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Lunes, 24 de junio de 2002

EL EXTRANJERO › EL EXTRANJERO

The Outcry

Henry James
Penguin Classics
Londres, 2001
204 págs.

No es un libro nuevo pero sí es un libro novedoso porque no se reeditaba desde su publicación original en 1911 y se trata de la última novela completada por Henry James antes de decir adiós a todo esto.
The Outcry –una tan feroz como divertida sátira sobre el dinero, el mundillo del arte, los horrores de la prensa y la conducta provinciana de los norteamericanos comprando lo que sea en el Viejo Mundo para decorar sus palacios en Manhattan– fue primero una obra de teatro que nunca llegó a estrenarse por coincidir con los funerales del rey Edward VII. James decidió entonces devolver el dinero recibido por el encargo y encerrarse a novelizar con su habitual “método escénico” todo el asunto para distraerse de la reciente muerte de su querido hermano William.
Así la ligereza de The Outcry –en la que algunos creer ver destellos anticipatorios de ciertos sketches clasistas de Francis Scott Fitzgerald o de P. G. Wodehouse– desconcertará a quienes piensan al James de los últimos años como un individuo oscuro, escribiendo sobre la muerte, los muertos y la infructuosa recuperación del pasado mientras camina “por las enormes y vacías calles de Boston sin cruzarme con un ser vivo”. Todo lo contrario. Los personajes de The Outcry bordean lo caricaturesco –el novelista Toby Litt, autor del excelente prólogo que precede a la novela, define al lúgubre mayordomo Gotch, como “un antepasado del Largo de Los locos Addams”– y por aquí y por allá entran y salen con vértigo salvaje y wildescos lords y ladies y connoiseurs y marchands inescrupulosos. La trama vaudevillesca del asunto gira alrededor de una pintura perteneciente a Lord Theign que durante generaciones se pensó que era un valioso Moretto (retratista del siglo XVI) y al final resulta que no es más que un baratísimo Mantovano (pintor inventado pero, por casualidad, con el mismo nombre de otros dos pintores reales; descubrimiento que sorprendería y causaría cierta irritación a James). La cuestión es cómo vender ahora por 100.000 libras algo que apenas cuesta 10.000 y, también, cómo impedir que los tesoros artísticos del Imperio sigan saliendo de los museos de Londres para decorar los salones del todavía muy arbolado Upper East Side y de magnates yanquis obsesionados por alzar museos que perpetúen su memoria.
Se sabe que la inspiración para The Outcry le llegó a James a partir de un suceso real: el misterioso rescate a cargo de una benefactora anónima del retrato de Cristina de Dinamarca, duquesa de Milán, pintado por Hans Holbein en 1538.
The Outcry en el formato de novela gozó en su momento de un inesperado éxito, por lo que cabe pensar que su abortada versión original y teatral le hubiera significado a James, por fin, el tan deseado reconocimiento como dramaturgo luego de aquel traumático fracaso del que jamás se repuso al estrenar Guy Domville. Ahora, su “reestreno” editorial es una inmejorable oportunidad de descubrirla –antes que Merchant e Ivory la lleven al cine– y de alegrarnos porque hay un nuevo/ viejo James para leer. Lo que no es poco. ¿Quién da más?

Rodrigo Fresán

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