Domingo, 12 de marzo de 2006 | Hoy
EL EXTRANJERO
Se publica en Francia un libro que recopila las conversaciones que sostuvieron Marguerite Duras y François Mitterrand –compañeros en la Resistencia– entre 1985 y 1986. Y, paradójicamente, esas mismas palabras que entonces producían encono hoy parecen conciliatorias en el polarizado mapa intelectual francés.
Por Sergio Di Nucci
La publicación del volumen es, al menos, conciliatoria. La palabra es terrible. Pero que describa un fenómeno –aunque sea momentáneo– en la Francia actual es motivo de celebración: logra al menos suspender la batalla de dos adversarios contemporáneos un poco extremados y monolíticos en sus definiciones mutuas. Una batalla que para algunos no hace sino perpetuar el “coma intelectual” en que se halla la cultura francesa. Los campos enemigos están claramente delimitados: de un lado está la izquierda en general; del otro, los “Nuevos reaccionarios”, como denominó el historiador Daniel Lindenmberg –en su panfleto Le Rappel à l’order. Enquête sur les nouveaux réactionnarires (2002)– a un puñado de filósofos y escritores. Algunos de ellos fueron originarios de la izquierda y, según Lindenmberg, despliegan ideas similares a los de extrema derecha. Caen bajo la acusación Alain Finkielkraut, André Gluksmann, Pierre-André Taguieff, Maurice G. Dantec y hasta Michel Houellebecq. Estos, por su parte, no se reconocen en la definición y apelan con orgullo a otra: la de aquellos que se oponen, por principios, al “pensamiento único” de la izquierda de Le Monde y de lo políticamente correcto. Néo réacs o no, izquierdistas o correctos de Le Monde o Libération, todos celebran, en grados desiguales, el reciente libro que honra a dos glorias nacionales: François Mitterrand y Marguerite Duras, muertos ambos en 1996 con casi dos meses de diferencia, y cuyos honores no hacen sino acrecentarse en la nación del disenso y el debate.
La publicación del volumen de entrevistas entre Mitterrand y Duras tiene otros motivos: ambos se conocían porque, junto al esposo de Duras, Robert Antelme, pertenecieron a la misma red de la Resistencia. Este es justamente el primer tema del que hablan en la primera entrevista del libro. En total son cinco y tuvieron lugar entre julio de 1985 y abril de 1986. Marguerite Duras quiere hablar de política. Mitterrand, consternado por las preguntas inesperadas de su interlocutora, de literatura. Duras insiste con la política nacional e internacional. Habla de Reagan, ofrece razones para admirarlo, celebra el bombardeo norteamericano en Libia. La tercera entrevista está dedicada al amor que profiere Duras por Norteamérica: “Amo Norteamérica, soy reaganiana”. “Creo que me di cuenta”, contesta Mitterrand. ¿Qué queda entonces de literatura en un libro de un ex presidente y de una gran escritora? Muy poco, debido al intimidado Mitterrand. Sin embargo, no todo en el libro es desconcertante. Desfilan los grandes momentos de la historia francesa del siglo XX, sus intelectuales epónimos, los fenómenos culturales de la década en que vivimos en peligro por la preponderancia norteamericana, las relaciones peligrosas de Francia con la Dama de Hierro, etc. Como señaló Libération, la publicación del volumen actúa como un vivo recordatorio del divorcio que se produjo en los años ‘80 entre la izquierda y la literatura francesas. Es una más de las tantas paradojas de Francia que década y media después el libro sea un acicate para la fraternidad y no para la confrontación.
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