Escrito en el cuerpo
POR MARIANA ENRIQUEZ
Un detalle del tríptico Dos figuras en una cama con testigos del pintor inglés Francis Bacon ilustra la tapa de El cuarto mundo, la novela de Diamela Eltit que acaba de publicarse en Buenos Aires. No se trata, sin embargo, de su último trabajo, porque fue editada originalmente en 1988. La ilustración es sumamente adecuada: los cuerpos sufrientes y retorcidos de Bacon semejan la literatura de la escritora chilena, poblada de cuerpos afiebrados, ultrajados, deseantes. Diamela Eltit tiene un nombre inusual, que mezcla una flor rara con un apellido árabe. Publicó su primer libro, Lumpérica, en 1983, en plena dictadura chilena y desde entonces ocupa un espacio inusual, el de una escritora netamente experimental, preocupada por el lenguaje y la fragmentación, pero de estilo límpido e hipnótico. Sus objetos literarios suelen ser los expulsados que deambulan por la noche de la ciudad, lo clandestino, la locura, objetos completamente extraños al boom de la literatura “femenina” latinoamericana, que instaló en el mercado mujeres que rescatan valores tradicionales.
El cuarto mundo se ocupa de uno de esos valores tradicionales: la familia. Los protagonistas son dos gemelos concebidos en una relación sexual que encuentra a la madre afiebrada y violentada. Uno de ellos habla desde el útero, pensante y consciente, y vive los terrores femeninos desde el vientre materno. Cuando crecen y la familia se resquebraja con el nacimiento de una nueva hermana, María de Alava y el adulterio de la madre, al punto que debe aislarse y vivir encerrada, los gemelos, hombre y mujer (aunque el varón se traviste en la segunda parte y es bautizado como María Chipia) conocen el sexo clandestino y el incesto, y dan a luz un lenguaje y, quizá, la propia novela.
El cuarto mundo describe la desintegración de la familia “sudaca” (así la llama la autora), y rompe con el código social. “Todas las situaciones poseen un énfasis corporal”, explica la autora, “e instala a la pareja intrauterina, constituida desde siempre, con su juego de identidades, ambigüedades y culpas”. Vertiginosa, con un lenguaje cercano a la fisiología, con cuerpos atacados por fiebres y convulsiones, jorobados y sangrantes, El cuarto mundo reflexiona sobre la dualidad que exige integración y, también, mediante esa familia incestuosa que pare a una niña “que será dada a la venta”, parece una metáfora del mercado, y un desacato a la mirada sobre Sudamérica como un tercer mundo.
El cuerpo está siempre presente en sus textos. ¿Por qué lo elige como lugar problemático?
–En realidad a mí me parece que el cuerpo es un sitio problemático y, desde allí, se erige como un inapreciable material literario al cual se puede apelar una y otra vez. Quiero decir que me parece que el cuerpo es una zona de ensayo de discursos sociales, digo: una zona de disputas, de dominaciones, de presiones y de represiones. También el sitio de la desolación y el goce. Sigo pensando en el cuerpo con idéntica pasión literaria.
¿Por qué eligió para los gemelos los nombres de María de Alava y María Chipia?
–Los nombres María de Alava y María Chipia los tomé prestados de un libro de Caro Baroja sobre la Inquisición española. Se trata de mujeres que fueron llevadas a juicio por los Tribunales de la época. Me hizo sentido. O más bien esos nombres otorgaron el sentido y el espesor cultural y político que los personajes de esa novela necesitaban.
¿Cómo surgió la idea de embrión consciente?
–La verdad es que mientras me rondaba El cuarto mundo estaba pensando, de manera vaga, en la pareja como material y soporte literario, pero llegaron a poblar la página los mellizos. Y sí, me parecieron la pareja porexcelencia, extrema, insoslayable. Pero, claro, como trabajaba de manera simbólica, pues surgió un narrador fetal con un discurso –digamos– anciano. Fue curioso, quizás, en cierto modo insólito, pero desafiante para mí.
En El cuarto mundo, el feto dice: “Ansiaba llegar a las palabras de un modo absoluto y así cubrirme con el lenguaje como con una poderosa armadura. Ingenuamente pensaba que el habla era un hecho trascendente y misterioso capaz de ordenar el caos que me atravesaba”. ¿Por qué la preocupación central por la apropiación del lenguaje?
–El lenguaje me parece estratégico en el sentido más radical y múltiple del término. Desde luego, el lenguaje, además de poderoso, me parece represivo, opresivo. Pero no estoy segura de que el lenguaje “ordene” el caos; puede, en algunos casos, detonarlo. Se puede pensar en Bush-Blair y los efectos de sus órdenes malsanas de atacar Irak.
Los mellizos tienen sus primeras experiencias genitales con cuerpos lúmpenes; lo popular aparece como elemento perturbador. ¿Qué lugar tiene el mundo de los excluidos en su imaginario?
–El mellizo ejerce su erótica en la ciudad, en las calles de la ciudad. Se encuentra –más allá de lo genital– con lo “sudaca”. Me interesa lo literario como una zona de interrogantes. En ese sentido, mis intereses estéticos radican, en gran medida, en aquello que la oficialidad no quiere o no puede formular. Pero está allí. Y ese silencio institucional marca en lo “otro” un signo de rebeldía. Así, me parece que lo marginal o lo excluido no son esencias sino formas de producción perversa de las propias instituciones.
¿Por qué elige llamar a la familia
“sudaca”?
–En realidad existe una categoría a la que llaman “cuartomundistas”, que tiene una referencia en el tercer mundo y que alude básicamente a la desocialización. Eso me pareció provocativo y, en esa esfera, la familia a la que pude llegar se constituía como una forma social en crisis. Pero, claro, yo no puedo evaluar mi propio libro. Cuando me refiero a mis novelas, estoy siempre aludiendo a mis intenciones, nunca a los resultados. Y también me importó y me interesó que a los latinoamericanos nos llamaran “sudacas” los españoles, así, en tono peyorativo. A mí me parece que se pueden tomar esas expresiones –digamos– límites y volverlas productivas desde la literatura. Ese sentido –paródico, irónico, político– tuvo la apropiación de la palabra en la novela. Una especie de “vuelta de tuerca”. Por otra parte, la familia latina es una convención, una construcción. Las familias son lo que, por penas, a duras penas y apenas, pueden ser.
¿Qué rol juega el incesto?
–El incesto como el gran tabú de la cultura es también un inacabable tema literario. En parte porque el incesto pone en jaque el concepto de familia, lo dinamita por la confusión de los roles. Entonces el incesto cita los límites y desde allí se puede aludir a lo transgredido y a lo transgresor.
Post-lumpérica
Su primera novela se publicó durante la dictadura de Augusto Pinochet. ¿Cómo fue posible hacerlo y qué diferencias encontró después de la época de la censura?
–Cuando se publicó Lumpérica, hace ya veinte años, en 1983, pues existía una oficina concreta de censura que debía aprobar la publicación (sería oportuno saber quiénes eran los censores que hacían ese trabajo). Allí se entregaba un certificado que permitía la publicación. De otra manera los libros no podían ser distribuidos a librerías. Entonces, de alguna manera, esa primera novela fue escrita con la presencia abstracta de un censor al lado. Sin embargo, nunca escribí “para” el censor. Más adelante, esaoficina y ese trámite terminaron. Con seguridad porque no era necesario. El sistema cultural estaba tan intervenido y desmantelado –prácticamente no existían editoriales, como no fueran pequeños y fugaces emprendimientos épicos que caían rápidamente por problemas económicos– que la circulación de libros estaba paralizada. En medio de un feroz cerco, sin ningún mercado posible, se liberaron los imaginarios literarios que entraban, claro, en un completo ghetto. Eso posibilitó en los escritores chilenos una forma de “libertad” subterránea. En ese contexto de resistencia se estaban tejiendo las sintaxis plurales y posibles para permitir las escrituras del futuro.
La publicación de El cuarto mundo coincide con el plebiscito de 1988. ¿Cómo se articulaba su escritura con la convulsión política que se vivía en Chile en ese momento?
–La novela fue publicada el año en que se convocaba al plebiscito que iba a impedir, por la vía electoral, la prolongación institucionalizada de la dictadura. Sin embargo, no soy capaz de establecer relaciones lineales entre texto y contexto. El cuarto mundo fue una novela dictada por la urgencia de escribir una novela, en el sentido más político que portan las urgencias literarias. Pero yo no quiero caer en una forma común de demagogia que une livianamente literatura y contexto político social y allí se adjudican un rol desproporcionado. Es un tema ultra delicado porque la dictadura representó una catástrofe social concreta para millones de chilenos y es imposible simplificarla.
En otros libros suyos, como El infarto del alma (de cuyos textos Radarlibros ofreció un anticipo) o Padre mío, se trabajan discursos de la locura desde lo testimonial, con un esquizofrénico y pacientes crónicos e indigentes. ¿Es muy importante en usted la influencia de Michel Foucault?
–Esos libros constituyeron para mí una gran experiencia literaria. Salir del formato de la ficción y entrar en otro espacio. Pero, claro, hubo allí un encuentro o un roce con la locura. No soy capaz de dar cuenta de la locura, nunca fue mi intención sino más bien trabajar ciertas metáforas, una posición, una poética. Me interesa mucho el sistema de Foucault, especialmente cómo se ubicó en el siglo XVIII y desde allí pudo atisbar cómo se construía la hegemonía burguesa y sus tecnologías capitalistas.
¿Por qué eligió una literatura alejada de la narrativa “realista”?
–Siempre he pensado que lo “real” es difícil de abordar, precisamente porque se corre el riesgo de que el real (siempre móvil ambiguo, polivalente) exceda a la mimesis de lo real. Pero yo tengo presente lo real, en ese sentido me considero –por qué no– una escritora realista, sólo que de una determinada realidad en la que no está ausente el protagonismo y la realidad de la letra.
¿Se considera una escritora de género? ¿Cómo es su relación con el feminismo?
–Me interesa la categoría de género en tanto construcción cultural, en cuanto instancia política de tensión y asimetría. Pero nunca me he propuesto escribir una novela “feminista” en el sentido más ideológico y programático del término. ¿Cómo podría ser yo una escritora de género? ¿Qué es eso? O quizás soy una escritora de género. ¿Por qué no? Pero más allá de esas disecciones, mi empeño radica en sacarle escritura a la escritura. Me parece muy propositiva la teoría feminista en la medida en que se interna por campos simbólicos y los deconstruye rompiendo la naturalización de ciertos supuestos y estereotipos. Yo, como ciudadana, tengo una posición política, me importa hacer una escritura política, pero para ello tengo que implementar una política de escritura.
¿Qué opina del boom de la literatura
de mujeres?
–A mí me parece magnífico que las mujeres accedan al mercado, eso está bien. El punto es que el mercado es el que realmente diseña ciertas escrituras y es ese diseño y su funcionalidad el que habría que examinar.Pero, claro, no podría yo enjuiciar a las autoras. Mi mirada está puesta en el sistema y en sus operaciones y apropiaciones.
Pedro Lemebel suele mencionarla como una de las escritoras chilenas que más respeta. ¿Se siente cercana a él?
–Pedro Lemebel ha hecho un aporte en su exploración de la otredad homosexual y, particularmente, la figura de “la loca travesti”. Compartimos la experiencia de unos años determinados –lo conocí a mediados de los ochenta– y en ese sentido tenemos saberes y pasados comunes.
¿Considera que la literatura puede ser resistencia al modelo neoliberal? ¿Cómo plantea la crítica desde su literatura?
–El modelo neoliberal es exactamente eso: un modelo. Yo no lo comparto, como no comparto los discursos que lo avalan resguardándose en lógicas comunes y corrientes. Tampoco me parecen interesantes, en el marco del libre mercado, el “libro mercado” o, dicho de otra manera, las literaturas neoliberales. No quiero decir que esté en contra de esas literaturas, cada gente debe escribir lo que se le dé la gana. Pero, lo que me pasa es que me agoto con tanta anécdota, con tanta verdad predigerida. No creo ser una escritora de resistencia al mercado porque no incluyo al mercado como deseo en mi escritura, así que no tengo nada que resistir en ese aspecto, sino más bien y, quizás sea un poco anacrónica, me considero una literata, nunca una escritora “profesional”. No me interesa ser una escritora ni empresarial ni industrial, más bien una artesana de la letra.
¿Se considera una provocadora? ¿Y qué le responde a quienes la acusan de elitista?
–Me gustaría ser una escritora provocadora, si pensamos no en términos de una rebeldía porque sí, más bien en la provocación política necesaria que implica el compromiso literario. Yo, en general, no me defiendo de acusaciones porque sencillamente escribo libros y los libros se defienden o no se defienden solos. Pero me parece interesante la frase de Antonin Artaud cuando dijo algo así como: “Tengo, para precaverme del juicio de los demás, toda la distancia que me separa de mí mismo”.