Dom 02.10.2016
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ENTREVISTA > MARK FISHER

EL CAPITAL Y LA ANSIEDAD

¿En qué momento el neoliberalismo dejó de ser una seductora ideología de consumo y pasó a convertirse en un opaco llamado a la resignación? ¿Debe ponerse algún límite al avance de las tecnologías de la comunicación? ¿Qué es hoy una protesta, una revuelta? Varios de estos interrogantes ocupan la mente y los intereses del crítico cultural Mark Fisher, autor de Realismo capitalista. ¿No hay alternativa?, que ahora se publica en la Argentina.

› Por Natali Schejtman

Desde Londres

En los 80, Margaret Thatcher popularizó la frase “No hay alternativa” para clausurar cualquier opción que no fuera la aplicación de un programa de globalización neoliberal. Justo en un momento en que el Reino Unido revisita su propio proceso de desindustrialización a raíz de Brexit y que una de las nuevas figuras políticas del momento -el líder laborista Jeremy Corbyn- desempolva expresiones en desuso como la “antiausteridad”, el ojo vuelve a posarse en cómo, cuándo, por qué (y con qué consecuencias) la novedad del neoliberalismo se convirtió en obviedad y sentido común. De ese pasaje habla, entre otras cosas, Realismo capitalista. ¿No hay alternativa?, un análisis cultural y filosófico sobre los efectos del capitalismo publicado en el Reino Unido en 2009 y recientemente en Argentina (Caja Negra). Mark Fisher, profesor en la Universidad de Goldsmiths, crítico musical y cultural conocido por su blog de cultura popular y política k-punk, indaga en cómo el capitalismo copó diferentes espacios de la vida política y social, convirtiéndose en la norma, y desmenuza cuáles fueron los costos mentales y sociales de su implicación en la esfera pública, la educación y la protesta. En una zambullida interdisciplinaria y muy sofisticada en los análisis de Zizek sobre ideología y cinismo, los de Jameson sobre posmodernismo y capitalismo tardío o de Deleuze y Guattari sobre deseo y política, Fisher logra navegar entre las ideas y los exponentes de la cultura masiva como Live 8 y su protesta corporativa, la supresión de “lo nuevo” en Los niños del hombre y los conflictos que trae (o no) el hecho de que los activistas de Occupy sucumban ante sus deseos de tomar café en Starbucks.

¿Qué cosas cambiaron desde que publicaste el libro en 2009 hasta ahora?

–Bastante... En 2009, todavía había un “centrismo”, había un neoliberalismo establecido que tuvo un shock durante la crisis financiera pero persistió. Pero no creo que esté dado de la misma manera en 2016. Lo podemos ver de múltiples maneras, en la izquierda y en la derecha. Pienso que la derecha de Donald Trump indica una crisis del centro. Pero otros ejemplos, como Jeremy Corbyn en el Reino Unido, Podemos o Syriza indican que el centro realmente explotó, con un grado distinto de desarrollo, pero no podíamos imaginarnos esto en 2005. Creo que rompimos el automatismo capitalista. Mucha de la izquierda anticapitalista fue persuadida con la idea de que los partidos a cargo del estado estaba terminada y que esa atmósfera estaba totalmente copada por el neoliberalismo. Creo que el efecto de eso es un neoliberalismo muy agradecido.

En uno de los capítulos de Realismo Capitalista, Fisher explora la educación terciaria pública, en donde fue docente durante los 2000, como uno de los semilleros de distintas patologías mentales. Fisher indaga muy profundamente en este ámbito, como si allí se cifrara gran parte de la sintomatología del realismo capitalista, y propone el término “hedonia depresiva” de los estudiantes para describir, no la “la incapacidad para sentir placer como por la incapacidad para hacer cualquier cosa que no sea buscar placer”.

¿Por qué la educación te pareció un contexto significativo para analizar?

–La educación parece estar en el frente del realismo capitalista por la presión puesta sobre ella, así como sobre cualquier servicio público que está reduciendo efectivamente su concepto de bien público. Un bien público es lo que quiera el mercado. La sociedad no existe realmente, solamente consumidores interactuando en el mercado y el mercado sabe mejor que cualquier grupo de individuos lo que es mejor para todos. Parte de las razones de hablar de educación en el libro es que en 2009 podías sentir el efecto de ese tipo de filosofía en cada uno de los niveles del proceso educativo. Parecía que podías adoptar este tipo de lenguaje: mercados, consumidores, etcétera. Una vez que ese lenguaje es adoptado, se hace corrosivo y lleva a esta situación de crisis inmensa. Uno de los ejemplos de eso en nuestra educación son los problemas de ansiedad que tienen los estudiantes. Se volvió muy serio y sistémico. La atmósfera existencial de las instituciones ha cambiado en los últimos años.

Cuando empezó a expandirse internet, hubo un optimismo en función de la democratización que iba a permitir. Sin embargo, en Realismo capitalista, la sociedad digitalizada es puesta en cuestión, en su relación con lo corporativo, el control, el estrés.

–Es importante ser polémicamente negativo sobre eso. No es que no haya potencial ahí, pero creo que ha sido exagerado y es hora de contrarrestarlo. La ideología alrededor de Google y Apple, por ejemplo. Hay gente que se piensa a sí misma como realmente anticapitalista y no ven ningún problema en aceptar esta especie de “ideología Apple”. Y yo siento que hay un problema con eso. Un límite mayor son los smartphones. Han alcanzado a un punto de invasión extremo, realmente. Los smartphones proveen muchísimas oportunidades al capitalismo de controlar la conciencia, los hábitos y los microcomportamientos de un modo que era inconcebible hace una década. ¿Cómo podría el capital ganar acceso a tu mente? La televisión ya lo tenía, pero no siento que la televisión sea lo mismo que un smartphone, no es un tiempo de calidad tan íntimo y permanente. En este país podés ver eso, cualquier tipo de vagón, en hora pico, podés ver a toda la población envuelta en este enganche intenso con sus pantallas. Es el veneno y la cura. La cura para la desocialización y la soledad, y también su causa. Creo que es fundamentalmente una máquina compulsiva.

En general, este es un punto bastante discutido: no negarse a la tecnología, aceptar partes de lo considerado “mainstream”.

–Permanentemente se ve esto como positivo, por eso pienso que es más importante hacer un contracaso, incluso si es exagerado. Al menos paradójicamente para liberar el potencial de esa tecnología, que está embebida en este ambiente y entonces nunca va a ser liberada porque está en un loop compulsivo. Estamos invitados a confundir compulsión con libertad. La idea principal es que esta tecnología suplementa y mejora y hace más accesible lo que tenés. Pero podemos ver ahora simplemente que eso no es verdad: que algo que parecía suplementario termina siendo lo principal. La ilusión detrás de eso es ganar una cantidad infinita de tiempo y energía, porque vos podés hacer otras cosas y también esto. Pero en realidad no. Creo que los smartphones tienen muchas formas de exacerbar esta crisis temporal y esta pobreza de tiempo. Estás en esta temporalidad reactiva constante. Ese es el tema con la ansiedad: el tema en el que estás en un momento es lo único que importa y te consume toda tu existencia, y después rápidamente eso no te importa más. ¿Y qué conecta esas dos cosas? ¡Nada! Porque solamente te moviste de una cosa a la otra. Creo que mucho de nuestro día a día es una especie de sueño diseñado de ansiedad.

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