Domingo, 18 de septiembre de 2016 | Hoy
RESCATES > ROBERTO MARIANI
Por Claudio Zeiger
El año1926 se haría célebre, al menos en los sigilosos ámbitos de la crítica literaria, por ser el de la publicación de dos novelas antagónicas pero hermanadas por lazos tan amistosos como asimétricos entre sus autores, Roberto Arlt y Ricardo Güiraldes, el secretario y su padrino respectivamente; El juguete rabioso era el debut, lo nuevo, el futuro y Don Segundo Sombra la coronación, la sombra, el crepúsculo. Lo cierto es que por detrás de esos títulos asomaría otro destinado a perdurar de diferente forma, detrás de 1926 quedaría algo desplazado para la posteridad 1925, el año de aparición de los Cuentos de la oficina de Roberto Mariani en la editorial Claridad.
Mariani era un poco como Arlt. Compartían un universo y un entramado ideológico y social. Periodistas, vitalistas, de izquierda. Mariani era más de extrema izquierda, y a juzgar por sus escritos llegó a entremezclar anarquismo y cierta mística. Fue un personaje extraño, sensible, del que más bien poco ha trascendido. Había nacido en La Boca, vivió varios años en el interior, intentó afincarse en el sur, en Esquel, y murió finalmente en 1946, a los cincuenta y pico de años, habiendo incursionado en la poesía, en la narrativa con cuentos y novelas, y en el teatro. Si bien no perduró de la forma en que lo hicieron los otros en la consideración crítica, Cuentos de la oficina fue muy exitoso al momento de su aparición. Ahí, a través del locus oficina, logró pintar convincentemente a un puñado de personajes urbanos, los empleados, y también a ese gran personaje animado, la oficina, que en el comienzo, en la inolvidable “Balada de la oficina”, le habla a esos empleados pálidos y temerosos y les dice con sorna y paternalismo impostado: “Entra, no repares en el sol que dejas en la calle”. Hoy, tantos años después, casi un siglo después, la oficina es un tópico de la literatura argentina que dos por tres reaparece con fuerza (Guillermo Saccomanno, José María Gómez, entre los más recientes) y también es un super Topic de algunas series, lo que es muy entendible, porque la oficina es el lugar donde los seres que pretenden ser alguien en la vida dejan jirones de la misma, dejan sus ilusiones, venden su fuerza de trabajo y su alma a cambio de una seguridad que nunca es del todo segura, a cambio de una felicidad que nunca puede ser total porque implica la renuncia a la libertad. Pero también es el lugar de vínculos intensos y fuertes, inolvidables, a veces más fuertes que los de la familia, los amigos, las parejas. A punto tal que muchos empleados y empleadas llegan a tener sueños eróticos con los mismos compañeros de oficina a los que detestan de día.
Es probable que cuando dio a conocer sus cuentos de oficina, Mariani no tuviera una visión tan futurista del asunto, pero seguramente se sorprendió gratamente por la buena repercusión del libro, y habrá llegado a intuir que estaba poniendo un pie en la modernidad al interpretar algo novedoso, poco transitado: la clase media.
Lo cierto es que en el ya citado año de 1926, sería el turno de una nueva colección de relatos: El amor agresivo, y que en 1930 daría a conocer otro volumen muy bueno, notable: La frecuentación de la muerte. Ambos fueron rescatados, reproduciendo sus ediciones facsimilares, por el 8vo Loco.
Es evidente que Mariani buscaba una concepción muy ganchera de sus libros de cuentos. Tenían que tener algo en común, como un tema, un hilo conductor. Pero un hilo fuerte y electrizante, no cualquier hilo, como ciertas antologías forzadas o cómodamente reunidas por género. Mariani pensaba en grandes asuntos, tocaba grandes cuerdas, vida o muerte.
En los cuentos de El amor agresivo Mariani acumula “casos” y “tipos” femeninos. En el primer relato, “Un viajero”, cuento paradigmático, un hombre joven se sumerge en ensoñaciones durante un viaje en tren, y al pasar por el pueblo de 25 de Mayo, le viene a la memoria el amor que tuvo con una muchacha que vivía allí. Una historia tortuosa que incluiría ¿triangularmente? al tío de ella, una historia con ribetes morbosos, tal vez perversos. Esos giros del deseo y el sexo, esas frustraciones y ese asomarse a estados de conciencia alterados no son para nada ajenos a la literatura de Mariani. Es una constante en los mejores cuentos de los tres libros. Lector de Proust y seguramente conocedor de alguna versión tempranera del psicoanálisis, los ribetes del subconsciente o del incosciente no le eran para nada ajenos. Tampoco los dilemas de la conciencia. Siempre, en Mariani, la subjetividad se antepone ante las versiones más realistas o las pinceladas más crudamente naturalistas, que también las hay. Muchos de sus relatos son modernos monólogos interiores marcados por una visión íntima de los acontecimientos. También hay otros cuentos, quizás menos logrados, donde los personajes hablan o monologan siguiendo los dictados de una estructura teatral.
Es en La frecuentación de la muerte donde se encuentra lo más jugoso del autor en uno u otro sentido. El libro es una colección de cuentos totalmente abocados al tema de la muerte, pero también puede leerse perfectamente como una novela atomizada. También contiene un relato, el que da título al libro, absolutamente genial: los recuerdos de un periodista de policiales que, gajes de su oficio, debe frecuentar los cuerpos de los muertos por asesinato o suicidio, un trajín que lo vuelve insensible, hasta que se topa con una experiencia más que humana, al borde de lo inhumano.
Es probable que en su conjunto, los cuentos de El amor agresivo y La frecuentación de la muerte no hayan alcanzado la altura e importancia de los Cuentos de la oficina. En este libro insignia de 1925, repetimos, se consolidó una línea literaria que permitiría poner a funcionar la usina de las relecturas y recreaciones, no necesariamente como influencia o copia, sino como irradiación, ese volumen entró por derecho propio en el imaginario de la literatura argentina. El amor y la muerte, en cambio, fueron temas intermitentes que le permitieron fraguar algunos textos notables y consolidar el perfil de un escritor que aspiraba a la profesionalización.
Como sea, Mariani sigue siendo un autor a rescatar. Y un enigma de claroscuros, delicada sombra proustiana en el cuerpo de un revolucionario encendido, un camionero de las rutas argentina, un periodista carnicero y un escritor religioso.
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