FEDERICO LISICA
Novela de iniciación ambientada sobre el filo del nuevo siglo, Un error maravilloso de Federico Lisica recrea ese momento crucial en el que los forasteros deben decidir si asentarse o seguir viaje. Y lo hace con sensibilidad, rindiendo culto a la infancia, los amigos y el fútbol.
› Por Laura Galarza
Esa porción de territorio indefinido donde estamos en tránsito. Así definió Marc Augé el “no lugar”. Y puso de ejemplo a hoteles, aeropuertos y autopistas. Pero bien podría aplicar a esa territorialidad difusa, el no soy de aquí ni soy de allá que se crea al dejar el pueblo de origen para migrar a la gran ciudad. Migración que no termina nunca, vaivén gozoso de aquél que regresa a casa a condición de poder volver a irse. En ese no lugar entre San Nicolás y Buenos Aires transcurre Un error maravilloso, primera novela de Federico Lisica. Todo comienza en enero de 1999 preludio del Y2K y las elecciones presidenciales y Martín, el protagonista, va a cumplir 24. “Los veinticuatro son la fecha límite para lograr un cometido en la vida. El resto de tus días, pibe, van a estar marcados por lo que hiciste hasta entonces. Así que tenés un changüí de algunos meses”. La frase es del peluquero a domicilio de la madre, que sacude a Martín de tal forma que lo decide a hacer una lista de las cosas que se propone para ese año. Estructurada en formato cada capítulo un mes, de enero a diciembre, Un error maravilloso avanza para que Martín cumpla con la lista, devenga adulto (léase: se desencante), deje el departamento de sus padres en Buenos Aires y se mude por las suyas con un amigo. Lo primero es lo primero en el camino al desencanto, así que Martín consigue un trabajo formal en LH Video donde debe redactar las sinopsis de las películas que van detrás de las cajas para tentar a los clientes. Más que un trabajo, eso le da a Martín una perspectiva de la realidad. A manera de storylines, esas sinopsis mechadas en la novela funcionarán como pequeñas ventanas a realidades tangenciales que enriquecen la trama.
En este año del pasaje del protagonista, los que tendrán un papel principal serán los amigos “Los marselleses” cuando juegan fútbol 5 con los que Martín suele meterse en el zoológico de noche, o robar CDs en Musimundo. Amigos que conforman un ramillete de personajes funcionales a su vida: El Duque, Chapa, Andy, Echeverría. Y el otro condimento que no puede faltar en cualquier mesa masculina: las mujeres. Dos aparecen en el horizonte de Martín y lo harán zozobrar, Silvia, la vecina con la que se conocen por el patio interno del edificio y “la holandesa”, una amiga de la infancia devenida azafata y a quien abandonaron de pequeña en una cancha de fútbol. San Nicolás es el otro escenario que Martín visita ahora hecho un hombre. El pueblo de la infancia que también mutó de “ciudad del acero” (su padre fue un clásico ingeniero de Somisa) a reducto religioso, desde el día que la virgen se le apareció a una lugareña para enviarle mensajes al mundo y ordenarle que levante una iglesia en medio de un descampado. Un gran capítulo es aquel cuando Martín lleva a su chica de recorrida por el pueblo. ¿Aldeano o forastero? ¿En qué se convierten los oriundos que vienen de la capital y se pasean mitad dueños, mitad turistas?
Y el fútbol. El otro gran protagonista de esta novela que dedica varios pasajes a los partidos donde Los Marselleses se mide con rivales de lo más disímiles. Aunque en literatura y desde Fontanarrosa, se sabe que hacer del fútbol ficción, no es sólo contar un partido: “No importa lo que pasa en la cancha, sino lo que está afuera, lo que rodea y hace a la cancha. Como hicieron los norteamericanos con sus boxeadores: la pelea es lo de menos. Y lo que interesa no es el combate en sí sino lo que hace a su esencia”. Por otra parte Lisica ya viene de publicar un libro futbolero, Siamo Fuori (Planeta, 2014) ensayos y crónicas sobre la selección argentina.
Si la infancia es un terreno maleable y plástico, donde todo está por ocurrir, la adultez es el lugar de la condensación y la forma. “El callo se transforma en hueso”, le dice el amigo médico a Martín antes de sacarle el yeso que le dejó uno de los tantos partidos pequeñas batallas que se libran en esta novela. Y cierra: “Puede que te mueras con eso”.
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