RESEñA
Gorilas en la niebla
La lengua del malón
Guillermo Saccomanno
Planeta
Buenos Aires, 2003
238 págs.
Por Claudio Zeiger
En el comienzo, el profesor Gómez es un viejo loco que refunfuña dando vueltas por un departamento atestado de libros, biblioratos, carpetas, cuadernos, revistas, fascículos, diarios, folletos, volantes, apuntes, papeles y más papeles. Son los papeles de Gómez. “Guardo todo”, dice el profesor. “Acá hay desde versos que se consideran licencias de juventud hasta proclamas revolucionarias traicionadas después en los hechos.” Pero lo suyo, aclara, no es afán de coleccionista sino pasión por la verdad histórica. Entre tanto papel, hay un manuscrito que se llama como la novela de Guillermo Saccomanno: La lengua del malón. Allí se narra la pasión de una cautiva –esposa de un militar– por su cautivador, un indio. Allí, un erotismo sin ataduras marca la temperatura de un texto de avanzada para su época –los años cincuenta– y lo vuelven impublicable. Aunque las razones por las cuales ha permanecido inédito y, más aún, oculto hasta nuestros días, son más profundas y más enrevesadas que una mera cuestión de pacatería. A partir de ese texto empieza a desenrollarse la madeja de hilos cruzados que conforman esta novela, una de las más apasionadas y directas que se hayan escrito últimamente en la narrativa argentina.
Que Saccomanno sea directo y contundente para escribir no es una gran novedad. Está ya en los cuentos de Bajo bandera, en las novelas Situación de peligro y El buen dolor. Que Saccomanno entrevere la pasión amorosa y la pasión por la historia y la política tampoco es nuevo, ya que lo había hecho en su novela Roberto y Eva. Pero La lengua del malón presenta un salto en la cantidad de pasión puesta en juego y en los extremos en los que se juega la novela, básicamente, su opción por el melodrama.
La cantidad de pasión es mucha, desde ya, y opera por acumulación y por saturación, sin por eso romper verosímiles pero poniéndose siempre en un borde, apenas un pasito más acá del estallido explosivo. El profesor Gómez es homosexual, provinciano venido a la gran ciudad, peronista bajo la Revolución Libertadora, mientras que su amiga Lía es trotskista, un poco anarquista, lesbiana y poeta. Todos están signados por la marca y los estigmas. Y no sólo los “buenos” del libro; los militares, oligarcas y tilingos (términos que hacen al clima de época que resume el libro) están también oprimidos por su sino, encerrados (cautivos) en sus opciones de hierro.
Esta fatalidad proviene de la historia y de la literatura al mismo tiempo, ya que podría decirse que el melodrama como opción de género es en La lengua del malón una magistral manera de representar y condensar lo que se denomina antinomia, blanco y negro, y en medio, nada. En este libro hay melodrama porque hay antinomia: la resolución sólo puede ser violenta, fatalista, injusta y explosiva. Los destellos de alguna esperanza de justicia quedan planteados hacia el final, pero ya saliendo de la época contada.
La otra gran pasión en juego en esta novela ya no es un núcleo fijo sino un flujo continuo que va y viene por sus páginas, y es la pasión del autor por la polémica y la literatura argentina. Por la polémica asociada indisolublemente a la literatura argentina. Y en este sentido La lengua del malón es un libro que puede tanto irritar como enardecer, poner a favor y en contra en algunos temas centrales como el rescate o no de Sur, Borges y Victoria Ocampo, los debates de izquierda literaria siempre más cerca del liberalismo (o más tironeada al menos, más apelada) que de una cultura popular. Saccomanno es –como se dice a propósito del sexo– explícito para hablar de la literatura argentina. Esos gestos que nos suelen hartar en escritores europeos o norteamericanos (libros protagonizados por escritores y editores y académicos, libros sobre libros y otras trilladas maneras de autorreferencia) aquí están dados vuelta, puestos de revés, violentamente politizados y sexuados, puestos a trabajar en carne viva. Saccomanno prácticamente reconstruye el campo intelectual de los cincuenta con ojos de nuestro tiempo, y palpitan aquí voces y tonalidades que daban ganas de ver representadas. Sumergido en un novelesco clima de escenas de conspiración, noches lluviosas e impermeables negros, hay en este libro mucho de David Viñas, Carlos Correas, Juan José Sebreli y en general Contorno, y desde luego de Victoria y José Bianco, María Rosa Oliver y, de refilón, Borges. Hay un gusto muy intenso por vivir la vida literariamente, y transmitir ese gusto –dan ganas de meterse un rato en el túnel del tiempo y bajarse en los cincuenta– es uno de los logros más felices del libro.
Saccomanno no hace novela histórica sino novela de recreación de voces y discursos, de citas y polémicas de época. Pero desde luego el sustento y sostén de la literatura no es la literatura misma. El soporte es político y la política es antinomia. Gómez, el viejo profesor Gómez, revisa los hechos, y fiel a la pasión por la verdad histórica y a la pasión por los cabecitas negras, denuncia al bombardeo del ‘55 como un genocidio y hace su opción por los pobres, los asesinados, los mutilados, los estigmatizados, los cabecitas.
La lengua del malón recrea todas esas pasiones y asume todas esas opciones, incluida la pasión y la opción por la literatura argentina, de la que Saccomanno se constituye aquí en lúcido crítico literario sin dejar de ser uno de sus novelistas más punzantes.