NICKOLAS BUTLER
En Canciones de amor a quemarropa, Nickolas Butler hace funcionar con simpatía y eficacia el transitado terreno de las amistades varoniles en medio de la crisis de los treinta y pico, con un cuarteto de hombres que se reencuentran en el pueblo para volver a vivir. O para intentar seguir viviendo.
› Por Rodrigo Fresán
Uno ya ha visto muchas veces esta novela. Y digo visto y no leído porque Canciones de amor a quemarropa resuena con la cadencia y letras de ciertas películas. Esas que ahora hasta tienen un subgénero propio: bromance o brothers romance. Es decir: historias de fraternales amistades masculinas y hermandades de sangre. Y ahí, claro, las mujeres funcionando como fuerte tejido conectivo y pegamento emocional para que los amigos se encuentren en los bares a maldecirlas o a brindar por ellas o las dos cosas al mismo tiempo en el orden que se prefiera y otra vuelta para todos mientras se aúlla el estribillo de ese himno al tiempo perdido pero jamás olvidado que es “American Pie” de Don McLean. Ya saben, títulos como American Graffiti de George Lucas o La última película de Peter Bogdanovitch o Dinner de Barry Levinson o El relevo de Peter Yates o Fandango de Kevin Reynolds. O –en el caso de este debut novelístico de Nickolas Butler– muy especialmente Reencuentro de Lawrence Kasdan o Beautiful Girls de Ted Demme, cuyo guión ganó el premio a Mejor Guión en el Festival de cine de San Sebastián en 1996.
No es que este tipo de territorio no tenga referentes literarios –títulos de Larry McMurtry, Pat Conroy, Richard Russo, Michael Chabon y hasta la implacable mirada femenina sobre el amor macho de Ann Beattie en Postales de invierno– pero lo cierto es que este tipo de trama nos obliga, casi automáticamente, a armar casting con rostro de actores más o menos indie.
Y aquí hay buen material para interpretar porque –como es de rigor– los roles de hombres sensibles, de beautiful boys, suelen distribuirse con modales de arquetipo proyectándose y siendo proyectados aquí contra el paisaje duro y curtido de Little Wing, Wisconsin.
A saber: Henry (granjero honesto y padre de familia y marido ejemplar de su novia de juventud), Ronny (estrella de rodeo al que una mala y dura caída dejó atontado de por vida pero más querible que nunca), Kip (quien vuelve de Chicago convertido en insatisfecho yuppie de éxito decidido a que lo quieran por salvar al pueblo) y Leland (alias Corvus, cantautor hipersensible con poses del Walden de Thoreau, capaz de oír atardeceres, y responsable de un álbum legendario, Canciones de amor a quemarropa, que grabó a solas y en un gallinero y que se ha convertido en una suerte de desgarrada biblia sónico-emocional de toda una generación emo-electric-folkie).
Y los cuatro amigos legendarios se reúnen para la boda de Kip (se sabe que los bautizos y bodas y funerales suelen ser la coartada para el todos juntos ahora en este tipo de asunto) después de tanto tiempo. Y enseguida está lo de la boda de Leland. Y la boda de Ronny. Y divorcios y separaciones y shots de bourbon. Y entre una y otra reunión, se descubre que las cosas no estaban tan bien entre ellos. Tampoco tan mal. Pero ahora hay, sí, beautiful girls de por medio. Y ha llegado el momento –la crisis de los treinta y pico– de cantar cosas que nunca se dijeron. Y Corvus (el interés añadido de la novela y el adelanto de seis cifras para un autor desconocido pasó por estar inspirado directamente en la figura ya icónica de Bon Iver, leyenda local en el Wisconsin de Butler, y en su formidable estreno musical: el invernal y ermitaño y crepuscular For Emma, Forever Ago, ganador de dos Grammys en 2008) despliega sus alas de regreso al pueblo chico luego de fracasar en un matrimonio con actriz tan hermosa como volátil. Y su sombra es muy larga y muy grande. Y, sí, lo de antes, lo de siempre: ya la vieron, ya la leyeron.
Pero hay que reconocerle a Butler el calculado muy buen ritmo en que va desgranando la trama en capítulos que van siguiendo alternativamente a cada uno de los personajes y se van ordenando como canciones de uno de esos álbumes conceptuales sufridos pero estoicos en los que el intérprete más que sostener la guitarra parece sostenido por ella. Y como todo el elenco del libro se va componiendo como una banda de sonidos, cada uno diferente, a repartir entre todos y cada uno de los personajes. Y Butler es especialmente virtuoso a la hora de escribir y describir cómo suena la música de Corvus y como parece afectar a todo aquel que la oye. Y especialmente loable es el modo en que, cerca del final y bajo la nieve, Butler parece flirtear con la posibilidad de desbarrancar en la curva peligrosa y traicionera de la tragedia fácil o la telenovela con golpe bajo y frena justo a último momento.
Y así llegamos a la última página feliz tan felices de haber conocido a todos estos tipos que, claro, se parecen bastante a sus equivalentes en nuestras propias vidas, cada vez más cortas por delante y más largas por detrás.
Y, sí, por supuesto: los derechos para el cine de Canciones de amor a quemarropa ya han sido adquiridos por un gran estudio.
Y apuesto algo a que el recientemente oscarizado y cantarín Jared Leto va a ser Corvus.
No ha trascendido aún si Bon Iver se hará cargo del soundtrack.
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