogado sobre las promesas y los riesgos que implica la llegada de Internet,
usted ha evocado a menudo el problema del filtraje de la información.
–Es el problema fundamental de la web. Toda la historia de la cultura consiste en la puesta en funcionamiento de filtros. La cultura transmite la memoria, pero nunca transmite toda la memoria. Puede filtrar bien, puede filtrar mal, pero hay algo que nos permite interactuar socialmente, y ese algo es que todos hemos tenido, más o menos, los mismos filtros. Luego, el científico, el investigador, puede poseer otros filtros, pero eso es otra historia. Con la web, todos y cada uno de nosotros se encuentra en la situación de tener que filtrar solo una información tan difícil de digerir por su amplitud que, si no llega filtrada, no puede ser asimilada. Esta información se filtra por azar. En consecuencia, ¿cuál es el primer riesgo metafísico del asunto? Que nos encontremos en una civilización en la cual cada uno tenga su propio sistema de filtro, es decir, una civilización en la que cada uno fabrique su propia enciclopedia. Hoy, una sociedad con cinco millones de enciclopedias que compiten entre sí es una sociedad que ya no comunica. Además, los filtros a los cuales nos referimos son productos de la confianza que tenemos en la llamada “comunidad de sabios”, que a través de los siglos, debatiendo entre ellos, han aportado la garantía del filtraje. Esta comunidad ha sido, desde todo punto de vista, razonable, mientras uno se puede imaginar lo que podría producir el filtraje individual hecho por cualquiera, supongamos por un muchacho de catorce años. Nos podríamos encontrar, de esa manera, frente a una competencia de enciclopedias, algunas delirantes.
Sin embargo, hoy contamos con sistemas automáticos de filtraje que son adaptados para este medio específico de comunicación, como por ejemplo los buscadores.
–Los buscadores no constituyen un sistema de filtraje. Están surgiendo algunas polémicas acerca del hecho de que los buscadores “filtran” solamente la información paga. Excluyo la posibilidad de automatizar la función de filtro. La única solución es que existen autoridades externas, o incluso internas, a la web. Daré un ejemplo. He hecho recientemente una búsqueda sobre el Santo Grial. Encontré treinta sitios. Como estoy muy informado acerca de este tema, no tuve inconvenientes para identificar uno de carácter filológicamente correcto y dos correctamente enciclopédicos. Todos los otros eran el producto de locos ocultistas delirantes. Soy un experto en el tema: pero el pobre desgraciado que aborda por primera vez el tema del Grial, ¿cómo hace para filtrar? Puede caer en las manos del primer charlatán que haya hecho un sitio. Pero, ¿cómo podrían nacer estos grupos de monitoreo? ¿Pueden monitorear toda la web? Aun cuando lo hagan todos los lunes, la situación ya habrá cambiado los martes. Deberán existir los monitoreos especializados: la Sociedad Internacional de Filosofía, por ejemplo, hace un monitoreo de todos los sitios de Filosofía, un poco como lo hacían los miembros de la Oficina Católica del Cine, que, fuera de toda consideración religiosa, indicaban “Películas prohibidas para menores”, “Películas para adultos”, “Películas aptas para todo público”. Si yo confío en la Sociedad Internacional de Filosofía y si ésta me dice: “Este sitio sobre Kant no es adecuado”, entonces no lo utilizo más. Pero ya he discutido muchas veces acerca de la manera en la que estos grupos de filtraje pueden existir y expresarse: si se expresan en el interior de la web, ¿cómo hace el visitante ingenuo para saber que es un sitio de monitoreo, un sitio de expertos? Si se expresa en el exterior, supongamos que en el Boletín X, o en la Revista Y, este material estará sólo al alcance de un porcentaje mínimo de navegantes. Todos estos problemas todavía no se han resuelto.
¿Cómo se puede distinguir este tipo de
control ejercido por una autoridad que
filtra de una entidad que representa más bien una nueva forma de censura?
–Una autoridad que filtra no se llama “censor” sino “consejero”. Perdóneme, pero si yo voy a ver a mi consejero económico y le pido que me diga qué acciones comprar y qué acciones no comprar, éste no actúa como un censor: es un consejero que me dice que es conveniente para mí comprar esas acciones más que otras que han provocado toda una serie de problemas. En este sentido, toda la cultura sería censura. Una institutriz que indica que dos más dos no es cinco censuraría al chico que no lo sabe. Entonces, el trabajo de filtraje forma parte de la educación. La censura consiste en impedir la circulación de información, mientras que el filtro hace un juicio sobre esa información. Es muy distinto: si critico un libro de historia en la primaria, yo hago una crítica activa; si lo hago confiscar por la policía, ejerzo un acto de censura.
Otra discusión en relación con las nuevas tecnologías afecta a la propiedad intelectual. ¿Qué piensa del problema del copyright?
–El problema del copyright, como mucho, se remonta a cuatro siglos, cuando comenzó a aparecer, en los libros del siglo XVII, el privilegio del rey, una declaración que defendía, de algún modo, los derechos de un libro en particular. De todos modos no dejó de darse, a lo largo de los siglos XVII y XVIII, la publicación de libros que venían de Adelphia o de cualquier otra ciudad inexistente; se reimprimía con total tranquilidad un libro publicado en París o Amsterdam... Suplicio y delicia para los coleccionistas, porque es extremadamente difícil distinguir la primera edición original y la primera edición pirata: se deben ver las divergencias de impresión. En suma, la propiedad intelectual es un hecho relativamente reciente. Del mismo modo que no existía antes, bien podría ser que dejara de existir en el futuro o que adoptara nuevas formas. Yo soy un autor, y espero el dinero de mis derechos de autor, pero cuando me he enterado de que se había hecho alguna edición pirata de mis libros en Cuba, o incluso en Alemania o China, mientras mi editor se ponía loco de furia, yo no me sentí infeliz del mismo modo, y esto porque me conviene que mi obra circule. Puede ser que esto se convirtiera en un problema si llegara el día en que yo no percibiera ni un centavo por un libro que hubiera escrito. Como usted imagina, estos problemas no se superan fácilmente.
Por ejemplo, del mismo modo que en una época los escritores estaban esponsoreados por sus Señores (barones, duques, condes), hoy en día podrían ser esponsoreados por la publicidad, lo que podría significar una enorme pérdida de libertad, porque el derecho de autor ha representado un elemento de libertad para el escritor, que no tiene ya que rendir cuentas a un mecenas sino a un público indiferenciado, que lo acepta o no; perder ese derecho de autor podría representar una forma peligrosa de pérdida de libertad porque, si no se obtiene remuneración a través de los derechos, entonces deberá encontrársela en Berlusconi, el Vaticano, los partidos democráticos de izquierda o la Coca Cola. Esto constituye ciertamente un problema enorme.
Las soluciones deberían ser jurídicas y resolver el problema en una dirección o en otra. Lo que puedo señalar, en todo caso, es que el sistema de protección de la propiedad intelectual podría cambiarse en una dirección que representara una violación de la democracia y de la libertad y que su desaparición podría representar un serio peligro.
La protección de la libertad intelectual es claramente distinta según los tipos de
textos. Stevan Harnar sostiene que hay una diferencia fundamental entre las publicaciones científicas, para las cuales el autor busca la mayor difusión, pero sin consideración de los derechos devengados, y otros tipos de publicaciones para las cuales el acceso debería continuar siendo pago.
–Un texto de estudio queda enteramente retribuido en parte por el salario universitario y en parte por los fondos obtenidos para la investigación. En consecuencia, debería ser de dominio público. Un libro de carácter científico, aun si tiene cierto suceso, no enriquece a su autor. El problema surge en relación con la propiedad “literaria”.
¿Los dos derechos son, entonces,
diferentes?
–Absolutamente. Y yo pienso que, aun cuando se encontrara gratuitamente y de inmediato en Internet el último premio Goncourt, por ejemplo, habría una parte del público que, para poder completar su colección o para leer en el tren, continuaría prefiriendo la versión en papel, y de este modo las cosas se equilibrarían. Además, tal vez alguien (yo personalmente no lo haría jamás) podría leer cuatrocientas páginas en la pantalla, pero me parece ciertamente difícil que alguien ponga en tan grave riesgo sus cervicales. Daniele Barbieri dijo que eso podría cambiar porque se pueden imaginar grandes sistemas de proyección en las casas que permitirían leer una novela incluso estando en la bañera. ¿Pero a qué se llegaría? Si la novela no me gustara, la borraría. Pero si me gustara mucho, tendría que imprimirla, y obtendría un objeto que se me caería de las manos, inutilizable. En consecuencia, tendría que obtener un ejemplar en papel para poder guardar en mi biblioteca.
trad. D. B.