Domingo, 9 de octubre de 2016 | Hoy
VICTORIA DE MASI
Carlitos Nair se hizo doblemente famoso en 2007 como participante de Gran Hermano y cuando por esos días su padre, Carlos Menem, finalmente aceptó darle su apellido. En los últimos años, pasó vertiginosamente de las páginas de espectáculos a las de policiales y actualmente, cuando se publica Carlitos Way, una biografía no autorizada de su vida de la periodista Victoria De Masi, está en prisión. La vida de un muchacho que, peronista o no, nació un 17 de octubre.
Por Ivana Romero
Fue Carlos Nair Meza. Y también, Carlitos o Carli. Pero cuando le anunciaron que su padre había aceptado darle el apellido, Carlos Nair Menem sintió que había ganado su batalla personal más ardua. Ocurrió la noche del 24 de julio de 2007, tras su expulsión de Gran Hermano por voto del público. Había pasado sesenta y tres días encerrado en una casa atestada de cámaras que seguían a cada segundo la vida de él y de otros participantes –entre ellos, una vedette que admirada por el tamaño de su sexo lo bautizó “Anaconda”– sin contacto con el mundo exterior. Al salir, el conductor del show televisivo le mostró en vivo el tape con las declaraciones de su padre. Carlos Saúl Menem siempre se había obstinado en evitar el tema aunque su paternidad no reconocida era un secreto a voces. Pero al fin, el ex presidente admitió que ese chico era su hijo: “Es Carlos Menem sin canas”, reconoció con cierta picardía por el parecido notable entre los dos. Entonces Nair se golpeó el pecho y clavó los ojos en techo del estudio. Pensaba que su tragedia había terminado.
Del antes y del después de ese día se ocupa Carlitos Way: vida de Carlos Nair Menem, una paciente reconstrucción de las huellas que deja tras de sí este muchacho, nacido el 17 de octubre de 1981 en Formosa y ahora encerrado en una prisión en la provincia de Buenos Aires, acusado por delitos de robo con arma de fuego y tenencia de drogas, entre otros asuntos.
Su autora, la periodista Victoria de Masi, indagó expedientes judiciales, diarios íntimos, archivos perdidos en la vorágine televisiva, notas periodísticas, bibliografía sobre Menem y el menemismo. Con esa información, decidió preguntar(se): ¿quién es Carlos Nair?. A lo largo de unas doscientas páginas, construye su perfil con aquello que investiga, con aquello que los entrevistados responden. Pero también, con todo un magma revelador en su opacidad: protectores de Nair que insisten en saber si ella está escribiendo una biografía autorizada (responde que no); un abogado que le pide plata, integrantes del clan Menem que se diluyen en excusas antes de aceptar una charla. Incluso los dos medio hermanos de Carlitos por parte de madre discuten frente a la cronista sobre si Martha Meza –una dirigente que pisó fuerte en el PJ formoseño y se suicidó en 2003– fue sobreprotectora con él o no. También se suman fuentes que prefieren el anonimato. Así la periodista pudo reconstruir cómo es que Nair ha terminado preso.
De Masi mantiene algunas entrevistas con él a lo largo de los cuatro años que le demandó esta investigación: lo ve en Buenos Aires (donde conservó hasta hace poco un cargo en el Senado por orden de su padre) pero también en Mendoza, donde Nair pasó una temporada como gerente de un negocio de motos. Además, viajó a Formosa para encontrarse con sus amigos y familiares del lado materno. La más fuerte de esa constelación es Victorina Meza, abuela de Nair, una suerte de terrateniente que sienta a la periodista al lado de su custodio, en un sillón con el respaldo cubierto de ranas de peluche.
La nómina por línea paterna también es interesante: Omar Daer, abogado de Menem; su primo Gacem Aquil, su hermano Eduardo, su secretario Ramón Hernández, su hija Zulemita (“Carlos es un corazón con patas, tiene carisma, es un Menem, sin dudas”), su ex esposa Zulema Yoma. Es ahí cuando el texto adquiere nueva espesura. Ya no se trata sólo de la historia singular sino también, de la historia política de nuestro país. Incluso, de los poderes locales que les permiten a caudillos como los Meza, pisar fuerte por generaciones. Este entramado da cuenta de hasta dónde los hilos del poder movieron la vida errática de Carlos Nair.
Nació el Día de la Lealtad peronista, enredado en siete vueltas de cordón umbilical. Su padre había llegado a Las Lomitas, un pueblo a unos 300 kilómetros de la capital formoseña, como preso político en 1980. La cúpula militar lo había obligado a renunciar a la gobernación de La Rioja en 1976. Pasó por distintos lugares hasta recalar en ese paraje donde fue cobijado por Modesto Meza, un dirigente de la zona, fiel como él al justicialismo. La hija de Meza, Martha, tenía 28 años y era docente. Por entonces se había separado y vivía en Lugano, al sur de la Capital Federal, junto a sus dos hijos. Ese verano había ido a visitar a la familia. Mucho tiempo después, ella diría que no supo qué le vio a ese cincuentón de hablar chispeante, que insistía en lavarse el pelo largo sólo con agua mineral mientras aseguraba que sería presidente de la Nación.
El romance duró pocos meses: él volvió a Buenos Aires con su esposa Zulema y ella continuó su embarazo. Hasta su adolescencia, el padre –embarcado siempre en su carrera política– veía a Nair asiduamente, le regalaba juguetes primero y autos después, pero de reconocerlo públicamente, ni hablar.
“De Carlos Nair sé algunas cosas. Sé, por ejemplo, que coquetea con armas y con mujeres; que le apasiona la velocidad y que varios accidentes de tránsito que protagonizó lo dejaron renqueante y dolorido; que prefiere la noche, que fue obeso, que fue raquítico”, escribe De Masi, quien a lo largo de éste, su primer libro, deja que la historia hable por sí misma. El chico actúa como un rey caprichoso y autodestructivo. Con una infancia que registra ataques de pánico y episodios de bulimia, de adulto es capaz de encender con dulzura velas en memoria de su madre pero también, de chocar violentamente su Mitsubishi contra un Mc Donald´s.
En los noventa, los dos hijos “oficiales” de Menem –Zulemita y Carlos Saúl Junior– se enteran de que tienen un hermano. Junior tenía interés en conocerlo pero el encuentro no fue posible: murió en un accidente brumoso en 1995. A partir de ahí, Nair tomó la decisión de impulsar un juicio de filiación que inició en el 2000. Lo ganaría, sí. Pero hasta el día de hoy, no tiene el número directo de su padre: se comunica con él a través de los custodios.
El accidentado derrotero de Carlitos, obstinado en tener su lugar dentro del clan Menem pero a la vez reducido a un paria, se refleja en el juego de significados que propone el título del libro, Carlitos Way. En aquella película, de nombre casi similar, el personaje de Al Pacino no lograba escapar de esa condición de gángster que ya hervía en la sangre de sus antepasados. Nair, sin embargo, parece haber sido incapaz de adquirir la templanza de los Menem: Zulemita no atiende más sus llamados y Zulema Yoma lo considera “una deshonra para la familia”. Por estos días, él dirime su presente en la cárcel y en soledad. Lo acertado de este perfil es mostrar cómo su apellido ya no funciona como pacto de sangre sino como estigma que lo confina a los bordes.
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