Domingo, 24 de julio de 2016 | Hoy
Desde los años 60, cuando era un jovencísimo militante comunista que pronto sería expulsado del partido, hasta la actualidad, Franco Berardi, también conocido como Bifo, fue uno de los filósofos italianos más activos y agitadores junto a Paolo Virno y Antonio Negri. A lo largo de los años, y tras un exilio en Francia que le valió el contacto con Foucault y Guattari, entre otros pensadores, Bifo fue prestando cada vez más atención a las tecnologías de la comunicación y su influencia en el proceso de globalización. En esta entrevista exclusiva presenta El trabajo del alma (Cruce Editora), su último libro, que acaba de aparecer en la Argentina, y reflexiona sobre los más recientes acontecimientos mundiales como el Brexit y el ascenso de Donald Trump.
Por Ignacio Navarro
Filósofo, creador de medios alternativos, profesor y legendario activista de izquierda, el itinerario vital y filosófico de Franco Berardi, alias “Bifo”, comienza en los años 60 y se extiende con vigencia hasta el presente. Junto a Paolo Virno, Maurizio Lazzaratto y Antonio Negri, entre otros, Berardi forma parte de una camada de intelectuales y militantes italianos de raíz marxista que a partir de los setenta comenzaron a delinear una filosa crítica sobre el proceso de globalización en ciernes y el pasaje hacia el capitalismo informacional. Preocupado por las posibilidades de una articulación resistente entre los movimientos sociales y las nuevas tecnologías de la información, las reflexiones de Bifo se centran en torno a la conformación del semiocapitalismo (donde la acción humana se traduce en información) y el ascenso del cognitariado como nueva clase revolucionaria (en lugar del proletariado, propio de la era industrial). Deudor tanto del movimiento autonomista italiano como del posestructuralismo francés, el autor busca desentrañar el funcionamiento del capitalismo global y sus coletazos psíquicos, encarnados en el pánico, la depresión y el suicidio como rasgos crecientes de un sistema de igualación de las subjetividades que parece siempre al borde del colapso.
Durante los años 60 y 70, encolumnado en la tradición marxista de la izquierda italiana y el autonomismo, en los 80, de la mano del pensamiento deseante francés de Gilles Deleuze y Felix Guattari, y, a partir de las últimas décadas extremadamente atento a la cybercultura y los nuevos medios, Bifo fue actualizando su punto de vista siguiendo el rastro del capitalismo financiero y sus ramificaciones. La persecución de una felicidad siempre aplazada, el dominio de las subjetividad bajo el yugo farmacológico y la prozac-economy, el incierto abismo abierto en torno a la “plasticidad” del cerebro, junto a la captura del deseo y la temporalidad humana bajo el signo del capital y la desintegración de los sueños de unificación global, son algunos de los muchos temas que aborda a lo largo de su obra.
En Argentina acaba de aparecer su libro El trabajo del alma, donde Bifo repasa críticamente el rol del pensamiento marxista durante los sesenta, analiza la crisis internacional e introduce algunos de los conceptos centrales de su propuesta: un pensamiento punzante, cargado de rabiosa afectividad, que se propone pensar la coyuntura contemporánea. Además, en El trabajo del alma retoma algunos conceptos introducidos en sus libros anteriores –varios de ellos editados en español, como Generación Post-Alfa (Tinta Limón), La Sublevación (Hekht) y La fábrica de la infelicidad (Traficantes de sueños)– y sintetiza un extenso recorrido teórico para arribar a un diagnóstico del presente que, tan sombrío como lúcido, señala algunos senderos posibles para la fuga hacia nuevos territorios.
El padre de Bifo, sindicalista y comunista, lo inició en el PC italiano a los 14 años. Pero a los 17 ya lo habían expulsado. Era 1965, los marxistas italianos se debatían entre el maoísmo chino y el leninismo soviético, y durante una acción estudiantil el joven Bifo no tuvo mejor idea que repartir un panfleto con una frase de Mao Tse-Tung: Osar pensar, osar hablar, osar hacer la revolución. “Entonces fui expulsado por maoísta; ¡Aunque nunca en mi vida lo he sido!”, recuerda hoy, desde Bolonia, Italia, donde vive, escribe y enseña.
Cuando llegaron las revueltas de mayo de 1968 estaba en primer año de la universidad y ya tenía cierta experiencia ganada dentro y fuera del partido como dirigente estudiantil. En ese contexto, agitado, revolucionario, participó en un proceso político que aceleradamente se propagó por el mundo entero y, de manera insospechada, marcaba el comienzo de una nueva fase en el desarrollo del capitalismo.
El 68 fue un año que al mismo tipo albergó un fuerte compromiso político de los estudiantes de todo el mundo y el inicio de la consolidación del capitalismo en su forma post-industrial. ¿Cómo recuerda o explicaría aquella encrucijada?
–El 68 fue, a nivel global, la primera manifestación de una fuerza social nueva que llamo el cognitariado, es decir: el trabajo cognitivo. Esa fuerza, aunque es parte de la historia de la clase obrera, era una novedad absoluta desde el punto de vista de la potencia productiva y transformadora que poseía y, también, desde el punto de vista político. Pero nosotros, los militantes, los organizadores, los intelectuales que participamos en el movimiento del 68 no entendimos verdaderamente el sentido de esa nueva fuerza. Como mucha veces pasa, no entendimos lo que estábamos haciendo porque nuestras categorías de interpretación provenían y pertenecían a la historia del movimiento obrero precedente: la Revolución Soviética, el Maoísmo y el campesinado. Las categorías de las cuales disponíamos no eran las adecuadas para explicar lo que estaba pasando. Después, durante los años 70 y 80, la fuerza social de inventiva de los movimientos del 68 fue utilizada y transformada productivamente por el capital. Hay un libro muy interesante de Frederic Turner que se llama From Counterculture to Cyberculture, de 2006. Es una historia sobre Free Speech Movement, el Movimiento Libertad de Expresión, FSM americano, californiano, durante los años 60, 70 y 80. Es muy interesante porque muestra cómo el movimiento estudiantil, libertario, igualitario se convierte en fuerza de desarrollo del cybercapitalismo, del capitalismo de la alta tecnología. El problema del 68 es que nuestra fuerza social no se traducía en una conciencia adaptada a la fuerza social misma que emergía: el cognitariado. Millones de estudiantes en todo el mundo, de México a China, de los Estados Unidos a Francia, estaban mostrando la fuerza de una clase social nueva que nacía de la historia del movimiento obrero, que nacía del proceso de escolarización de masas, de la masificación de la escuela pública. La fuerza social que emergía, el cognitariado, se entendía mal con la ideología de la cual éramos portadores.
¿Cuándo se produce el giro en la discusión y la adquisición de ese nuevo punto de vista más preocupado por el trabajo cognitivo?
–El año en el cual se comienza a entender esta nueva posibilidad es 1977. Italia, durante ese año, fue el escenario de un movimiento autónomo muy radical que, por primera vez, estaba rompiendo la relación con la tradición leninista. 1977 es revolucionario, comunista pero no leninista, es el primer momento de una conciencia que se va adaptando a la potencialidad del trabajo cognitivo. Pero, al mismo tiempo no es solo un año de autonomía en Italia; es también el año en el cual nace Apple en California, cuando Steve Jobs crea su nueva empresa de producción tecnológica. En 1977 se verifican ciertos procesos culturales que consolidan la creación de la idea de posmodernidad o sociedad post-industrial. El 77 es el año en el que, también, comienza la contrarrevolución liberal con el ascenso de Margaret Thatcher. En ese año, Thatcher toma el poder al interior de su partido y dos años después gana las elecciones. Este año, 1977 es, en mi imaginación histórica, el año en el cual la revolución comunista o proletaria, como prefieras llamarla, se transforma en algo nuevo: el combate va del territorio de la lucha política al territorio de la comunicación, al territorio de la invención técnico-científica. Es el comienzo de una historia totalmente nueva.
¿Como podría delinear los rasgos centrales de esta nueva fase del capitalismo que llama semiocapitalismo?
–Es la transformación de cada acción humana, de cada actividad humana, en términos de información. Todo lo que hacemos puede ser traducido en algoritmos. Esto significa que el proceso de producción de mercancías, el proceso de producción de lo que es útil a la vida cotidiana, puede ser traducido en términos de información. Esta transformación produce efectos económicos, sociales, organizacionales y políticos enormes. Primero: el capital se inmaterializa. La acumulación de capital ya no se verifica a través de la acumulación de cosas físicas sino a través de la acumulación puramente financiera. Y, al mismo tiempo, el trabajo no necesita verificarse de manera física, localizada, material. Se puede deslocalizar completamente porque el trabajo es trabajo de la información.
En la coyuntura internacional se observa un recrudecimiento de conflictos territoriales, raciales y religiosos que se expresan tanto en el terrorismo islámico como en la desintegración de la UE y el ascenso de partidos de derecha en todo el mundo: ¿cómo se articulan esos fenómenos con el semiocapital?
–El Brexit, la guerra que se está extendiendo en el Norte de África y Oriente Cercano, el ascenso de Donald Trump en los Estados Unidos, todos estos son los fenómenos que pueden significar una especie de regreso a la época pre-global. Ese regreso sería una catástrofe profundísima. Si la globalización fracasa a causa de un regreso de la materialidad eso significa que verdaderamente vamos hacia una guerra civil global muy peligrosa. El proceso de globalización tiene una fundación tecnológica que es la red global, y tiene una fundación ideológica y política que es el neoliberalismo. Esta combinación ha sido una verdadera catástrofe porque un proceso progresivo de globalización ha sido transformado en un proceso de explotación total, violento, guiado por el interés de una pequeña clase financiera. Pero hoy hay fuerzas cada vez más grandes que se están rebelando contra este proceso de globalización financiera con la idea de regresar a la época precedente. El problema es que, después de la derrota y eliminación en la sociedad del proyecto hacia el socialismo y el comunismo, del pensamiento obrero, del pensamiento autónomo, después de esta derrota, en el escenario mundial permanecen vigentes solamente dos actores: un actor es la dictadura financiera globalista y el otro actor es la reacción material antiglobalista que tiene una cara de tipo nacionalista y, tal vez, claramente racista. Esos dos actores estarán combatiendo en Europa, como en los Estados Unidos. El problema es que deberíamos revitalizar un tercer actor: la fuerza organizada de la solidaridad de los trabajadores. Este actor permanecía vivo sólo en Latinoamérica y, ahora, también está desapareciendo. Por eso yo veo el futuro de manera absolutamente sombría. Porque el actor racional, el actor progresista que podría desarrollar de manera rica y útil la potencia de la tecnología, este actor ha sido asesinado por la dictadura financiera.
Durante los años 70 y 80, consciente de que la nueva manera de combatir la naciente teología neoliberal y el dominio del capital financiero era en el campo de la subjetividad y la subversión comunicativa, Bifo se convierte en un pionero de nuevos medios, en un info-terrorista. Durante esos años, al calor de la corriente autonomista italiana, participa en el grupo Potere Operaio (Poder Obrero) junto a Antonio Negri. En 1975 participa en la fundación de la Revista A/traverso, que bajo el lema “Informaciones falsas producen acontecimientos verdaderos” lanzó una serie de campañas de sabotaje mediático. Un año más tarde, en 1976, junto a otros militantes autonomistas, funda Radio Alice, la primera radio libre de Italia, experiencia que pone en jaque el monopolio estatal de los medios de comunicación y fue boicoteada tanto por la izquierda tradicional como por el gobierno italiano.
Luego de ser encarcelado bajo la acusación de formar parte de las Brigadas Rojas, asediado por la persecución estatal, Bifo emprende un exilio que tendrá como primer destino París, donde conoció a Michel Foucault y Felix Guattari. Con este último comienza a trabajar en el esquizoánalisis. La incorporación del marco teórico construido por la dupla Deleuze-Guattari pone en marcha una nueva serie de planteos que consolidan al deseo como un espacio de lucha continua.
En El trabajo del alma usted plantea la nueva lucha ya no en términos de acción política en el sentido tradicional sino que desplaza el problema hacia el campo de la subjetividad y el deseo. ¿Cómo se pueden movilizar esas fuerzas en la subjetividad contemporánea?
–Quiero corregir, perfeccionar la pregunta. No se trata de una “movilización de la subjetividad”, porque la subjetividad siempre está en juego durante todo tipo de proceso social. Se trata, en realidad, de una movilización de la fuerza cognitiva y del psiquismo mismo. Es el psiquismo y la fuerza de producción cognitiva de la sociedad lo que está invertido y siendo explotado por el capitalismo informacional. Entonces, creo que tenemos que desplazar nuestra atención, nuestro análisis y nuestra actuación fuera del territorio de la acción política, la toma del poder, la representación, las elecciones y los partidos. Tenemos que desplazar esta energía hacia el psiquismo social y las potencias cognitivas. Eso significa que el problema del futuro, de una emancipación futura, no pertenece al campo de la toma del poder político. Podemos tomar el poder y después: ¿Qué hacer? No lo sabemos. Nunca sabemos que hacer. Como SYRIZA, en Grecia: tomó el poder político pero no cambió nada. Barack Obama tenía muchos proyectos y prometía yes we can, pero no pudo hacer nada. Porque la política no puede. ¿Qué puede? La inteligencia colectiva, el cerebro colectivo, los cien millones de proletarios cognitivos que viven y trabajan al interior de la Silicon Valley global. Ellos son la fuerza que puede algo ¿Qué puede? Puede sabotear y puede reprogramar. Son las dos acciones que tenemos que hacer en el futuro. Una acción es bloquear y subvertir el proceso de producción capitalista. Sabotear la guerra, sabotear la seguridad imperialista. Pero, además de sabotear, podemos reprogramar la maquina global, reprogramar la distribución de los recursos, reprogramar la distribución de la riqueza, el tiempo de trabajo, la relación entre trabajo y vida cotidiana. Todo eso no es objeto de decisión política. No lo es. Es objeto de programación cognitiva técnica e informática. No se trata de decir: “la sociedad tiene que tomar el poder político”. Se trata de decir: los trabajadores cognitivos, junto a la sociedad entera, naturalmente, pueden y deben sabotear, bloquear y reprogramar la máquina global.
En El trabajo del alma, refiriéndose a la polémica entre Baudrillard y Foucault a fines de los setenta en torno a los mecanismos del poder en el capitalismo tardío, usted completa el concepto foucaultiano de biopolítica acuñando una nueva encarnación: la tanatopolítica ¿En qué consiste?
–Hemos hablado muchísimo de formas biopolíticas del poder pero si intento verificar las formas concretas de esta biopolítica ¿qué encontramos? Encontramos Estado Islámico, ISIS, es decir: el terrorismo de la desesperación. Desempleados que tienen veinte años y se entregan a ese movimiento porque les pueden pagar un salario y, segundo, porque puede satisfacer su deseo de vendetta, su deseo de violencia extrema. ¿Qué es la tanatopolítica? El narcotráfico mexicano no es solo narcotráfico: es la empresa neoliberal de distribución de la droga y también una forma de control tanatopolítico sobre la sociedad mexicana. Por otra parte, la OMS (Organización Mundial de la Salud) señala que durante los últimos cuarenta años el suicido aumentó en el mundo un 60 por ciento. El incremento es enorme. Es decir: el suicidio es la primera forma de manifestación de la intolerabilidad y desesperación que el capitalismo financiero viene produciendo. Eso también significa tanatopolítica.
¿La contracara de esa expansión de la muerte como forma política es el creciente desarrollo ciertas industrias de la felicidad, como el turismo o la industria de los psicofármacos?
–El turismo en el mediterráneo esta cambiando de manera muy dramática. Es decir, los europeos no pueden ir a muchísimos lugares del mediterráneo. Solamente podemos ir a las islas y el problema de las islas es que están rodeadas de cadáveres. Porque en el mediterráneo ya hay como 50 mil cadáveres flotando alrededor de las islas. Incluso puede ser que esa cifra sea mayor. Y, cada día, hay nuevas personas que mueren porque los europeos cierran las puertas. Me parece que la persecución de la felicidad se verifica sobre todo a través del aumento en el consumo de píldoras. Es la psicofarmacología. Es la droga, legal o ilegal, que se sigue vendiendo y produciendo en todos lados.
Quería preguntarle sobre el aburrimiento ¿Qué lugar ocupa en este mapa del deseo de la contemporaneidad?
–Es interesante. En la historia de la alienación la época moderna es la época del spleen, la época de la repetición. Somos obligados a repetir toda la vida la misma operación, la misma acción. En la época informacional y cognitiva del semiocapital se verifica un cambio profundo de la alienación porque lo que el capitalismo nos impone es una movilización constante del deseo, de las energías mentales, psíquicas, deseantes. Maurizio Lazzarato ha escrito un libro muy interesante sobre el pasaje del sistema de la repetición industrial al sistema de la diferencia informacional. Cuando entramos en este régimen de atención a la diferencia, que es lo especifico de una buena parte del trabajo cognitivo, nuestras energías psíquicas están continuamente movilizadas. Eso produce un efecto que no es el aburrimiento, sino el pánico. El pánico puede conducir en muchos casos a la depresión. Y la depresión no es spleen. No es simplemente la percepción de una repetición aburrida. Es algo más profundo. La depresión es el desinvestimiento de las energías psíquicas. El desinvestimiento del deseo. La movilización semiocapitalista de las energías psíquicas abre la puerta al pánico, a una velocidad creciente, y abre la puerta a un segundo efecto: la depresión.
¿Piensa que los filósofos de alguna manera cumplen un papel profético al anunciar los problemas que se avecinan?
–No creo que el filósofo pueda ser un profeta, pero seguramente el trabajo filosófico tiene una relación con el futuro. Deleuze y Guattari, en su último libro juntos, ¿Qué es la filosofía?, dicen: la filosofía no es el descubrimiento de la verdad final. No hay ninguna verdad final. No es la afirmación de principios eternos. No es la profecía de lo que pasará en el futuro. La filosofía es creación de conceptos. Etimológicamente el concepto es una herramienta que permite captar juntas muchas cosas ¿Y qué tiene que captar? El concepto tiene que captar el proceso de devenir. Tiene que captar el pasaje desde hoy hasta mañana. Entonces el filósofo no es un profeta. Es el creador de un puente que permite caminar hacia el futuro. Yo no se que va a pasar mañana. Puedo hacer muchas hipótesis. Pero lo que tengo que hacer es crear las condiciones conceptuales, estéticas, filosóficas, existenciales para permitirme a mi mismo y a mis amigos caminar sobre el puente que nos lleva hacia un lugar que no conocemos. Deleuze usa una expresión magnífica: “cartografiar territorios futuros”.
Al parecer en esa frase suena el eco de otra cita, pero de Nietzsche: “El desierto crece”
–Sí. El desierto crece y nuestro trabajo será imaginar y cartografiar aquellos territorios que no están desiertos.
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