Domingo, 17 de julio de 2016 | Hoy
J. R. MOEHRINGER
Cuando apareció en 2005, la “memoir” del periodista J. R. Moehringer sobre su infancia y adolescencia en el suburbio neoyorquino de Manhasset (escenario principal de El gran Gatsby) se convirtió en un irresistible boca a boca entre los lectores. Y no era para menos. Pocas veces una novela retrataba tan fielmente una mezcla áspera de vida y literatura. La acción se concentra en el bar Dickens (cuyo nombre fue mutando hasta el último, Edison´s, antes de cerrar) donde trabajaba el tío del escritor y que se convertirá en el centro de su educación sentimental, su aprendizaje para el futuro. Moehringer volvería a saltar a la fama cuando se supo que había sido el ghost writer de la biografía de Andre Agassi. Ahora El bar de las grandes esperanzas se distribuye en Argentina.
Por Laura Galarza
Cuando un niño no tiene padre, lo inventa. O sería más acertado decir, lo construye. JR tiene 8 años y conoce al suyo solo por la voz. Cada tarde sintoniza la radio portátil para escuchar el programa de su padre. “La voz de mi padre era tan profunda, tan imponente, que me reverberaba en las costillas y hacía temblar los utensilios de la cocina”. La casa del abuelo donde viven JR y su madre, es una granja destartalada en medio de elegantes mansiones victorianas de Manhasset, una pequeña localidad neoyorquina. Su abuelo la llama “La casa mierda”. Muebles atados con cinta, paredes descascaradas y un techo que se hunde “como la carpa de un circo”. A la hora de comer, son doce más la perra. “La abuela hervía un paquete de pasta hasta que fuera engrudo, le tiraba una lata de tomate y salchichas sin cocinar”. JR crece viendo cómo de madrugada su madre hace cuentas sobre su calculadora para poder mudarse de allí. Ante la ausencia de un hombre, él se siente responsable por ella. “Se suponía que tenía que hacer feliz a mi madre. Se suponía que tenía que hacerla reír. Pero yo me había dedicado a salir con los hombres del bar. Y, aunque apenas lo admitía ante mí mismo, había disfrutado estando con un grupo de hombres de los que no debía preocuparme y a los que no tenía que cuidar”.
El bar de las grandes esperanzas, cuenta la vida de JR desde niño a joven estudiante de Yale. Y de cómo ese bar llamado Dickens luego Publicans, será su refugio, su lugar sagrado, donde JR podrá regresar cada vez que lo necesite. A tomar decisiones, reconfortarse, dar virajes a su existencia. En una especie de escuela para la vida ese bar-paraje de poetas, policías, apostadores, boxeadores y estrellas de cine, termina siendo para JR un sillón mullido donde recostarse. “En determinado momento fue el bar mismo el que se convirtió en mi padre, y todos aquellos hombres se fundieron hasta convertirse en un inmenso ojo masculino que me observaba a mis espaldas, que me proporcionaba aquella alternativa a mi madre que yo necesitaba. Tanto mi madre como aquellos hombres creían que ser un buen hombre es un arte, y que ser un mal hombre es una tragedia”.
Lo que hay que decir es que JR es el mismo J.R. Moehringer (New York, 1964), un periodista de The New York Times y Los Ángeles Times ganador del Pulitzer. La historia de El bar de las grandes esperanzas, es su propia historia. “No hay nada en ese libro que no haya ocurrido”, asegura. Moehringer tuvo gran visibilidad cuando en 2014 Open, (las memorias de Andre Agassi) fue best seller mundial y se reveló que él había sido su ghost writer.
Agassi llegó a Moehringer en el 2006 mientras se preparaba para jugar su último Open de Estados Unidos. En sus ratos libres leía The tender bar (título original con el que se había publicado el libro de Moehringer en 2005) y estaba deslumbrado. “Esa historia tocaba mi corazón. Me gustaba tanto que empecé a limitar el número de páginas que leía cada noche”, cuenta Agassi al final de Open. Él no conocía a Moehringer ni tampoco hasta leerlo se le había ocurrido que su historia como tenista podía llegar a convertirse en libro; menos suponer que a dos semanas de su publicación llegaría a estar entre los primeros más vendidos de Amazon junto a Sthepen King y Dan Brown.
Agassi llamó a Moehringer y le pidió que lo ayudara a escribir sus propias memorias, cosa que demandó ocho versiones y más de tres años de trabajo conjunto. Moehringer comenzó a ser traducido como autor con gran repercusión en todo el mundo. Duomo –que edita a Moehringer en español– acaba de sacar otra de las novelas también escritas con anterioridad al libro de Agassi: Sutton, basada en la vida de Willie Sutton, el ladrón de bancos más famoso de todos los tiempos. Moehringer parece ser muy habilidoso a la hora de transformar las vidas en obras.
¿Lo tomó por sorpresa el pedido de Andre Agassi de que lo ayudara a escribir sus memorias? ¿Qué lo decidió a aceptar?
–Estaba en shock. No todos los días uno recibe un pedido así, de la nada. Y sin embargo, cuando Andre y yo nos conocimos por primera vez y esbozamos la idea de que lo ayudara con sus memorias, fue excitante, pero le dije que no. Y le dije no muchas veces más después de eso, porque no estaba listo para semejante cambio en mi vida. Quería seguir escribiendo para periódicos, escribiendo mis propios libros. En verdad, eso siempre fue lo único que quise. También, estaba cansado de escribir por encargo. Muchos amigos y colegas probaron escribir para otros, y ninguno tuvo una buena experiencia. Generalmente, los atletas y celebridades acuerdan para trabajar con un escritor fantasma, luego, inmediatamente hacen un voto de silencio. Con el tiempo, sin embargo, el periódico para el que trabajaba como corresponsal comenzó a deteriorarse. Y luego, a implotar hasta desaparecer. Eso ayudó a que cambiara de idea. Además, para entonces Andre y yo nos habíamos hecho amigos, y vi claramente que un libro con él sería distinto. Así que un día lo llamé y le pregunté si podía cambiar mi no a un sí, y me dijo claro, y nos pasamos los dos años siguientes, con intermitencias, metiéndonos en su historia, su psique, transformándonos en algo más que colaboradores. Hacia el final, después de ocho versiones, éramos como hermanos.
El libro de Agassi tiene como telón de fondo la relación con el padre, y las novelas de Dickens que usted menciona en su libro como favoritas, también. ¿Se podría decir que la suya es una novela sobre el padre?
–Creo que todo hombre sin importar qué escriba, en algún punto escribe sobre su padre. Sí, mis memorias tratan en gran parte sobre mi padre, con el que no podía conectarme, y el libro de Andre es sobre su padre, con el que estaba demasiado conectado. El trauma y el caos de los primeros años de Andre estaban enraizados en la intensidad de su padre y su insistencia para que jugara al tenis.
Ganó un Pulitzer en el año 2000 por una crónica periodística sobre una comunidad descendientes de esclavos ¿Qué lo llevó a escribir sobre ellos?
–Estaba cubriendo el sur profundo para Los Angeles Times. Y no se puede escribir sobre el sur americano sin escribir sobre raza y sobre el legado de la esclavitud. Un día mi investigador descubrió, en un periódico chico, una mención breve de un extraño lugar donde los descendientes de los esclavos aun vivían en la plantación a la que habían estado atados sus ancestros. Ahí, a orillas del río Alabama, todos tenían el mismo apellido, que por supuesto, era el apellido del último esclavista blanco dueño de sus abuelos y bisabuelos. Un lugar suspendido en el tiempo. Gabriel García Márquez no podría ni haberlo imaginado. Entonces, me metí en el auto y manejé hasta allí y supe de inmediato, el primer día, que ahí había una historia de las que suceden una vez en la vida.
¿Por qué pensó que su vida podía transformarse en una novela?
–No pensé que pudiera serlo. Sólo lo deseaba. Estudié escritura autobiográfica en Harvard durante un año, y me di cuenta de que las grandes memorias, las memorias clásicas, miran al mismo tiempo hacia afuera y hacia adentro. Entonces busqué conscientemente cosas en mi vida que pudieran resonar con otros.
Aunque mi infancia era única, había mucho más sobre ella que parecía ser universal. Al igual que yo, cantidad de niños todos los días, en todas partes del mundo, no tienen padres, están abandonados, solos, asustados. Como yo, esos niños se convierten en mujeres y hombres jóvenes, confundidos, en grave riesgo de convertirse alcohólicos o drogadictos o peor. Pero, como yo, muchas veces son salvados del desastre por personajes de lo más extraños. Entonces de manera conciente, examiné todo lo que había aprendido y sufrido. Y filtré lo que entendía que al lector pudiera resultarle relevante o sentirse identificado.
Steve es el dueño del bar “de las grandes esperanzas”, una especie de gurú protector de esas almas desesperadas y errantes que llegan hasta su barra. Pero quien lo regentea es Charlie, tío de JR y héroe (o antihéroe) de esta historia. El tío Charlie que vive también en “La casa mierda”, perdió todo el pelo a poco de cumplir los 20 años. Una alopecia fulminante lo dejó sin cejas, sin pestañas y sin vello púbico. Eso hace de él un hombre melancólico y sensible que no sale a la calle sin lentes oscuros y sombrero. La habitación del tío Charlie será para JR un primer refugio donde huele a hombre, al igual que las partidas de póker que su tío organiza con los amigos en el garaje de la casa. Poco a poco JR soñará con entrar al bar del tío tanto como otros niños sueñan con ir a Disney. Mientras tanto, en el sótano de la casa arrullado por el ruido de la caldera, JR descubre un tesoro. Discos de Frank Sinatra –la otra voz que lo sostendrá– y una colección de libros de toda clase entre los que están los grandes de Dickens, David Copperfield, Grandes Esperanzas: “¿Qué son esperanzas, abuelo?”, pregunta JR. Repuesta: “Son una maldición”.
Los grandes momentos del libro de Moehringer no están en la majestuosidad de las situaciones que tienen el valor de ser comunes, sino en la manera de enfocarlas. Cada momento en la vida de JR –enmarcados en impecables capítulos de funcionalidad independiente en su tensión dramática– resulta una cuerda elástica capaz de llegar a lugares recónditos del alma. Por ejemplo el día en que el abuelo, que de joven leyó a Shakespeare y hoy no hace más que avergonzar a la familia con sus pantalones remendados, se calza su mejor traje, va a la clase abierta del colegio de JR y deja a todos boquiabiertos. Y entonces ese simple acto resulta conmovedor porque también trata de cómo el amor redime y transforma. O de cómo hay una segunda oportunidad para casi todo.
Cada uno de los momentos que tejen esta historia son tratados con un nivel alto y parejo de credibilidad y densidad narrativa. La mudanza de JR con su madre a Arizona, los sucesivos plantones de su padre, el amor fallido con su novia Sydney, su ingreso a Yale. Moehringer logra convertir su historia en una novela tan entretenida como atesorable. Repleta de instantes gloriosos como la primera salida a la playa con los hombres del bar; los libreros Bill y Bud recomendando a Cheever; las sucesivas cartas de ingreso a Yale; Frank Sinatra en Yale; el paso de JR vendedor de artículos para el hogar a “chico de las fotocopias” y finalmente redactor en The New Yorker.
La función paterna ordena el mundo, y lo cierto es que el tío Charlie y sus amigos –que de un lado bien pensante no serían de fiar– darán a JR eso que le falta y estarán ahí para llevar en andas a este niño para que atraviese las tormentas de la vida. “Me destensé, me dejé ir (sentí que era la primera vez en la vida que lo hacía), y me quedé flotando en el mar boca arriba. Aunque las orejas me quedaban por debajo del agua, oía a Joey diciéndome: Bien hecho niño, bien hecho. Me colocó en la trayectoria de una ola. Sentí que mi cuerpo se elevaba de pronto, muy arriba, que se mecía un instante, y después me impulsaba hacia adelante. Fui lanzado por los aires como un bumerán, y experimenté una sensación emocionante de pérdida de control que ya asociaría siempre con Joey D y los hombres”.
Aún hay más. En el Dickens se mira boxeo en los televisores que cuelgan sobre la barra, se apuesta a los Mets, pero también se habla de Faulkner y de Emily Dickinson. Así que allí JR aprenderá lo que se le volverá esencial: el valor de las palabras. “Me enseñaron a decir culo, a decir puta. Me hicieron entrega de esas palabras como si fueran una navaja de bolsillo o un buen traje”.
Entrevistó a su familia y amigos para escribir este libro ¿Cómo fue esa experiencia de escuchar a los otros hablar acerca de usted y su vida?
–Me hizo más humilde, y fue inquietante, y a veces agobiante, acudir a todas las personas más importantes de mi vida, anotador en mano, y entrevistarlos de forma casi impersonal, a la distancia, tal como había hecho durante años con personas extrañas. Aprendí que solo creemos conocer a las personas, al igual que solo creemos que nos conocemos a nosotros mismos. Estamos en las penumbras más de lo que nos podríamos dar cuenta. Cuando nos salimos de nuestras cabezas, nos cuestionamos y dejamos que otros tengan la palabra, todo se moviliza.
El niño de su libro se refugia en la lectura, lee lo que encuentra en su casa como El libro de la Selva de Kipling, luego sus amigos libreros Bill y Bud le trazan un plan de lecturas, ¿se podría decir que JR aprende a escribir leyendo?
–Me mantuve vivo leyendo. Me mantuve cuerdo leyendo. Encontré mi vocación a través de la lectura. Pero hasta un punto; solo he aprendido a escribir –y hay días en los que me siento un novato– a través de la escritura. Escuché decir a Updike que solo se aprende a escribir, haciéndolo. Es muy cierto.
Hay un pasaje precioso en la novela, cuando el niño resuelve un enigma en el periódico y empieza a ser reconocido por los adultos y a su vez él descubre el valor de las palabras. Hay un deseo muy fuerte desde el comienzo del libro por ser escritor, ¿cómo es su relación a la literatura hoy? ¿Qué lugar ocupa en su vida?
–La literatura y el lenguaje juegan en mi vida un papel más importante que nunca. Hace apenas un fin de semana, por ejemplo, estaba agotado y un poco perdido. Necesitaba volver a mi centro, entonces le bajé la velocidad a todo, desenchufé mis dispositivos, y por dos días casi no me moví. Me senté en una silla y leí y leí y leí y fue glorioso. Restaurador. Desearía que muchos más conocieran ese placer. Desearía que muchos más entendieran cuán esencial es la lectura, la lectura profunda, maratónica, al ser humano. Sería bueno para el mundo.
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