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Domingo, 17 de julio de 2016

EDUARDO SACHERI

YA TIENE CORRALITO EL PUEBLO

Western rural y de aventuras acerca de un grupo de bandoleros a la fuerza comandados por una vieja gloria del fútbol argentino, La noche de la usina tiene como telón de fondo la crisis de 2001 y sus devastadores efectos sobre un pueblo de la pampa húmeda llevado casi al borde de su extinción. Con esta novela entretenida y de notable factura narrativa, Eduardo Sacheri ganó el Premio Alfaguara.

 Por Luciana De Mello

Pasa en la literatura como en el cine: cuanto más se venda un libro, cuanto más lo lean y lo filmen, mayor el escepticismo que despertará entre colegas y críticos. Si bien el éxito no es sinónimo de calidad, lo popular genera cierta desconfianza hasta en los más declarados populistas, quienes enseguida miran con recelo lo que en muchos casos, hasta antes de su boom, era considerado de buena hechura. En la dialéctica del éxito y el fracaso hay preguntas que sobrevuelan esa relación que los une, pero sin llegar nunca a formularse en voz alta ¿Cuántos escalones (¿de qué están hechos?) hay que subir o bajar para formar parte de la buena literatura? ¿Ganar premios es prueba suficiente o solo abona el terreno de un mayor escepticismo? Algunos dirán que eso depende, cuestionarán en todo caso el prestigio de cada estatuilla. No será lo mismo ganar un Nobel que un Asturias, un Clarín que el Alfaguara, cuya edición 2016 ha galardonado a Eduardo Sacheri por La noche de la usina. De la popular al palco, Sacheri acaba de dejar en claro que gana jugando para las dos hinchadas, ya que por lo menos hasta antes de este premio, su calidad literaria era puesta a consideración entre escritores y críticos. Favorito de los lectores desde el minuto cero, cuando Alejandro Apo empezó a leer los cuentos futboleros que él acercaba hasta la emisora de radio, los oyentes llamaban pidiendo más de esos relatos que los emocionaban hasta las lágrimas. Porque si bien es cierto que en Sacheri no hay una búsqueda estilística del lenguaje ni de la forma, sus historias han hecho que mucha gente volviera a leer ficción y ese enorme mérito no se debe solo a sus relatos de fútbol, sino también a su afanosa misión de contar una historia en la que el lector se vea reflejado. Y la historia -la trama- el suspenso y sus puntos de giro son los que tienen mayor relevancia en la obra de Sacheri, por eso que su escritura sea tan adaptable al cine, y que su gran público lector le agradezca esa deferencia en cada libro. El autor sabe manejar a la perfección las dosis de una fórmula en la que la literatura funciona, también, como un espacio de redención de la realidad; donde pueden coexistir ajustes de cuentas sin tragedias irremediables, villanos y héroes de carne y hueso que no muestran fisuras ni dobleces, y grandes planes de revancha que son ejecutados con éxito. Su propia imagen de escritor cuadraría perfecta para alguno de sus personajes. La pregunta de sus ojos, su primera novela, es llevada al cine por Juan José Campanella y, co-guionada por Sacheri, gana el Oscar a la mejor película extranjera. El profesor de historia y vecino de Castelar se convierte en bestseller, sus obras se traducen a varios idiomas, van al cine, al teatro, puede al fin vivir de la literatura pero sin embargo Sacheri no abandona el aula y, cada primer día de clases, escribe su nombre en el pizarrón aunque todos sus alumnos sepan perfectamente de quién se trata. Reconoce que lo hace, en parte, para que su escritura no esté pendiente de las ventas, aunque tal vez también tenga que ver con no alejarse de esos mundos de la gente común que puebla sus relatos: gente que sueña con salir de pobre, encaminar a sus hijos descarriados, besar a la chica que les quita el sueño o no fallar en el intento de ser un buen padre.

La noche de la usina es una apuesta fuerte en la obra de Sacheri, porque el escenario sociopolítico y epicentro desde donde decide montar la trama es el primer gran acierto de esta novela: el corralito y la debacle del 2001, nervio todavía abierto de nuestra historia reciente que, por esa misma razón, está lejos de haberse agotado en la narrativa argentina. Sacheri vuelve al territorio de Araoz y la verdad, el pueblo es O´ Connor y su protagonista, Perlassi, un ex jugador de fútbol que en sus años de gloria decidió volver al pueblo y comprarse la estación de servicio de la ruta principal. Son épocas en las que el campo pasa hambre y a los únicos que les va bien es a los que se quedan con el dinero de los demás. Hasta acá es historia conocida. Lo que sigue también: apenas leemos que ese grupo de vecinos, personajes entrañables con Perlassi a la cabeza, decide juntar sus pocos dólares ahorrados para organizarse en una cooperativa, sabemos que los van a estafar, que el estafador será el Estado, que el banco se va a quedar con esos dólares y que no habrá vuelta atrás en esa caída libre. Lo sabemos pero igual nos desesperamos, no solo porque estamos revisitando la herida abierta, sino porque Sacheri tiene la astucia de hacer de esta historia un western rural, donde el gerente del banco que entrega el dinero de esos pobres diablos tiene nombre y apellido, y el empresario local que se enriquece también. Está ahí nomás, se construye una mansión y una estación de servicio que fundirá a Perlassi sin siquiera darse por enterado. Al llevar el corralito al pueblo, Sacheri puede construir a sus villanos y a sus héroes a la medida exacta de la hazaña colectiva que están a punto de realizar, y que recuerda por momentos a los justicieros de Bortnik y Piñeyro en Caballos salvajes y su revancha contra el Estado, a estas alturas convertido en el criminal por excelencia del policial argentino. Quizás por eso - a pesar de que la empatía con la causa de este grupo de ladrones sea inmediata- lo que suena a inverosímil no es la estafa, ni la revancha, ni siquiera su final, sino que esté ausente en la narración (y sobre todo en los diálogos) aquella bronca, tan justificadamente nuestra, hacia la dirigencia política de la época. La única figura de la que se habla es de Alfonsín y, dado el escenario elegido, estas ausencias terminan resaltando aún más, como si hubiese una necesidad de tomar “distancia política” por parte de un autor cuya ficción, paradójicamente, encuentra semejanzas con las noticias de estos días: el dinero de la gente es escondido cual botín pirata bajo tierra, en una bóveda oscura, custodiada por una suerte de Gollum que no logra conciliar el sueño.

La noche de la usina. Eduardo Sacheri Alfaguara 362 páginas.

En esta novela hay algo de lo que no caben dudas: desde el prólogo que abre La noche de la usina, dividida a su vez en actos -como si todo fuera parte de un gran circo-, sabemos que nos van a contar una buena historia . Y el prólogo no es inocente, oficia como una suerte de declaración de principios en el que, evocando a un viejo maestro de ceremonias de circo, se abre la discusión sobre lo que significa ser un buen narrador. Aunque sus cuentos ya no se recuerden y nadie pueda ponerse de acuerdo sobre su talento, lo cierto es que todos escuchaban con devoción las historias que traía. A quienes le exigían que volviera a contarlas sin cambiarles nada, el narrador los tildaba de “burguesitos”. Y esos gritones, que desconocían tal palabra, se llamaban a silencio para que el gran público aclamara: “Que contase lo que quisiera, como quisiera, pero que contase”.

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Imagen: Rafael Yohai
 
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