Dom 05.06.2016
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EL PALITO DE ABOLLAR TRADUCCIONES

Trasladar una pieza de humor no es necesariamente traducirla. Significa, a veces, recrear el original. En el reciente VI Congreso Latinoamericano de traducción e Interpretación que tuvo lugar en Buenos Aires, Andrew Graham-Yooll trató de abordar las “dudas y dilemas ante el traslado de Mafalda al inglés”. Poeta, escritor y periodista, Graham-Yooll también es responsable del “traslado” de la cumbia villera al inglés y su publicación en Londres, y tradujo tres obras del programa Teatro x la Identidad de las Abuelas de Plaza de Mayo, que se publicaron y representaron en el teatro en Londres. Aunque aclara que no es traductor, acepta el desafío de abordar los conflictos de pasar Mafalda a otro idioma, incluyendo la sopa y el palito de abollar ideologías.

› Por Andrew Graham-Yooll

Para encarar el humor de Quino en Mafalda se necesita saber, o por lo menos pensar en términos literarios, qué es el humor. El diccionario dice que es la cualidad de ser gracioso o cómico. Van setenta años, los míos, sin poder explicar satisfactoriamente qué es el humor, con lo que encuentro que es difícil “traducirlo” y conviene más recrearlo. Eso quizás enoje al autor, que puede decir que eso no es humor porque no es “su” humor y lo traducido no tiene gracia alguna. Eso requiere tranquilizar al autor, cosa que parece poco seria pero al ser poco serio no llega a ser humor... si bien siempre hay alguno que le parece muy graciosa la situación. Eso quizás enoje aun más al autor... Y siempre hay uno que dice, “si vas a contar un chiste, anunciá, esto es un chiste”, que le quita toda gracia al asunto.

Algo como esto que parece comedia lo presencié hace muchos años en una charla de escritores en la asociación PEN en Londres. Un escritor inglés, humorista, Frank Muir, conocido por sus escritos y sus obras teatrales para radio y TV, fue invitado a relatar cómo era el proceso de creación de lo humorístico. En algún momento Muir afirmó que los ingleses eran los únicos que realmente tenían un “humour” original. Claro, cada uno de nosotros pensamos que “nuestro humor” es el mejor, el más ocurrente. Los franceses creen que el de ellos es el más fino, el menos chabacano. (“Buen gusto y humor... son una contradicción. Como una prostituta casta,” dijo el periodista y ensayista británico Malcolm Muggeridge. Hasta ahí, hay que aceptar las opiniones, preferencias y prejuicios de gente de diferentes orígenes. Pero el inglés de la charla no se detuvo. Comparó el humor inglés con el de otros europeos, el francés que pretendía ser sofisticado, el italiano que relataba todo a gritos, el chino que se divierte con una solitaria carcajada, los indios que sonríen por todo... y llegó al alemán. Hasta ahí había un señor en la sala que escuchaba sonriendo. Cuando escuchó “alemán” se inclinó un poquito hacia adelante. Muir dijo que “los alemanes no saben lo que es el verdadero humour, tienen ‘chistes’ pero no humour, y el mundo no sabe de qué se ríen. Los alemanes hacen ja, ja, ja, pero no es humor, qué se yo lo que es.” Y en eso se puso de pie el señor que había sonreído y con voz fuerte lo retó al disertante, que ya estaba tartamudeando una disculpa: “Usted se ríe de los alemanes porque no entiende que hay cosas graciosas más allá de su isla. Claro que tenemos humor, es diferente. ¿Por qué tengo que entender su humor, que es ironía? Nuestro humor es más puro.” En eso una señora no pudo contener la risa y el auditorio se vino abajo. Ni el alemán ni el inglés humorista entendieron el chiste. No era humor inglés, ni alemán.

A propósito del alemán y el humor: Ernesto Sabato, que daba la impresión que nunca supo que el humor existía, en uno de esos días en que me invitó a tomar el te a su casa en Santos Lugares me contó que una señora amiga quería traducir la novela El Túnel al alemán. A él le gustó la idea de ser traducido y la señora insistía, pero Sabato temía que no fuera una buena idea que esa señora encarara el trabajo, porque ella quizás no era la indicada para trasladar bien el “humor” muy fino en diversas escenas. Ante la insistencia de la señora, Sabato cedió. La traducción fue enviada a Alemania y la editorial respondió que “parecía buena idea publicar la novela pero tenían que traducirla”. El alemán de la señora residente en Buenos Aires era obsoleto, le faltaban palabras o frases modernas y a Sabato le informaron desde el sello editorial que la traducción no transmitía el contexto del ambiente del texto. Recién ahí me di cuenta que eso era el “humor” al que se refería Sabato, un desafío para ver si me animaba a corregir su uso de la palabra.

Dentro y fuera de la actividad traductora están quienes afirman que hay aspectos intraducibles y por lo general se da como ejemplo a la poesía y al humor. En el caso de la traducción de Mafalda, la comunicación que trasmiten las tiras tiene mucho que ver con lo social o la sociología (y también hemos visto su manipulación ideológica). Pero lo social facilita la trasmisión del humor a otros idiomas por el hecho de haber situaciones similares y compartidas. Los temas que preocupan a Mafalda tienen parecidos en Italia, Japón, España y en Estados Unidos.

La poeta y traductora norteamericana Anne Carson asegura en una página de Internet que algunas palabras son intraducibles, “cada traductor sabe que hay un punto en que un idioma no puede ser traducido. Los idiomas tienen características únicas, hasta en los silencios. Hay que ajustarse a cada instancia ¿a quién se le ocurre traducir un chiste del yiddish?”

El humor cruza fronteras y vale la pregunta qué hubiera dicho el escritor argentino-polaco-yiddish Simja Sneh (1908-1999), quizás de los últimos escritores en yiddish en la Argentina. Su vida reflejaba las tragedias del siglo veinte y aun así lograba construir un relato con humor reflejando situaciones tomadas de lo más lúgubre de la condición humana.

Otra traductora norteamericana, Miriam Lea Epstein, le respondió a Carson por Internet y dijo que las “traducciones tienen que acomodarse (to fit) a la lengua a las que pasan” (fit, en inglés puede leerse como calzarse, medirse, ajustarse, adecuarse).

Todos estos comentarios ayudaron a acercar el “traslado” a la versión en inglés de Mafalda. De lo citado y leído surge que cada lenguaje tiene características únicas, incluyendo los silencios. Y no todos los idiomas tienen los mismos silencios que siguen a los sonidos. (Esto en una tira tiene su solución casi instalada, porque el silencio es, en su estado más simple, el espacio entre un cuadro y otro).

En otro orden, esto constituye un desafío para un escritor que desea que sus escritos lleguen a diferentes públicos. Las palabras gozan de una variedad de significados en otro idiomas. Y algunas palabras y significados llevan a equivocaciones. Una de las más reconocidas para el traductor del castellano al inglés es la palabra “traducir” que es “translate” en inglés y no “traduce”, que sólo en situaciones muy especiales significa “traducción”, pero representa transportar, trasladar, transferir, pasar a los herederos, también causar ofensa, maldecir, acusar, difamar, etc. “Traditor”, palabra inglesa con raíces en el italiano, es una “traición”.

En los tres o cuatro libros consultados, entre ellos los más famosos, Lawrence Venuti: The Translator’s Invisibility, A history of translation (Routledge 1997) y Giovanni Pontiero: The Translator’s Dialogue, compilado por Pilar Orero & Juan C. Sager (Benjamins 1997), faltaba el capítulo tan deseado por mí sobre cómo traducir el humor. Menciones, sí, de paso: pero el humor no era cosa seria.

Para volver a Mafalda: la mención de palabras “intraducibles” por la mencionada Carson se complica en la traducción del mundo de hoy, quizás más que cuando empezamos a leer Mafalda hace medio siglo, en 1964. El problema de los usos está reflejado en los poetas que hoy crecen y se desarrollan en un ambiente políglota. Puede ser que alguien escriba en inglés, pero sus palabras tienen su origen en significados y pronunciaciones que pertenecen al “origen” del poeta que migró de otra sociedad. El escollo aparece con frecuencia producto de la “herencia del imperio”, es decir cuando ciudadanos de una ex colonia se trasladaban a la antigua metrópolis. Nosotros hablamos del “espanglish”, también hay el “indish” de la India, hasta el “polish” de los polacos. Ocurre en la Europa de hoy, en otras partes del mundo, incluso en el movimiento migratorio de América. Decimos que hablamos en un castellano parecido, en el que gran número de palabras tienen diferentes orígenes o aplicaciones.

Las mezclas tienen fechas de comienzo en la conquista, si bien se enfatiza que es un mal de las últimas décadas. Un ejemplo interesante es la del poeta Paul (Antschel) Celán: nacido en Ucrania cuando era parte del reino de Rumania, creció hablando hebreo, yiddish, alemán y rumano, alcanzó cierto reconocimiento como poeta en alemán, se refugió en Francia usando el francés que había aprendido en Rumania. Él mismo describía su discurso como una ensalada.

Para llegar a Mafalda, una vía provino de una prima hermana, Liz Graham-Yooll, inglesa, ilustradora de libros juveniles, escritora con obra propia e ilustrada por ella. Vivió muchos años en Italia y hoy en Francia, donde adapta lo que escucha de los vecinos más jóvenes al texto y el dibujo de sus personajes ilustrados. De ahí fue un salto, más reciente (el primer Mafalda & Friends apareció en 2004), al descubrimiento de la inglesa Sarah Ardizzone, traductora del francés al inglés, escritora de libros para niños. Ardizzone elaboró la práctica de “traducir libros ilustrados que significa traducir dos idiomas, el visual y el escrito. Lo que fascina al lector es la fuerza que ejercen los dibujos sobre las palabras”. Esto trae un nuevo problema (“trae/ brings”): ¿cómo traducir el dibujo o la ilustración a las palabras, al texto de un libro para chicos o un libro de tiras de humor? Las diferentes estrategias exploran la expresión de lo visual para capturar e incorporar las palabras en la ilustración.

Aclaro que cuando comenzó a hacerse Mafalda & Friends mi rol era de supervisión o revisión del texto en inglés, porque tenía otros compromisos de trabajo. Recién al quinto volumen asumí a pleno la “traducción”. “Liberar” el primer libro, allá en 2004, fue difícil.

El proyecto de edición en inglés de los editores Kuki Miler y Daniel Divinsky (Ediciones de la Flor) y del autor Quino significaba adherirse o someterse al peso de cuatro décadas de historia y fama internacional. Isabella Cosse, en su magnífica biografía del personaje y la tira, Mafalda: historia social y política (Fondo de Cultura Económica 2014), recuerda que en 1969 dos millones de argentinos seguían a Mafalda. Cita a Adriana Civita, de la revista Claudia que decía que Mafalda, como los hijos propios, “era un monstruito sabelotodo” y representaba a “la infancia superdotada de hoy, el escepticismo con que los niños contemplan a los adultos y a la vida. Representa los temores y las esperanzas... de millones de seres que quieren arreglar todos los problemas del mundo y que, al no poder hacerlo, traducen su impotencia en ironías y en agresividad.” Y esa impotencia luego hay que “traducirla” al italiano, japonés, inglés, etc.

El primer manotazo a un apoyo para la traducción fue nada menos que a William Shakespeare. Para transmitir el humor había que hallar la palabra que transmitía la acción. Un ejemplo claro ocurre en el soliloquio de la preparación del asesinato en Macbeth donde el texto parece rumbear sin decisión. Pero es la palabra “catch” (alcanzar, agarrar, asir, etc.), en las primeras líneas que describe lo que debe/ quiere hacer para lograr su objetivo.

En Mafalda la palabra es “sopa”, pero en inglés no existe la folclórica oposición de los niños al plato de líquido que es común a nosotros. Sopa, dicha enfáticamente y la obligación de tomarla, representa la “derrota” más allá del simple rechazo. Sopa es la palabra de la acción y sobre ella se construyen alternativas o sustituciones.

Otro caso instalado es el dibujo de Mafalda señalando el bastón policial y diciendo “¿Ves? Este es el palito de abollar ideologías” (que tomó Quino de una de sus tiras para llamar la atención a la represión creciente durante el régimen del general Juan Carlos Onganía y generales posteriores). La palabra clave de la acción es “abollar”, pero si se usaba el equivalente en inglés, “dent”, se perdía la fuerza de la acción, de la abolladura. En inglés había que recurrir a un impacto mayor. Creo que usé “bash” (algo así como “destrozar”, “aplastar” o similar).

Son ejemplos, hay muchos más. El problema en este caso no se compara con la magnitud de traducir al quisquilloso premio Nobel Saul Bellow, por ejemplo, pero la genialidad de un creador de la talla de Quino, Premio Príncipe de Asturias 2014, significa que siempre existen giros secretos a los que hay que recurrir para mejorar el traslado de un idioma y expresar lo inexpresable, en este caso, la fuerza del humor.

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