Tzvetan Todorov (Sofía, 1939) ha dejado en Occidente su impronta como hermeneuta, historiador y filósofo. Autor de una treintena de obras de referencia como Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje (reeditado en estos días por Siglo XXI), Introducción a la literatura fantástica o Deberes y delicias (una autobiografía intelectual que acaba de distribuir el Fondo de Cultura Económica), Todorov ha abordado una enorme diversidad de temas. RadarLibros lo sometió a la primera entrevista en donde habla de su último trabajo: Le nouveau désordre mondial. Réflexions d’un Européen, un ensayo donde examina la nueva doctrina de seguridad norteamericana.
Encontramos a Tzvetan Todorov tecleando frente a una IMac de
última generación, dirigiendo el CNRS (Centro Nacional de Investigación
Científica) de Francia. Desde 1963 vive en París, junto a sus
tres hijos y su mujer, la novelista norteamericana Nancy Houston.
Le nouveau désordre mondial parte de un estudio sobre la
índole de la administración Bush. A diferencia de otros analistas
que hablan de un gobierno neoconservador, usted prefiere utilizar el término
de “neofundamentalista”...
–Recuso el término “neoconservador” porque esta política
no tiene nada de conservadora. Por regla general, los conservadores aceptan
la imperfección del mundo, se adaptan al statu quo, tratan de acondicionarlo
pero, sobre todo, no tienen el proyecto de proveer la felicidad para todos.
Por el contrario, la administración actual aspira a promover una suerte
de revolución mundial que conduciría a todos los pueblos del mundo
hacia lo que parece si no el paraíso terrenal, al menos el mejor régimen
posible, a saber la democracia liberal. Lo inédito de esta combinación
es precisamente el hecho de que el contenido del ideal sea la democracia liberal
mientras que el medio para imponerla es el de los fundamentalistas, que jamás
dudan de la verdad y la rectitud de sus ideales y sus propuestas, y que están
dispuestos a imponerlos por la fuerza.
Al estudiar el discurso utilizado para justificar la nueva doctrina
de seguridad norteamericana, usted destaca las similitudes que hay entre esta
retórica y la de la vieja izquierda revolucionaria antiestalinista. ¿Cómo
llega a esta conclusión?
–Ocurre que varios de los ideólogos del gobierno
norteamericano vienen directamente de movimientos más bien de izquierda,
pero de la izquierda antiestalinista, es decir de la tradición trotskista
–incluso maoísta–, que criticaba el imperialismo y la burocracia
soviética, pero que defendía la idea de una revolución
permanente que permitiese, a través de la violencia, imponer el mejor
régimen posible sobre la faz de la tierra. Es a estos hechos materiales
e históricos que me refiero.
¿Quiénes son estos intelectuales?
–William Kristol, Ricard Pipes, Robert Kagan, toda esa nebulosa de neofundamentalistas
que estaba ligada a revistas cuya inspiración, dentro de la tradición
norteamericana, reflejaban la crítica de izquierda del estalinismo que,
poco a poco, dejó de ser de izquierda. Revistas como Partisan Revue,
Commentary o The New Republic son representativas de esta evolución donde
se parte del antiestalinismo para llegar a lo se llama –a mi entender
de forma equivocada– el neoconservadurismo. El padre de William Kristol
(uno de los principales animadores de este grupo) fue uno de los grandes trotskistas
convertidos al antiestalinismo durante la generación anterior. Lo mismo
ocurrió con el padre de Pipes. De modo que hay una suerte de pase de
testigo que se produce y que permite ver lo que podíamos deducir de un
modo completamente abstracto.
A la hora de justificar la intervención armada norteamericana,
usted identifica en el discurso probélico lo que George Orwell describe
en la novela 1984 como el “newspeak”...
–Los elementos del “newspeak” son formaciones
de palabras construidas a partir de términos contradictorios. Recuerde
cómo en Orwell hay expresiones del estilo “la guerra es la paz”,
“la libertad es la esclavitud”, o lo contrario. Esta vez se nos
habla de “guerra misericordiosa” o de “bombas humanitarias”.
Esta última me parece una de las expresiones más graciosas pero
también una de las más escandalosas que se hayan escuchado. Otra
es el “nacionalismo universalista” de Estados Unidos que, se supone,
encarna ese país.
Usted compara la concepción norteamericana del llamado “derecho
de injerencia” al colonialismo inglés o francés del siglo
XIX, y se opone a que una democracia trate de imponer a una dictadura su concepción
de la libertad. ¿Por qué, como apunta en su ensayo, habría
que “renunciar a imponer el bien por la fuerza”?
–Es el gran debate de fondo. Aquí podemos oponer
dos sistemas de pensamiento. Uno, que considera que posee el bien y que piensa
que por ese motivo tiene no sólo el derecho sino el deber de llevarle
este bien a los demás. Y por esa razón está dispuesta a
hacer la guerra. El otro punto de vista también considera que representa
el bien, pero piensa que cada quien debe buscar y encontrar su propia vía
hacia este bien. Esta segunda actitud ha sido la de la “tradición
liberal”, un término cuyo sentido ha sido completamente trastocado
y significa hoy casi lo mismo que “capitalismo”. Pero, en su origen,
el pensamiento liberal es un pensamiento de tolerancia que nace durante las
guerras de religión. En realidad, la aventura colonial de las potencias
europeas en el siglo XIX era mucho más cínica y buscaba su propio
interés. Esta ideología, que era una fachada, se convertía
en un medio muy poderoso para promover los propios intereses. No quiero decir
que hoy en día las guerras conducidas en nombre del “derecho de
injerencia” sean únicamente hechas con un espíritu neocolonial.
No creo que los Estados Unidos quieran convertir Irak en una colonia. Diría
que buscan un cierto tipo de hegemonía, de control político global
con la eliminación de estados hostiles que podrían financiar una
mala jugada en su contra: eso les basta. Sin embargo, la idea del “derecho
de injerencia” es tan peligrosa como el de las guerras en nombre de principios
superiores, ya que nunca podemos estar seguros de que esta verdad que reivindicamos
es la misma de aquellos a quienes tratamos de imponerla. Para mí los
medios anulan los beneficios del fin.
Pero cuando uno reivindica las ideas del iluminismo, cuando piensa
que la democracia es una valor superior a otros tipos de sistema, ¿el
oponerse al “derecho de injerencia” no implica caer en el relativismo?
–No hace falta caer en el relativismo cuando se renuncia
a hacer la guerra como medio para imponer o difundir la ideas de Las Luces o
la democracia liberal. Existen muchas otras formas que no incluyen misiles y
bombas. Hay que admitir el mundo en su complejidad, hay que tratar de no ver
únicamente el bien de un lado y el mal del otro. Es indiscutible que
para todos nosotros la caída de Saddam Hussein es un hecho feliz. De
ahí a afirmar que es el método correcto que debemos emplear sistemáticamente
para combatir todas las dictaduras del mundo, es decir vivir en una guerra permanente,
es un paso que no creo que debamos dar. Sobre todo cuando no sabemos cuáles
van a ser las consecuencias finales de la caída de Hussein. No creo que
podamos decir que solucionamos el problema matando al tirano.
Frente al unilateralismo norteamericano, usted propone la creación
en Europa de una “potencia tranquila”. ¿En qué consistiría?
–Yo no soy un pacifista. No creo que el mundo de mañana se verá
librado como por arte de magia de la violencia y que nunca más tendremos
que defendernos. Por ahora Europa vive protegida por el escudo militar norteamericano,
lo que llamamos la doctrina atlántica. Este sistema fue indispensable
durante la Guerra Fría, ya que la amenaza soviética era tal que
Europa sola no podía hacerle frente y neutralizarla. Hoy la situación
ha cambiado. Primero, por el derrumbe del bloque soviético y segundo
por la aceleración del ascenso de Europa. Desde 1945 el continente nunca
estuvo tan unido. Así que para mí Europa tiene que encontrar la
forma de defenderse por sí misma, convirtiéndose en una potencia
militar. Europa debería ser capaz de conducir su propia política,
disociarse de toda empresa que le parezca aventurada, peligrosa y desestabilizante
para el resto del planeta. En otras palabras, ofrecerle a los EE.UU. y al resto
del mundo el ejemplo de otra forma de utilizar la fuerza militar: un usoesencialmente
defensivo, sin la ambición de manejar los asuntos del universo.
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