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Domingo, 14 de diciembre de 2003

La madurez social

LA PROTESTA SOCIAL
EN LA ARGENTINA
Mirta Lobato y Juan Suriano

Fondo de Cultura Económica
Buenos Aires, 2003
158 págs.

POR LAUTARO ORTIZ

Repasar las distintas formas que adoptó la protesta social en la Argentina (ayer: huelgas, boicots, sabotajes; hoy: piquetes, cortes de ruta, apagones) supone ser testigos de un largo proceso de incomunicación entre la clase trabajadora y los gobernantes. En esa zona de vacío –donde el reclamo choca con la sordera y la demanda con la indiferencia– se encuentra el eje capaz de develar los mecanismos que operan en una sociedad que, gobierno tras gobierno, busca nuevas alternativas de expresión. El análisis de ese eje justifica el reciente trabajo de Juan Suriano y Mirta Lobato –ambos historiadores y docentes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA– que además aporta, a la amplia bibliografía sobre el tema, una visión alentadora sobre las actuales reacciones populares. Según los autores, en ellas convergen “todas las experiencias acumuladas durante las últimas décadas: conviven los elementos residuales de la lucha obrera y los nuevos repertorios de acción colectiva que resultan del complejo cuadro de los cambios estructurales, de las acciones gubernamentales y de las prácticas sociales de sus protagonistas. De esa inmensa telaraña cobra fuerza la idea de que la gente común está utilizando nuevas herramientas para reclamar por sus intereses. Las profundas transformaciones parecen anunciar que, posiblemente, estemos asistiendo a la conformación de un nuevo entramado social”.
El repertorio de confrontaciones analizadas por la dupla académica se remonta a los últimos 20 años del siglo XIX, cuando se inicia el proceso de consolidación de la economía capitalista. Privilegiando los aspectos económicos, las transformaciones poblacionales y laborales del país, el estudio propone cuatro cortes temporales: “Huelgas, boicots y confrontación social, 1880-1930”, “Crisis e industrialización: el nuevo marco de la protesta, 1930-1955”, “La radicalización de la protesta, 1955 y 1976” y “Dictadura y democracia: los cambios en la protesta popular, 1976, 2001”. En cada segmento se analiza la lucha de los trabajadores por obtener una “ciudadanía social”: el origen de las organizaciones obreras y la conciencia de la cultura del trabajo según “los influjos ideológicos” del anarquismo y el socialismo, la consolidación de la huelga como mecanismo global al mismo tiempo que el Estado la regula, la protesta bajo la óptica peronista, y la identidad política y social de los sectores populares, el silenciamiento de las voces que demandan a través del autoritarismo militar y, finalmente, la lucha emprendida por los excluidos del sistema: cartoneros, piqueteros, desocupados.
La huelga como bandera de la resistencia y canal por donde expresar el inconformismo popular recorre todo el siglo XX. Además de ser un instrumento de integración social y de negociación colectiva, este símbolo de la clase trabajadora alcanzó su máxima profundidad cuando, junto a las reivindicaciones de asuntos estrictamente económicos, logró “explotar el sentimiento de solidaridad de clase”, incorporando a su entorno nuevos actores sociales como estudiantes universitarios, empleados, vecinos e intelectualidad: “La incorporación de estos sectores, ampliando el arco de la protesta, modificó el clásico modelo de movilización estrictamente obrera, y comenzaron a ser designadas por los estudiosos con el nombre de ‘movimientos sociales’”.
Con la vigencia de las recetas neoliberales –sobre todo de los gobiernos de Carlos Menem y Fernando de la Rúa–, los caminos de la protesta se diversificaron y la huelga perdió efectividad; saqueos, cortesde rutas y piquetes dominan hoy el escenario social. El recambio de los instrumentos utilizados por la sociedad para hacer visible sus reclamos no modificó su esencia histórica sino que “multiplicó” las exigencias: al pedido de mejores condiciones de trabajo hoy se agregan las demandas de empleo.
La historia argentina analizada desde la perspectiva de la protesta popular ofrece al lector un nuevo enfoque sobre el rol cumplido por el Estado. El relato de Suriano y Lobato desnuda la aborrecible coherencia compartida por los sucesivos gobiernos: la represión como respuesta ante los reclamos sociales. Desde la ejecución de obreros en la Patagonia, pasando por la Semana Trágica de 1919, el Cordobazo, la dictadura militar y, mucho más cerca en el tiempo, el fusilamiento de piqueteros y la matanza de manifestantes el 19 y 20 de diciembre del 2001, el Estado ha cercenado sistemáticamente todo diálogo con la sociedad. Mientras que para la clase dirigente la circularidad histórica siempre fue aceptada como un consuelo –a un período de crisis le sigue un momento de paz–, para la sociedad ese mecanismo posee hoy el valor de la experiencia y del aprendizaje. Los actuales modelos de lucha deben ser interpretados, pues, como señales de una sociedad visiblemente madura.

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