Un argentino en el Mar de los Sargazos
POR DANIEL LINK
La primera impresión es que Moncada pudo haber sido escrita por cualquier guionista californiano como versión novelada de una superproducción hollywoodense, de esas que no escatiman explosiones, derramamientos de sangre y alta tecnología. Contar el argumento de la novela que, a cuatro manos, escribieron Jorge Di Paola (La virginidad es un tigre de papel, Minga!, entre otros títulos) y Roberto Jacoby (Tucumán arde, Proyecto Venus, entre otras intervenciones) obligaría a una pericia de condensación finalmente inútil: todo lo que importa en Moncada tiene que ver con las descripciones, los detalles, los pequeños efectos de realidad que hacen del libro una experiencia de lectura alucinante: no sólo no se puede dejar de leer Moncada sino que, hacia el final, uno está convencido de que habrá una segunda parte.
Lo que Di Paola y Jacoby armaron es una historia de espionaje alrededor de Cuba, los servicios de inteligencia de varias potencias, la mafia rusa, las guerrillas colombianas, los carteles de la droga y, por supuesto, un argentino un poco estúpido y un poco necio. Jacoby dice que Moncada cuenta “el sueño de un pacífico idiota en el universo de la violencia y el sexo. Un Bouvard metido en camisa de once varas que comete la estupidez más grande del siglo XXI, sin duda, aunque en ese entonces faltaban 99 años para el XXII”.
Pero si Moncada no es sólo un best-seller (aun cuando es posible prever que se venderá como pan caliente) es por los “apuntes” sobre la realidad que se van deslizando a lo largo de su desarrollo. Si bien la novela adopta el formato de los grandes relatos industriales (Hollywood, para decirlo con una palabra), apuesta a una descripción paranoica de la época que nos toca vivir con pinceladas de “realismo” irresistible (porque el realismo no es sino un aparato de seducción). ¿Cómo se habrá planteado esa tensión entre lo verosímil y lo inverosímil en el proceso de escritura de la novela? El que contesta ahora es Di Paola: “¿Hay tensión? Nos parece que lo real se ha vuelto inverosímil. Circula una nube de relatos en el mundo, casi todo es creíble si se evoca adoptando un verosímil, convenciendo, lo que no es más que una construcción. Construcción paranoica y fresco de época son lo mismo. Por otra parte tienen cada vez más razón los paranoicos. Escritores tan serios como Noam Chomsky o Ballard creen que el capitalismo imperial destruirá al mundo”.
MAGNETIC FIELDS
Hablando de planes paranoicos, habría que preguntarse cómo se escribe una novela a cuatro manos. ¿Se parte de un plan, o la novela se construye paso a paso? ¿Hubo disidencias en cuanto al desarrollo de la intriga? “Sí, desde ya, todo responde a un conjunto de planes”, aclara Jacoby. “Yo tenía un plan que Di Paola nunca supo ni sabrá. Luego tuvimos un plan juntos, que consistía en hacernos reír uno al otro en una suerte de deriva. Después el plan de ganar uno de los premios literarios gordos y huir. En este momento somos parte del plan de la editorial que nos publica.” El artista confirma, así, la impresión de lectura que cualquiera tendrá: él y Di Paola, más allá de los rigores de la escritura novelesca, se divirtieron con Moncada. “Di Paola tuvo un sueño paranoico y se vio como Salman Rushdie, perseguido por lo que Gombrowicz llamaba ‘¡el repudio, el repudio!’; de todos modos no renunciamos porque los primeros lectores se divirtieron tanto como nosotros escribiéndola e incluso sospecharon que se podía juntar el placer con el deber y que había un tremendo mensaje crítico subterráneo. Yo no sé cuál es, pero si esto fuera cierto, podríamos ser víctimas de ‘¡el repudio, el repudio!”
Y continúa: “Partimos de varios hechos reales, como el Congreso sobre la Muerte, que efectivamente se realiza en La Habana; incluso hay fragmentos extraídos de sus proceedings. Partimos del deseo de estar en Cuba y disfrutar de ese Triángulo de las Bermudas de la utopía, el coraje y el deseo. Misteriosamente nunca disentimos, simplemente había que seguir.
Automáticamente seguíamos a ver qué pasaba. Jugamos a sorprendernos mutuamente y lo que sorprende ahora es cómo el mundo derivó hacia lo que en la novela fue locura programada, y de qué modo Fidel tiene hoy una estatura política predominante en el imaginario sudamericano y corre peligros que en 1999/2000 (los años de escritura de la novela) eran inimaginables, apenas se hablaba de él... Comenzamos en agosto de 1999 y terminamos algo más de un año más tarde. Beba Eguía, secreta escritora de grandes textos, fue fundamental en el rescate de lo mejor del delirio. Todo lo que tiene de consistente el relato es obra suya”. Di Paola confirma (¿podía ser de otro modo?) el papel insoslayable de la mujer de Ricardo Piglia: “Con la ayuda del ojo invalorable de Beba –señala–, redujimos Moncada de 440 páginas a las actuales 315”.
No se puede no recordar otras experiencias de escritura colectiva, como Los campos magnéticos que, en estado de trance (según ellos mismos dijeron luego), escribieron Soupault y Breton en los comienzos del surrealismo. ¿Es Moncada también un experimento de vanguardia o de arte conceptual?
Di Paola reconoce que sí, que “el gatillo, el tiro al aire fue un gesto de arte conceptual que vino de Roberto. Una propuesta y una provocación que condicionó la novela. ¿Mataba un águila, mataba un pato? Esa incertidumbre fundó una especie de ‘Campo Magnético’, pero de escritura y de lectura a la vez. Roberto situó el asunto en Cuba, aunque después se expandió a las Antillas, Colombia, Miami. Yo leí esas primeras páginas y me copé, vi que sólo se podía seguir como una novela negra (y a la vez rosa, ya que enseguida apareció el sexo, el enamoramiento, una pasión) pero ‘negra’ en su variante ‘estatal’ (sin detective privado), y paródica, un poco degradada: una novela de espionaje. Así empezó. Noté que escribir a cuatro manos o derivaba al cadáver exquisito o a una experiencia racional; vi que lo interesante, a menudo apasionante, es que escribir un libro entre dos es a la vez escribir y leer. Y someterse a una racionalidad extrema, realizar análisis del género, emprender una ingeniería avispada, construir la diferencia –digamos– entre James Bond y el Superagente 86 y cómo la escribiríamos, eludirlos por completo, diferenciarse. El método se fue afinando con cada entrega, dejamos la unificación de estilo para más adelante. Empezamos a imitarnos mutuamente cada vez más y creo que al final escribíamos casi igual, aunque la revisamos minuciosamente al concluirla”.
Un escritor y un artista conceptual unidos para un mismo proyecto ficcional. ¿Qué lugar ocupará Moncada en cada una de las obras de los autores? “Creo que ambos somos artistas conceptuales”, dice Di Paola, el escritor del binomio. “Un artista conceptual está por encima de los géneros que practique ocasionalmente. Es muy enriquecedor provenir de dos prácticas o experiencias distintas. El lugar que ocupará es incierto, ya que depende también de cómo sea leída. Por fortuna, escribir encierra enigmas, acaso se podrá considerar mi mejor obra, o la peor de Roberto, o todo lo contrario y justo al revés.”
HECHOS Y RELACIONES
Lo más interesante de Moncada, desde el punto de vista literario, es la manera frontal en que enfrenta los prejuicios contra la literatura “pasatista” y el best-seller. ¿Qué reflexión está detrás de una novela que apuesta a la vez al arte y al entretenimiento? A una pregunta semejante, Jacoby contesta con otra retahíla de interrogantes: “¿La novela de caballería? ¿Pasatismo medieval revisitado para significar el renacimiento, el nacimiento de la modernidad? ¿No era pasatista Quijano? ¿Y el nacimiento de la posmodernidad y aun su fin quién lo cuenta?”. No es momento de ponerse a discutir con una máquina de pensar y narrar como la que han armado Jacoby y Di Paola. Mejor es seguir escuchándolos. “Parodiamos un género ya paródico, el mundo de espías –aclara Jacoby–, lo que en cierto modo introduce veladamente un hilo rojo de seriedad y de reflexión sobre la época, sobre el filo en que estamos. Pensamos que la literatura puede ser apasionante si nuestro mundo perceptivo ampliado por años y años de TV y años de Internet y de cambios de vestimenta y de formas de los utensilios, tecnologías, costumbres, morales, etc., si nuestro mundo perceptivo real encuentra lugar en una literatura que imagina paisajes, urbes y personas que ya no existen, que son historia anticuaria. Con toda la idea de divertirnos que tuvimos no se nos escapó que Moncada es más realista que Isabel Allende, ¿no?”
Por supuesto, Moncada es más realista que cualquier folklore latinoamericano. De hecho, habría que situarla en relación con la literatura argentina contemporánea, porque es una novela bastante atípica en el contexto de nuestras letras. Tiene algo de Minga! (el modo en que el relato funciona como una flecha sin destino prefijado). Pero también tiene algo de los mejores textos de Fontanarrosa, los primeros textos de Aira e incluso de Fogwill... “Pero es que una flecha sin destino es toda la literatura argentina”, interrumpe Di Paola. “Esa falta de destino prefijado resulta una terrible libertad; un autor yanqui tiene su experiencia personal legitimada y puede ser grande sólo con su biografía, y tal vez se contente con sólo eso. Claro, los EE.UU. son hegelianos, cultivan a la vez el terror y el individualismo. Están legitimados de antemano por su filosofía y por su mercado. Desde Hemingway hasta Bukowski. Moncada es más Aira que Fontanarrosa; evitamos la tentación..., las bromas del Negro son buenísimas... Minga!, después de todo, es una construcción paranoica, una psicosis artificial, aunque basada en acontecimientos microscópicos, aun en rumores de una mente atestada. Pero Moncada enfoca un mundo de ‘sucesos sensacionales’ y sale casi por completo de la intimidad para pasar a la acción más desatada, tiene una épica secreta, es la locura de las cosas y de los hechos, ya que el mundo del espionaje narra indiscretamente un estado perpetuo de guerra oculta, es el relato de lo que no deben decir los Estados, es siempre una hipótesis ficcional sobre lo que los ciudadanos llamamos ‘clasificado’.”
ESCALERA A LA FAMA
Moncada parece hecha para ser filmada. ¿Pensaron en tal posibilidad? “No al comenzar, pero sí al promediar –sostiene Jacoby–, cuando nos dimos cuenta simultáneamente del final y del desarrollo que iba tomando... bueno, lo que escribíamos se veía en una pantalla. Siempre nos preocupamos de que la prosa tuviera cierto espesor, y cuando empezamos a escribir tuvimos claro diferenciarnos de Ian Fleming, por eso el espía es tonto y sensible, nada cínico, nada James Bond, y la heroína es una mujer patriota y la escritura no es tan llana. Pero creemos que la imaginería visual supera ampliamente a James Bond y que aun cada capítulo (es una novela atestada de circunstancias) contiene más imaginación visual que cualquier film de acción de Hollywood.” Contra el casting que cada uno imagina (Halle Berry haría una perfecta Moncada; Banderas, por supuesto, sería el argentino estúpido, etc...), Jacoby sostiene que Moncada “sería sin duda Jennifer Lopez; Leo Sbaraglia, Dardo; y el sirio Lahus, Caetano Veloso. Para el ruso pensamos en Andrew Golota, el famoso boxeador polaco”.
Y, para terminar, ¿qué harían los autores con las regalías que ganen en concepto de derechos de autor y de adaptación cinematográfica? Di Paola se apura a contestar: “Estuvimos leyendo Hollywood de Bukowski para practicar, y creo que tomaremos daiquiris. Son caros. Yo podría pagar las deudas antes de que me ejecuten y, con el sobrante (si lo hay), invitarte un café”. Qué ingratos.