Intriga Internacional
¿Por qué El segundo libro de Hitler no se publicó en vida de su autor? Hay dos razones. La primera: en el ‘27, Mein Kampf había resultado un fiasco editorial. Como si fuera poco, el libro había contribuido a su derrota electoral (o al menos eso pensaba él). La segunda: la extrema derecha alemana odiaba a Italia, al fascismo italiano y a Mussolini por la cuestión del Tirol del Sur y el Alto Adigio, que en 1919 Austria había cedido a Italia.
POR GUILLERMO PIRO
Para Hitler, Mussolini era “un genio”. Textual. Tanto la Italia fascista como la Unión Soviética eran su musa inspiradora, su norte a seguir. Textual. Está escrito, lleva su firma. Le encantaba la idea de que, en una Europa llena de Parlamentos, ambos países hubieran conseguido instaurar un partido único, como él mismo había hecho en el ‘33. Para Hitler, Mussolini era el “hombre del destino”; es decir, el único capaz de lograr lo mejor y lo imposible: convertir a los italianos en alemanes. Porque para él era impensable que un italiano fascista quisiera seguir siendo italiano...
En 1928, Adolf Hitler dictó a Max Amann, director de la editorial del Partido Nazi, una nueva serie de “consideraciones intempestivas”. Amann decidió postergar su publicación hasta tanto no mejoraran las ventas del Mein Kampf que acababa de editar (entre 1933 y 1944, el libro vendería, sólo en Alemania, 6 millones de ejemplares). El libro fue ocultado en Munich, en 1935, por orden expresa de Hitler, y encontrado por un oficial norteamericano en 1945. El profesor Gerhard L. Weinberg lo descubrió en 1958 en los archivos alemanes que el ejército norteamericano había trasladado a Virginia, y el texto se publicó en 1961 con el título Hitler’s Zweites Buch (El segundo libro de Hitler). A diferencia de los diarios falsos de Hitler, que le costaron la reputación al estudioso inglés Hugh Trevor Roper, no apareció ningún experto poniendo en duda la autenticidad del texto. El mismo Weinberg, tal vez temblando pero calculando el golpe maestro, lo presentó como “la continuación de Mein Kampf”. El libro fue inmediatamente traducido en los Estados Unidos por la editorial Grove Press.
El interés por la edición alemana, completa, quedó circunscripto a los estudiosos. La traducción publicada en los Estados Unidos, en cambio, era incompleta. Ahora, Weinberg –profesor emérito en la Universidad de Carolina del Norte– presenta una nueva traducción de la edición integral, que aparecerá en estos días en Estados Unidos bajo el sello de Enigma Books, con el título con que siempre se lo conoció, Hitler’s Second Book. Como ocurre con casi toda la bibliografía nazi, este material nunca dejó de contaminar el éter alojado en varios sitios de Internet, pero –como casi en su totalidad– se trata de versiones que carecen de proba probante: en todos los casos se trata de la traducción incompleta de 1961. Gerhard Weinberg, además, anotó y escribió una nueva introducción en la que da cuenta de los progresos realizados por los estudios del nazismo en el último medio siglo.
Según Weinberg, El segundo libro de Hitler es más importante que el primero. ¿Por qué no fue publicado en vida de su autor? Hay dos razones. La primera: en el ‘27, Mein Kampf, que Hitler había comenzado a escribir en la cárcel en el ‘23, había resultado un fiasco editorial. Como si fuera poco, el libro había contribuido a su derrota electoral (o al menos eso pensaba él). La segunda: la extrema derecha alemana odiaba a Italia, al fascismo italiano y a Mussolini por la cuestión del Tirol del Sur y el Alto Adigio, que en 1919 Austria había cedido a Italia, y Hitler se alió con Mussolini en el ‘29. Si hubiera publicado el libro, todos se hubieran puesto en su contra.
Mientras Mein Kampf fue “revisado” para su publicación, El segundo libro... nunca fue tocado. Hay dos puntos cruciales en este trabajo: uno –el más importante–, que Hitler veía en Italia a su aliado natural, al punto de no poner en discusión el control italiano sobre el Alto Adigio, que le había sido confiado por el Tratado de Paz de la Primera Guerra Mundial; el otro punto es que Hitler, que había comprendido que la guerra con los Estados Unidos sería inevitable, comenzó a prepararla mucho antes de subir al poder.
Hitler siempre había asegurado que Italia, que quería expandirse hacia los Balcanes y el Mediterráneo, se habría enfrentado con Francia, enemiga de Alemania, y no se habría opuesto a la expansión alemana hacia Europa del Este. Consideraba lógico, entonces, que hubiera un eje Berlín-Roma, y subrayó eso en El segundo libro... Pero se encontró con la dificultad del Tirol del Sur.
En 1922, Mussolini puso en marcha la italianización del Alto Adigio. Eso no le gustó nada a la extrema derecha alemana, que puso el grito en el cielo. Hitler puso en claro su posición –fue más allá de lo que había ido en Mein Kampf– para evitar que sus enemigos la instrumentalizaran en su contra. La alianza con Italia, dijo, sería tan estrecha que constituiría un todo; permitiría a los 200 mil alemanes del Tirol del Sur elegir quedarse o emigrar a Alemania.
Hitler estaba fascinado por la figura de Mussolini. Según él, Mussolini había tenido el coraje y la grandeza de revolucionar el sistema, convirtiéndose en el líder indiscutido. Era un ejemplo. Para Hitler, Mussolini era el paradigma del hombre que hacía lo que debía hacerse y siempre tenía razón.
Lo que a Hitler le interesaba, lo que pretendía copiar –y copió– era el modo en que Mussolini había conseguido “insertar” el fascismo en la vida italiana, incluyendo a jóvenes y mujeres. En El segundo libro... elabora una especie de “doctrina de la guerra permanente” y delinea una Alemania siempre levantada en armas, que marcha junto a Italia por el camino de las conquistas, y al mismo tiempo elimina, de paso, la playa del semitismo en Europa.
Al igual que Mein Kampf, El segundo libro... proclama la necesidad de la expansión territorial alemana. Pero en el ‘28, para Hitler, el motivo de un conflicto con Estados Unidos tiene origen racial. Hitler se detiene a analizar las nuevas leyes norteamericanas que reducen la inmigración de los habitantes de Europa del Sur y Oriental, y aumentan la de los habitantes de Europa del Norte y Occidental. Teme que el Nuevo Mundo esté efectuando una selección de tipo racial, eligiendo para sí a los más cultos y a los más “arios”. De allí deduce que su tarea más urgente es evitar un desequilibrio de fuerzas y llevar a cabo una guerra urgente contra los Estados Unidos. Pero pasarán 13 años antes de que esa guerra tenga comienzo. Primero debe concentrarse en la guerra contra Francia e Inglaterra. Hitler ordena el rearme alemán en el ‘33 y lo completa en el ‘37, cuando prepara el conflicto con Estados Unidos. Planifica los bombardeos a Nueva York con aviones que puedan lanzar explosivos sobre la ciudad y volver sin necesidad de reabastecerse, y con acorazados con cañones de 18 pulgadas (contra los norteamericanos, que sólo tienen de 16). Y prevé su producción para 1939.
La invasión a Polonia da inicio a la Segunda Guerra Mundial, y todas las reservas alemanas deben dedicarse a ella. Hitler no era estúpido: sabía que las nuevas tecnologías militares pueden determinar el éxito de un conflicto.
En Alemania, en los años cincuenta, se discutió apasionadamente sobre el papel y la responsabilidad de Hitler en la radicalización del régimen nazi. El segundo libro... es una fuente historiográfica importante: en 1961, cuando apareció en alemán, se temía que una publicación semejante pudiera realimentar la ideología nazi.
Durante mucho tiempo, la investigación historiográfica estuvo –y en gran parte sigue estando– centrada en la persona de Hitler, en descubrir la “verdad”, el “plan secreto”, el documento que lo explicase todo. Víctimas de esta idea fueron los estudiosos que sostuvieron la autenticidad de los llamados “Diarios de Hitler”, que luego se descubrió que eran falsos.
Hans Mommsen, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Bochum (bisnieto del famoso historiador Theodor Mommsen, que obtuvo el Nobel en 1902 con una Historia de Roma), investigó y expuso por primera vez, junto a Manfred Grieger, los vínculos entre la producción bélica y el trabajo forzado, y demostró que la eficiencia relativa de dicha industria se obtuvo al precio de un desgaste gigantesco de energía laboral humana: durante la guerra, aproximadamente dos tercios de los trabajadores de la empresa Volkswagen eran trabajadores extranjeros y forzados, que trabajaban bajo condiciones inhumanas, mal alimentados y sometidos a vejaciones permanentes. Según Mommsen, El segundo libro... servía a Hitler para buscar consenso a su propuesta táctica de una alianza con la Italia fascista. La originalidad del texto radica en la renuncia al Tirol del Sur. Esta posición hizo que Hitler se encontrara bastante aislado dentro de la derecha nacionalista alemana. Hasta comienzos de los años treinta, Hitler fue un Führer indiscutible. Es probable que, para no correr el riesgo de que lo acusaran de sectarismo, quisiera justificar su programa político, es decir, la imposibilidad de una convivencia pacífica con Francia, la alianza con Italia y un acuerdo con Inglaterra que le permitiera tener las manos libres para la creación del “espacio vital” de la Alemania del Este. “En el manuscrito de El segundo libro... hay una marcada influencia del socialdarwinismo de Hitler y su pensamiento geopolítico, pero no hay nuevas ideas clave.”
Según el historiador alemán Lutz Klinkammer, autor de libros donde analiza las relaciones entre Italia y Alemania en el siglo XX, El segundo libro... delinea con mayor claridad la alianza con Italia, una constante del pensamiento y la acción política hitlerianos que el mismo Hitler ya había deseado y teorizado en el ‘24 en Mein Kampf. Pero sólo en la segunda mitad de los años treinta, los lazos entre Alemania e Italia se hicieron verdaderamente intensos, no sólo en el ámbito de una política de expansión imperialista sino también a través de un creciente acercamiento ideológico y político. Dicho acercamiento se concreta con la firma del Pacto de Acero, definido por Galeazzo Ciano, ministro de Asuntos Exteriores, como “dinamita pura”. El programa de Hitler definido en El segundo libro... parecía haber sido realizado: dos expansiones paralelas, la agresividad italiana en el Mediterráneo y la alemana en Europa del Este.
Pero a ningún jerarca nazi de los años veinte lo convencía una alianza con Italia, cosa que Hitler siguió justificando hasta el fin de la guerra. En el caso de la Anschluss (la unión política de Austria y Alemania), Hitler deseaba que Mussolini abandonase Austria casi como un precio para la alianza ítalo-alemana y para la “cesión” del Tirol del Sur.
Hitler dejó en claro hasta el final su “afecto personal por el Duce” y sus “instintivos sentimientos de amistad por el pueblo italiano”, pero se autocriticaba el hecho de “no haber escuchado la voz de la razón que le imponía haber sido despiadado incluso con los italianos”.