KENNETH BERNARD
Autor norteamericano altamente considerado por la crítica de su país, Kenneth Bernard practica una literatura sutil y epifánica. La publicación de Unas pocas palabras, un pequeño refugio, permite abordar a un escritor escasamente difundido en la Argentina.
› Por Damián Huergo
Existen pocos libros que desde su mismo título nos cuenten todo su contenido y que, además, suelte hilos para un posible manifiesto vital y literario. Es el caso de Unas pocas palabras, un pequeño refugio del neoyorquino Kenneth Bernard, un escritor más que celebrado por la crítica sofisticada de su país. La editorial Fiordo se ocupó de traducirlo y de hacerlo circular en un volumen que incluye varios de sus mejores relatos. Una pequeña muestra de una obra consolidada que funciona como una especie de calle marginal de la literatura norteamericana contemporánea. Una calle ilustrada, excéntrica y poética que tiene la virtud de llevarnos a ninguna parte. O, en el mejor de los casos, nos arroja con humor y demasiada altura a un vacío que está debajo del suelo que pisamos a diario.
En los relatos breves de Unas pocas palabras, un pequeño refugio parece no haber desdoblamiento entre el narrador y el autor. La voz pausada del primero acompaña los pasos aún más lentos del segundo. Kenneth Bernard, como si fuese un flâneur de la vida doméstica (precisamente dos de los mejores textos del libro se llaman “Caminar” y “Flâneur”) parte de un acontecimiento cotidiano para mediante un espiral narrativo ascendente elevar la contemplación terrenal a una dimensión metafísica. El punto de largada para que irrumpa el rayo epifánico puede ser el ingreso de un murciélago a una habitación conyugal, la visión de un animal atropellado en la banquina o como sucede de modo recurrente, la visita a los mundos que contiene la biblioteca del autor.
Cada uno de los diecinueve relatos del libro va horadando una sabiduría que Bernard revela de a gotas. Recién en los párrafos finales aparece la forma definitiva; el redondeo perfecto de una idea, de una iluminación que cae con una fuerza suave similar al punch que daba Joaquín Giannuzzi en el último verso de sus poemas. Por ejemplo en “Foxtrot y otras cuestiones”, Bernard construye una tesis partiendo de un dato menor de la gran artista rusa Liubov Popova. Se pregunta por los motivos que llevaron a los biógrafos a ponderar su labor revolucionaria, su obra y su triste final en detrimento de su talento para el baile, como si esta última capa de su personalidad no fuese fundamental para conocerla. En una sintonía similar, en el cuento que le da nombre al libro, Bernard despliega el corpus filosófico sobre el que se sostiene el sentido de su escritura: “Con el tiempo uno debe darse cuenta que cada nombramiento niega, o por lo menos negocia, la historia del mundo, agranda el vacío, y si no es capaz de escuchar las sílabas silenciosas, los sonidos del desorden infinito, uno no sabe nada, apenas roza la superficie”.
Con procedencias distintas (aunque en el fondo del cuadro asome el perfil de Samuel Beckett) pero con estilos y búsquedas semejantes, Kenneth Bernard comparte el territorio del relato breve con autores de la importancia de Lydia Davis y David Markson. De la primera sin llegar a la ultrabrevedad de sus últimos textosse reconoce cierta familiaridad en el uso del recurso del listado como género narrativo poético; además de una devoción compartida por la gramática y las posibilidades del lenguaje dicho y no dicho. Del segundo, lo emparenta la forma experimental de sus derivas interiores y algunas inquietudes intelectuales, como los modos de intervenir un texto, tal como sucede en “La guerra de los notalpieístas y los notalfinalistas”.
La lectura de Unas pocas palabras, un pequeño refugio genera la extraña sensación de entrar, por un tiempo breve. a un paréntesis de lucidez en medio del devenir cotidiano. Un sacudón de sentido sostenido en detalles menores; un refugio que nos ayuda “a atravesar otro día”, como señala en el maravilloso relato filial “Ahorrar”. Kenneth Bernard, como nos anuncia desde el título, escribe y piensa con uno ojo puesto en las cuestiones pequeñas, escuchando el silencio que hay entre las sílabas, a la caza de “las palabras indecibles que siempre están ahí, esperando”.
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