Dom 05.10.2003
libros

ENTREVISTA

La conexión colombiana

El escritor colombiano Efraim Medina Reyes estará en Buenos Aires a partir del lunes próximo, acompañado de otros exitosos colegas de su país y de su generación. Además de las apariciones conjuntas de rigor, presentará su novela Técnicas de masturbación entre Batman y Robin (Destino). A continuación, una entrevista como anticipo de su visita.

Por Flavia Puppo

Lo llaman el Bukowski colombiano, pero él se ríe de sí mismo. “La gente que se toma la literatura más en serio de lo que es -dice– puede acabar siendo una momia ilustrada y en Colombia ya hay suficientes.” Nació en Cartagena, la “Ciudad Inmóvil” de sus novelas, cursó unos años de Medicina y Economía y terminó integrando una banda musical –7 Torpes Band (de la que ha sido bajista y autor de todas las canciones)–, filmando videos y escribiendo.
En 1990 WGC Editores publicó su libro de poemas El automóvil sepia en una edición de lujo, hecha a mano, de sólo 100 ejemplares. El libro despertó la ira de un grupo de feministas en Cartagena que compraron toda la edición y la quemaron en un plaza del Centro Histórico. Una crónica de la época afirma que Medina Reyes en persona contribuyó a la hoguera con varios ejemplares.
Entre sus libros publicados figuran Una pared y otros poemas (1985), Seis informes (novela, 1988), El automóvil sepia, Cinema árbol y otros cuentos (1996).
Érase una vez el amor pero tuve que matarlo (2001) recibió el Premio Nacional de Novela del Ministerio de Cultura y ha logrado un record de ventas en Italia. Técnicas de masturbación entre Batman y Robin (2002), se publicará próximamente en España, Italia y Alemania y se distribuirá en casi todos los países de lengua española. Colabora con varios medios colombianos y extranjeros como Repubblica y la revista Internazionale.
Se ufana de sus 15 peleas como boxeador amateur, de haber sido goleador en un campeonato de fútbol playero y de haber tenido una impresionante racha de novias gordas.

Rumores
Dicen que es un escritor irreverente...

–En un país de tías solteronas, pacato y miserable como Colombia ser irreverente es la cosa más sencilla del mundo, basta gritar un par de verdades con las palabras justas.
Dicen que es el Bukowski colombiano...
–Si fuera por beber, andar con mujeres y decir palabrotas en Colombia seríamos muchos millones de Bukowski. No niego mis influencias y él es una. Incluso lo menciono en mis libros.
Dicen que es misógino.
–Eso lo dirán los que no leyeron mis libros.
Sin embargo logró despertar la ira de unas feministas...
–Sí, y quemaron todos mis libros.
Dicen que desprecia los premios y las críticas...
–La mayoría de premios literarios son basura hasta que te los ganas.
Se dice que le gusta el boxeo y que lo practicó.
–Sí, por recomendación de un psiquiatra que me trató, para que me bajaran los niveles de agresividad. Claro, después de una paliza a cualquiera se le bajan los niveles de agresividad.
Porque era agresivo...
–Mucho y llegué a herir de muerte casi sin saberlo.
¿Y el boxeo cómo le resultó?
–Fue una terapia buena, dolorosa, casi peor que la enfermedad y le cogí afición porque me descargaba mucho. No sólo pegando, sino también que me pegaran era bueno para mí. Mi entrenador creía que yo tenía mucho coraje, cuando en realidad yo sentía que no tenía nada que perder.
Dicen que detesta a García Márquez.
–García Márquez (el hombre, no el escritor) es un idiota y no hay que poner mucha atención a lo que dice un idiota. Así como ha enriquecido el mundo con sus narraciones lo ha empobrecido con su presencia. Su literatura es buena pero carece de pensamiento. ¿Cuál es el pensamiento garciamarquiano? Ninguno. Cada vez que abre la boca nos avergüenza.

Efraim y sus amigos

En sus novelas hay siempre un protagonista (Rep, en Érase... y Sergio Bocafloja en Técnicas...) rodeado de amigos.
–Sí, mis personajes son recreaciones de mis amigos. Nosotros crecimos como en un clan, desde niños. Mis amigos de ahora son los amigos de toda la vida, y aunque hacen cosas diferentes, todos han fingido que les gusta un poco el arte y la literatura porque me quieren. Eso los obliga a hacer un poquito cosas que me gustan a mí.
¿Es el líder del grupo?
–En realidad todos sabían qué hacer y lo que yo sabía era que a mí me gustaba mandar. He sido un poco el que organiza, porque quiero mucho a la gente. Y creo que la capacidad de amar es lo que hace que alguien pueda dirigir algo. Es el que más pierde el tiempo, porque cada quien hace lo suyo pero el que dirige tiene que hacerlo todo, en la medida en que tiene que estar pendiente de cada persona.
Usted habla de clan, no de grupo.
–Sí, porque de donde yo vengo, si no es en clan no se sobrevive, te matan, te violan, qué sé yo. Para protegerte física y mentalmente se necesitan aliados y nosotros nos aliamos, para pelear por cosas, aunque no sabíamos exactamente qué nos interesaba.
No fue la literatura lo que los unió...
–Ni la literatura ni el arte. Nos juntamos para escuchar música todo el día. Nos gustaba el rock cuando en Colombia estaba de moda la cumbia, la salsa, la música antillana. En Cartagena éramos como extraterrestres. El hecho de que unos “pelados” de 10 u 11 años se pasaran todo el día escuchando rock preocupaba a las mamás, a los vecinos, y a los que nos querían atacar le dábamos miedo, porque escuchábamos una música extraña. Para nosotros el rock fue también una coraza, una manera de hacernos duros porque no teníamos con qué, sólo la música. Era una actitud, la música como una forma de diferenciarnos del resto de la manada.
¿Y la mudanza a Bogotá?
–En Cartagena a nadie le importaba nada de lo que me importaba a mí, salvo a mis amigos.
¿Y se mudaron todos?
–Sí, nos fuimos todos en un bus, a descubrir cosas, a vivir nuevas experiencias. Yo no sé vivir sin ellos, son mi familia. Ellos entran y salen de mi casa y voy a donde sea con mis amigos.
¿Y la intimidad?
–No existe para nosotros. Una vez, estando con un amigo en Bogotá, nos echaron del departamento y nos fuimos a casa de otro que vivía con su mujer. A los dos días de estar ahí ella salió con el cuento de los espacios, de que los estábamos invadiendo, a lo que le respondimos que si le parecía que no había espacio, que se fuera.
¿Y se fue?
–Sí, y nosotros nos quedamos. Para nosotros es un código. Hemos sobrevivido juntos.
¿Y ellos cómo viven su éxito?
–Ellos pensaron que esto pasaría. Yo no. Claro que a veces hay situaciones desagradables: hace poco estábamos en una fiesta, yo estaba en una zona vip, sin saberlo, y a ellos no los dejaban entrar. Ellos se burlan un poco. Pero por otro lado, como nos ha entrado plata, puedo hacerles regalos, nos compramos cosas, y eso es bueno.
¿Y el éxito cómo le sienta?
–Bueno, nosotros somos “pelados” de un barrio pobre y lo vamos a ser hasta la muerte. Eso no se cambia. Y esto del éxito tiene muchas tentaciones, es muy hipnótico, pero yo seguiré siendo el mismo.
Una pregunta clásica: ¿cómo fue que empezó a escribir?
–Me gustaba una chica y a ella sí le gustaba leer. A mí no, yo escuchaba música. Para conquistarla saqué unos libros de poesía de la biblioteca y modifiqué algunos poemas para regalárselos. Terminé saliendo con ella y leyendo por primera vez.
¿Y empezó a acunar el sueño de ser escritor?
–Para nada, yo nunca soñé con ser escritor. Nunca me planteé esto como una carrera. La verdad es que escribir fue lo único que le dio cura y equilibrio a mi desastre emocional. Y me sorprende poder ganarme la vida con esto.
¿Desastre emocional?
–Cuando tenía seis años presencié la muerte de mi padre. Estábamos los dos juntos y a él lo atropelló un auto delante de mí. Supongo que fue eso lo que me afectó. A partir de ahí cambié mucho, casi no hablaba con nadie y me convertí en una persona muy agresiva. Había algo dentro de mí muy doloroso. Me internaron en psiquiátricos, me medicaban y tuve dos intentos de suicidio. Todo esto antes de haber cumplido 19 años. Fue entonces cuando empecé e escribir y ese dolor profundo, que me partía el pecho, lentamente se fue yendo. Por eso siempre escribo sobre lo que me pasa. Ahora ya es un mecanismo automático y el dolor ya no se vuelve a acumular dentro de mí.
¿Se siente un marginado?
–Para nada, yo siempre me sentí integrado en una cultura, la de mi barrio que era la mía. Y también tengo amigos de clase acomodada. Nosotros no nos reunimos porque estuviéramos muertos de hambre, sino porque teníamos afinidades. Por eso, cuando un importante crítico, en una presentación de uno de mis libros comentó que ahora yo iba bien vestido y que ya no era marginal, lo mandé al diablo. Y además le dije que se pusiera una camisa decente, que la que llevaba era horrible.
¿Cuál es su sueño?
–Comprarme un yate con mis amigos, llenarlo de lolitas...

Colombia hoy

Y los vips colombianos, ¿cómo reaccionan ante su éxito?
–Ellos no me aceptan como alguien de su clase, sino como alguien que se ha ganado un espacio. Yo no quiero ser como García Márquez, convertirme en un señor rico, rodeado de gente bien. Que los ricos lo sigan siendo, sólo quiero que haya espacios para los demás y que la gente pueda vivir dignamente.
Y eso no pasa.
–Claro que no, y por eso hay violencia. Es algo que se construyó de forma sistemática a través de los años, porque la clase poderosa no sólo quería mantener lo suyo, sino que además quería aniquilar a la otra, esclavizarla y así hizo su fortuna. El narcotráfico surge también como una respuesta. Escobar era un tipo que lavaba carros en las calles, vivía en la miseria y se convirtió en uno de los más ricos del mundo. Después no pudo parar, pero al principio, lo que lo llevó al narcotráfico fue la miseria. Aunque no estoy de acuerdo con que se mate a gente inocente, ni con los atentados, ni con el narcotráfico como salida, creo que hay razones para que exista. Está justificado en nuestra historia, nos lo merecemos y nos lo hemos ganado.
¿Cómo se vive en Bogotá?
–Bueno, volver vivo a casa tiene su parte de hazaña. No porque se mate a gente todos los días, sino porque hay incertidumbre, porque estallan bombas. La gente va caminando por la calle y si ve un carro raro sale corriendo. Es algo latente. El caso de la violencia en Colombia es uno de los más raros del mundo: tiene varias fases y ya es un sistema. Por un lado el narcotráfico, que surge de un punto; el de las guerrillas, que surgen de otro, el de los paramilitares, la violencia de Estado, ladelincuencia común. Y todo se vuelve absurdo: las guerrillas en un lugar pelean juntas y en otro lugar se matan entre ellos. No hay unidad de concepto ni de dirección. Y además, como es uno de los países más corruptos del mundo...

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