Domingo, 18 de septiembre de 2016 | Hoy
BOB CHOW
Se venía hablando de él como de un secreto bien guardado, quizá demasiado misterioso, de las letras nacionales. Y de pronto, se destapó. En pocos años aparecieron cuatro libros del hombre conocido como Bob Chow. Desde la editorial llamada, con justa lógica, Marciana, llega La máquina de rezar, una catarata de tramas, subtramas y personajes dislocados en una Europa extraterritorial.
Por Fernando Krapp
Y de golpe, la canilla que se oculta detrás de esa máscara llamada Bob Chow dejó correr cuatro novelas, en un período muy corto, de apenas tres, cuatro años. Primero: El momento de debilidad, editada desde Córdoba por Nudista. La misma Nudista, a principios de este año, sacó El águila ha llegado (que incluye un CD de una banda que el mismo escritor lidera) después de que la editorial La Bestia Equilátera anunciara al ganador de su único primero literario hasta la fecha; un tal Bob Chow con una novela de título marcial y algo taoísta: Todos contra todos y cada uno contra sí mismo, próxima a editarse en lo que queda del año. Por si fuera poco, la editorial Marciana, emprendimiento encarado gracias a la fuerza de un solo hombre, el escritor y periodista Denis Fernández, abrió su catálogo con la novela La máquina de rezar de, por supuesto, Bob Chow.
La pregunta sería entonces, ¿quién es Bob Chow? La recientes entrevistas lo revelan: un hombre que, por un lado, lleva una vida normal con cuit y cuil en una empresa de traducciones, y por el otro presenta sus libros en congresos de literatura provinciales tapado con una capa negra de monje franciscano y trompa de pelícano. Un traductor del inglés que aprendió el idioma gracias a un escocés. Vivió largo tiempo en Europa y volvió a la Argentina para licenciarse como psicólogo aunque no ejerza. Ex jugador y entrenador de tenis que supo disfrutar, durante su niñez, de los beneficios aéreos que su padre, jefe de una empresa de aviones, le ofrecía. Alguien que viajó por todos lados: la India, Irán, norte de África, Estados Unidos, y vivió en Alemania y Holanda. Ciudades que sirven como trasfondo para sus especulaciones literarias, en especial en La máquina de rezar.
Hay poco, acá, de desarraigo latinoamericano y las subsiguientes derivas políticas, como varios escritores del boom y postboom supieron reflejar con desigual resultado, desde Cortázar y Vargas Llosa a Alfredo Bryce Echenique, el mismo Roberto Bolaño. La Europa de Chow es un territorio librado a las conexiones, la paranoia y la especulación lisérgica. Es un territorio interterritorial podríamos decir, que se libra en el aquí y el ahora: con sus migraciones africanas, sus maquinaciones digitales y sus atentados. En el centro del relato, hay una máquina que si se la deja prendida, reza por uno. El personaje principal, un hombre que tiene tantos nombres y sobrenombres como el mismo escritor, sobrevive en París. Mientras trata de escribir comics para la revista satírica Charlie Hebdo, aprende francés traduciendo a Lacan. En el medio de su desequilibrio narrativo, el narrador viaja a Amsterdam para pegar una marihuana alien que se vende en los famosos y turísticos coffee shops. Conoce entonces a una chica de nombre Valentina, y la historia se dispara.
El relato se dobla y retuerce como una toalla mojada sobre sí mismo. Por un lado, este narrador de los mil nombres viaja con su chica hasta Bagdad, Irak, bajo las órdenes estrictas de Francois Ozon de hacer una película de superhéroes. La idea es hacer una versión de Batman iraquí in situ: a lo documental. El narrador y su chica se filman continuamente mientras el relato va encadenando frases sin caer en descripciones turísticas o de cronista ilustrado. El narrador es una auténtica máquina de disparar teorías: sobre un nuevo evangelio digital, sobre el modo de vida en el oriente próximo, sobre el futuro y sus consecuencias letales. Fassbinder, Nietzsche, Lacan, Zizek, todos atados por las cuerdas de Bob Chow. La experiencia del relato se desdobla y se incluye el proceso de escritura del guión del comic que el narrador escribe en sus tiempos libres: el relato sobre la experiencia de convertirse en un Batman iraquí. El reflejo refleja al reflejo mismo, y de a poco, el lector se siente presa de una ilusión narcótica, una quimera narrativa diseñada por algún tipo de herramienta foránea y poderosa. Algo como leer a William Burroughs, podríamos decir.
Máquinas: las picardías en El jardín de las máquinas parlantes de Alberto Laiseca pero también la máquina de narrar de Ricardo Piglia en La Ciudad Ausente serían ambas una versión hard de La máquina de Rezar. En Piglia, la máquina constituye el centro del relato, el misterio alrededor del cual orbitan todas las historias de una ciudad, la máquina detrás del entramado social capaz de contenerlas, procesarlas y devolverlas. A propósito de la novela ganadora, Luis Chitarroni dijo: “su trama transcurre de renglón a renglón”. Acá es igual: Chow entiende que las conexiones, las historias que cada máquina dispara están en algún lugar perdido, etéreo, flotante, y que su versión dura, la propia historia de la máquina, no importa. Lo que quedan son las conexiones, las derivas, los cruces, las digresiones. Y lo que se encuentra detrás de todo ese caos de lenguaje, no es otra cosa que el amor incondicional y derrapado por una mujer. Por quien uno rezaría a un evangelio extraterrestre y saldría al desierto vestido de un superhéroe pobre en una tierra sin ley.
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