Dom 24.04.2016
libros

JUAN DESIDERIO

EL SALÓN Y LA CALLE

Juan Desiderio es poeta y bibliotecario, ambos oficios que empezó a ejercer desde muy joven y que mantuvo como dos pasiones inalteradas. Su poesía bebió de las fuentes del rock, de las voces y los personajes de la calle, del tango, fuentes orales a las que fue sometiendo a un proceso de despojamiento y precisión que cristalizó en uno de los libros más notables de los 90: La zanjita, publicado en 1996. También habría que sumar uno anterior, Barrio trucho y varios poemarios que le siguieron y que ahora se recopilan en Obra poética, un volumen que abarca la producción de casi veinticinco años, desde 1990 a 2014. En esta entrevista Desiderio repasa la evolución de su escritura, su pasión urbana y su manera de armar bibliotecas barrio por barrio, libro por libro.

› Por Mercedes Halfon

Juan Desiderio es poeta y bibliotecario. Su poesía empezó a leerse a fines de los ochenta, generando más que un aire nuevo, un ventarrón, un cimbronazo para los cultores del género. Textos producidos además, en el marco de una periferia total, desde espacios desregulados en la era analógica: libros mimiografiados, que se leían en sótanos, para los cuales volanteaban en la calle los mismos poetas, o vendían los ejemplares también ahí, en una calle Corrientes que hacía unos años que había vuelto a relucir. En aquella época la escena de la poesía era todavía mucho más pequeña de lo que es ahora, que sigue siendo pequeña, manofacturada y lateral. En ese enclave emergió la voz de Desiderio con libros como La zanjita y Barrio trucho, fundantes de la que después se conoció como poesía del 90 y que se continuaron con una prolífica serie que sigue hasta hoy, cuando vuelven a ver la luz en su robusta Obra Poética. Un volumen que compila lo producido entre 1990 y 2014, casi veinticinco años de textos. Leerlo es como un viaje, una experiencia interestelar: atravesar universos remotos y oscuros, seres insólitos e ignorados, linyeras y demonios que operan sobre bandas de rock pesado, todos tocados con una lengua nueva, una poesía de cierta distorsión rítmica, con tintes místicos, que emerge como un rumor desde los cordones de la vereda, los barrios alejados, ensombrecidos por la dictadura y el neoliberalismo, espacios que parecían negados a la epifanía hasta que este poeta decidió cantar.

Como un Philip Larkin porteño, Desiderio es poeta y bibliotecario, aunque su aspecto es más el de un cantante de banda –porque también ha tenido y tiene bandas– que el de un erudito conservador. Para encontrarlo, lo más fácil es ir hasta la Biblioteca Estanislao del Campo que comanda en Parque Chacabuco, a la que acuden vecinos de lo más variopinto –señoras jubiladas, sesudos estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras, desocupados, chicas vendiendo pan relleno– que lo llaman Juancito. Mate en la mano, interrumpido cada tanto para ir en busca de un libro, se dispone a hablar sobre poesía. Probablemente, su tema preferido.

AVENIDA RIVADAVIA

Cuenta Desiderio que la poesía lo alcanzó mientras aprendía a tocar la guitarra. Componer poemas le resultó parecido a componer canciones, por lo que alrededor de los doce, se largó a escribir unos sonetos sobre zombies, extraterrestres y otros fenómenos paranormales que lo interpelaban por aquel entonces. Continuó con la lectura de poetas como León Felipe, Dylan Thomas y la estocada definitiva del Aullido de Allen Ginsberg. Algo se le debe haber colado de todo esto, porque se respira cierto espíritu beatnik en su propia búsqueda vivencial y poética, siempre ligada a la experiencia, el afuera, las calles del barrio. Desiderio se crió en Caballito y cuenta que se la pasaba jugando en la vereda donde era el más pequeño de la barra que escuchaba rock: “A los diez u once años ya escuchaba Deep Purple. Y creo que las letras del rock nacional como Spinetta, Moris, Javier Martínez, fueron de las cosas que más me hicieron escribir. Me acuerdo de cómo me conmovió “Avellaneda Blues”. Esa parte que dice ‘Y la grúa su lágrima de carga inclina sobre el Dock’ ¡ponía el Dock Sud de una forma tan elevada! después yo miraba mi barrio y empezaba a sentir eso. El rock de ese momento me acercó a la poesía”.

Una clave de lectura en esta lírica, además de un imaginario tan Manal, es el influjo del tango. La matriz expresiva de su voz, cierto uso gozoso del lenguaje arrabalero, vino desde ese lado. El cuenta una anécdota graciosa: “Con mi abuela veíamos siempre ese programa de televisión que se llamaba Grandes Valores del tango. Nos gustaba a los dos. Iban orquestas, cantantes y viejos poetas. Estaba Julián Centella, El hombre Gris de Buenos Aires, le decían. Y entre tango y tango recitaba poemas. Yo lo escuchaba y me flasheaba cómo pintaba la ciudad, de una manera muy oscura y especial. Era un lunfardo antiguo, pero también había rima y una métrica. Ahí conocí la poesía del tango. Seguí con Olivari, De la Púa, Celedonio Flores. Me abrieron los ojos al tema del ritmo, para hacer letras de tango ¡tenías que estudiar la métrica! Para mi el ritmo es fundamental. Cuando leo en voz alta siempre voy marcando con el pie, como si fuera el compás”.

ACARICIANDO LO ASPERO

Todo esto se va a plasmar en sus tres primeros poemarios: Barrio Trucho (1990), Argentina (1992) y La zanjita (1996). Así empieza el primero de sus poemas publicados: “Extraño hombre loco/ piso baraja buena/ puente deshecho/ cielo trapero/ pulso de industria/ obrero escombro/ muerto perro desviado/ ciego náufrago en contenedor”. El lunfardo que venía del tango y la imagen que venía del rock se espesaron y consolidaron en una poesía singular. Tal como iban a continuar haciendo los poetas de su generación, en las vertientes objetivistas de la llamada poesía del 90, armaba un universo mezclando cierto lirismo elíptico, despojado, con los espacios urbanos más tristes de la postdictadura. La cumbre de esta búsqueda llega con La zanjita: “El inicio, el punto luminoso de ese libro fue una vez que iba con el colectivo y vi un charco lleno de cáscaras de mandarinas. Ese charquito lo imaginé como un río entero. Barrio Trucho, en cambio, era Villa Lugano, donde vivía mi papá y me resultaba rarísimo: un lugar falso, armado, futurista y destruido a la vez. Me gusta crear una mitología con un lugar. Como te decía, soy muy callejero y en la calle veía cosas, personajes, el loco, la vieja. Y te queda ese imaginario popular. En el fondo todos somos personajes raros”.

Pero su búsqueda de ese reflejo distorsionado de la época, lo conduce no solo a hacer uso de la lengua barrial, sino al paroxismo de imitar el sonido de ese habla. Un experimento: “Quise sacarle una fotografía al habla y ponerla por escrito. Muchas veces en la pronunciación, por ejemplo, hay eses que ‘se comen’. Uno no habla como escribe, y yo lo que quería era escribir como uno habla. Esa era la idea, fotografiar el sonido”.

LOS LIBROS DE LA BUENA MEMORIA

Obra poética 1990 - 2014. Juan Desiderio Hesiodo 234 páginas

Desiderio, como muchos de su generación, vivió la dura experiencia del Servicio Militar Obligatorio en el final de la dictadura, de donde salió bastante triste y aturdido. Se decidió a estudiar Filosofía en la universidad mientras que paralelamente se ganaba la vida como inspector municipal, un trabajo que consiguió por puro azar. Algunos meses después pudo pedir un pase al área de Cultura. Cómo estudiaba filosofía lo ubicaron en Bibliotecas, donde su rol fue el de clasificar libros. Así fue que empezó a trabajar como bibliotecario, a los 19 años. Él cuenta: “A partir de ese momento, aprendí el oficio. Lo que tienen las bibliotecas de la ciudad es su sistema de ordenamiento, la Clasificación Científica Decimal Universal. Todos los libros de filosofía juntos, todos los de matemática juntos y después se subdividen. Entonces cuando vos trabajás en una biblioteca organizada de esta manera, lo hacés en forma fragmentada. Viene la gente todo el tiempo y uno te dice quiero un libro de matemática financiera, otro te dice quiero uno de cómo hacer chorizos, el otro, quiero una novela. Tu mente empieza a trabajar en forma fragmentada. Y eso es muy interesante”. Esa especie de mirada desagregada de la realidad también se filtró en su poesía. Como se empezaría a ver en sus libros siguientes como Angeles parricidas (1998), Tos (2002), Hipnosis y El almacén (2004) sus textos comenzaron a componerse de elementos heterogéneos que forman un sistema, una pequeña cosmogonía.

Sus compañeros de andanzas de ese entonces eran los miembros de dos revistas. La 18 Whiskys –Fabián Casas, Daniel Durand, José Villa, Rodolfo Edwards, entre otros– y La Trompa de Falopo que él mismo encabezaba. “Yo conocía a Casas porque éramos compañeros de la facultad. Colaboramos en una revista llamabada Un huevo y medio con él y Osvaldo Bossi. Esa publicación se escindió en la 18 wiskhys y La Trompa de falopo. Yo estaba con esta segunda, que era mimiografiada y callejera. En cambio la otra tenía ambiciones más gráficas. Pero eran como primas hermanas. Éramos una banda, durante muchos años íbamos los sábados a pasear por Corrientes, por Nave jungla, íbamos al teatro. Nosotros vendíamos la Trompa vestidos de árabes en la puerta del San Martín. Y un día se cruza Batato Barea que estaba trabajando en Liberarte. Entonces se copó y empezó a venir a vender la revista con nosotros, vestido de árabe también, medio performático ¡un bardo!”

Antes de llegar a la Biblioteca del Parque Chacabuco donde ahora está, el poeta pasó por otras: la Biblioteca Güiraldes, la Gálvez y la Evaristo Carriego. Ahí además pudo impulsar el taller de poesía que dio el inmenso poeta Joaquín Giannuzzi a lo largo de dos años. También ahí, con otros poetas armaron en 1989 una biblioteca dedicada exclusivamente a la poesía, la Raúl González Tuñón. “Nos dieron un espacio y lo gestionamos. Estuve yendo durante un año a editoriales y a otras bibliotecas a buscar libros de poesía, juntamos unos cuatro mil. El material que había era increíble. Me pusieron a cargo de la biblioteca, estuvimos un tiempo, después la biblioteca pasó a ser toda de poesía y después se cerró. Igualmente antes de que la cerraran me mandaron a Parque Chacabuco. Ésta se estaba abriendo después de diez años de estar cerrada. Este es un barrio donde hubo muchos anarquistas y comunistas a principio de siglo, por eso es especializada en temas de historia, sociología y anarquismo”.

Como un soldado, Desiderio fue pasando de biblioteca en biblioteca, dejando tras suyo un legado. “Me gusta que me trasladen. En diez años habré reconstruido seis bibliotecas en la ciudad y fundé una. También colaboramos desde acá con distintos lugares. La comunidad quom en Rosario, bibliotecas rurales, o una parroquia en San Miguel que tienen que pasar a buscar libros que les fuimos juntando”. Cuando se le pregunta por el futuro de las bibliotecas en la era del libro digital él reflexiona: “Ahora cuando hay acceso a los libros en Internet, mucha gente que podía venir ya no viene. Pero hay otra que quizás tiene hijos o su casa es chica y se viene a estudiar porque es tranquilo. Pasa a ser un espacio de calma. Pero también de diálogo. Vos fíjate que en la ciudad no hay ágoras, lugares donde se junte la gente a charlar de ciencia, de filosofía, de economía, como hacían los griegos. Esto está pasando en las bibliotecas. Se va a tender a eso. Van a cumplir una función de articular un dialogo. El estudio individual pasa a ser un estudio colectivo”.

DETRAS DE LOS OLIVOS

La Obra Poética de Desiderio se completa con una serie de libros inéditos, en su mayor parte poemas y otro de Aguafuertes, en que se avanza hacia una prosa poética, con pequeños relatos observacionales de la ciudad. En todos ellos el imaginario se amplía en imágenes suburbanas, góticas, posnucleares, fuertemente metafísicas. “Un rayo intenso de colores celestes cae sobre una fuente, cerca de un parque donde esta la tumba del gran Carpo. El sonido es como un disparo de advertencia, arrojado por un Angel arcabucero”. Un recuerdo sobre un rock perdido, las luces hipnóticas de la noche en la ciudad y la presencia de lo invisible, como una fuerza o una presunción.

A lo largo de los textos se va decantando una pugna entre lo material del habla y las imágenes, y cierta fuerza que parece venir de otro lado. Más allá de su sabida inclinación por la filosofía, la recurrencia de referencias mitológicas y bíblicas en sus poemas, más que detalles accesorios, revelan una forma de percepción. El poeta cierra con una imagen de su infancia, quizás el núcleo poderoso de donde salió todo lo demás: “Yo tenía cinco años. Mi mamá siempre fue muy devota, de San Roque, San Cayetano, tenía las bolsitas con monedas o espigas en una especie de altarcito. Una vez llovía mucho de noche, mi casa natal en Caballito se estaba empezando a inundar. Mi mamá salió en camisón al patio, prendió unos ramos de olivo benditos y gritó `¡Santa Bárbara bendita que pare de llover, que pare de llover!’. Me acuerdo de mi vieja bajo la lluvia con la rama prendida para que deje de llover, una imagen increíble. No la puedo olvidar. Las velas, las estampas, para mi son poesía. Para mí la poesía está afuera, en el entorno, en el aire. El poeta tiene que captarlo.”

Foto y foto de tapa: Catalina Bartolomé

I

Meté la mano
sacá lo hueso de poyo
de la zanja
meté la mano
te cortaste lo dedo
por sacar la mitá
de lo cien peso
de la tierra
y sus tendones
se vieron hermosos
bajo el sol.

II

Esto es un laboratorio
bienvenidos
el brazo derecho
arrodíyese ahí
la sangre espesa
no respire
a usté no le sale nada
deme el otro brazo
aprete esta piedra
largue
aprete
largue.
La piedra
en la cabeza del enfermero.
Y esto pasó.
Los dos están prófugos.
El enfermero
no recuerda su nombre.

III

Bitácora de vuelo
no te hagás el Espok
y corré más rápido
que nos matan
esto marciano de la 19
y te van a rodar
las orejas
hasta la zanja.
La zanja. La recuerdo
tomando sol
a orillas de la zanja
sus pelos con abrojos
excitaban
a lo vendedore
de sandía
y su risa
helaba el barrio
todos la veían
le creían santa
por el barro seco
que frotaba en su pierna
y aparecía como
santa rita envuelta
en una nube
con su cara
color acero y
seguí corriendo
que nos cagan a palo
y te acordá del viejo
que creía ser san jorge
y yevaba al matungo
a tomar agua
a la zanja
se sentaba siempre
sobre el caño ese
que estaba roto
y miraba a la gente
y veía dragone corría
a los pibes les quería
sacar lo dragone
de la cabeza
¿te acordá?
sí, eran piojo
no, loco
eran dragone en serio
espok
no digá boludece
y decile a tu piba
que compre faso y gayetita.

IV

Uy, mirá a quién traen
Uy, el pelahueso
Y todos los yiros
besaron al pelahueso
lavaron sus pies besaron
sus ojos acostaron
al pelahueso rezaron y fumaron
hablaron
sobre las visiones en el cementerio
y mordieron las nalgas de
pelahueso
su salud se complica
y todo el bajo Flores
prepara un homenaje.

V

La zanjita. A la zanja
según el más viejo del barrio
la creó el diablo
allá por el año en que
el más viejo del barrio
perdió una pierna
en unas guerra en la que todos
perdieron una pierna
pero el más viejo
cree que el diablo bajó
con un látigo
pa castigar al hijo del del
garaje porque se curtía dó
vino blanco por hora y a la
hija del cartero no
entonce enfurecido
pegó un chutazo
y volaron la piedra
y el barro
ahora van a venir lo sapo
y la culebra
y todo lo vecino
van a ser bautizado
en esta zanja.
El diablo se fue
y lo sapo
no nos dejaron dormir
nunca más.

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