EL EXTRANJERO › LIBROS USADOS Y ANTIGUOS EN LOS CLUBES DEL TRUEQUE
COMBO CRISIS
En los clubes de trueque que florecen en Buenos Aires al calor de la crisis pueden ya adquirirse libros por los cuales sus desesperados dueños aceptan tanto créditos como, directamente, comida.
POR LAUTARO ORTIZ
Como una metáfora discepoliana, en los clubes de trueque pueden convivir, sobre la misma mesa de saldos, una docena de empanadas junto a la primera edición de La Ribera de Enrique Wernike (Jacobo Muchnik editor, 1955), una reliquia de la literatura argentina. Esta mezcla milagrosa es otra de las tantas postales que ilustran la crisis económica de los argentinos que, para sobrevivir, ahora venden por bonos o créditos los libros de su biblioteca personal.
A raíz de esto, y en forma paralela al deterioro de las librerías de viejos, en los clubes de trueque se viene gestando un nuevo mercado de libros usados y antiguos –tradicionalmente propiedad de los comercios de la avenida Corrientes– que es abastecido ya no por los sobrantes de fondos editoriales sino por títulos que durante años ocuparon las bibliotecas personales de los argentinos. En consecuencia, en esas ferias solidarias –que llevan tres años instaladas en la mayoría de los clubes de los barrios porteños y del Gran Buenos Aires– comenzaron a circular otra vez obras hasta hoy difíciles de hallar y que pueden obtenerse por un puñado de créditos (moneda que circula en los trueques) o bien trocarse en forma directa por una bandeja de alimentos. Así, están una vez más a la venta ejemplares de aquellas colecciones que hicieron historia en la Argentina como la colección Serie Naranja de la Biblioteca de Editorial Hachette, Botella al Mar, Tor, Ediciones Librerías Fausto, los Clásicos Troquel o la Colección Indice de Sudamericana. A esto se suma la vuelta al mercado de colecciones completas de revistas como la primera Crisis, Leoplán, Historia Popular Argentina y hasta algunas antigüedades de la historieta argentina como la tira del Sargento Kirk de Héctor Oesterheld. Sin duda, esta pequeña enumeración confirma la repetida frase de los responsables de los trueques: “Acá se puede encontrar cualquier cosa”.
BIBLIOTECA PERSONAL SE VENDE
Clara Martínez hace lugar en la mesa despintada y entre discos de vinilo y velas aromáticas apoya un pilón de libros. Al ordenarlos, coloca al final Variaciones en rojo de Rodolfo Walsh (fechada en 1953, Serie Naranja). “Los libros que más quiero trato de ocultarlos, para vendérselos a quienes estoy segura de que lo van a leer. Ya troqué gran parte de la biblioteca de mi marido. ¿Qué vas a hacer?, le dije, tenemos que vivir.” La penosa historia de Clara se pierde entre las cinco mil personas que recorren los pasillos del trueque “La Estación” en el barrio de la Chacarita, el más grande de la Capital. Además de los cuentos policiales de Walsh, se pueden encontrar desde un poemario de la uruguaya Idea Vilariño pasando por una novela de Alberto Vanasco hasta la última obra del americano Stephen King.
LIBREROS Y EDITORES
POR CRÉDITOS
Fieles al oficio, varios libreros y algunos editores pequeños encuentran en el trueque una forma de reactivar su comercio, que en el mercado tradicional, dicen, “está muerto”. Un ejemplo es Enrique Tesitor, librero y director de la Editorial Memphis que optó trocar por créditos muchos de sus títulos. Al mismo tiempo es uno de los tantos libreros que buscan entre las innumerables mesas algunas rarezas de la literatura. “Decidí instalarme acá porque con los créditos puedo sobrevivir, imagínese que yo triplico las ganancias y hasta vendo libros que, como decimos en el gremio, son clavos.” Entre los títulos que más salen de esta editorial figuran El principito de Saint-Exupéry, Martín Fierro de José Hernández y el Diario de Ana Frank.
Otro incentivo para los editores que se instalaron en los trueques es poder cubrir los costos de algunas ediciones con la moneda solidaria. “La parte gráfica de un libro ya se puede pagar con estos bonos, falta que se inserten al mercado los proveedores de papel. Si eso ocurre, podremos editar sin necesidad de gastar pesos”, concluye Tesitor.
CLASICOS Y
ENCICLOPEDIAS ILUSTRADAS
Bajo los anillos de una cancha de básquet, la mesita de chapa sostiene los 12 tomos de la EnciclopediaSalvat de 1960. Detrás está Sergio Zafra, que desde hace un mes asiste al trueque que levantó el club deportivo “Los Andes” de Lomas de Zamora. El docente jubilado ofrece además algunos títulos de la Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges (Hispamérica) y los clásicos de Cocina ilustrada. “Ni lo pensé: un día los metí en una caja, les puse un precio razonable y los traje a vender. Opté por el trueque porque en las librerías me los compran a un precio muy bajo. Acá, con la venta de uno sólo compro comida para el almuerzo y la cena”, resumió Sergio. Si bien los puestos de libros son pocos, en la sede de Los Andes pueden adquirirse desde El escarabajo de oro de Edgar Allan Poe (colección Mis Libros) hasta Cuentos para leer sin rimmel de Poldy Bird.
LOS ANTICUARIOS TAMBIÉN VAN AL TRUEQUE
La diversidad de libros que circulan en estas ferias sedujo también a los anticuarios y coleccionistas, para quienes resulta poco más que una mina de oro. En este sentido, Graciela Dragisevich, responsable de la Mutual Sentimiento -donde funciona desde hace 10 meses el trueque “La Estación”– no dudó en señalar que el nuevo sistema estableció un mercado muy distinto del convencional y que, al tener como principio la solidaridad, le otorgó “un nuevo valor” a los objetos antiguos. “No importa tanto cuánto se vende sino a quién se vende”, afirma. “Los trueques establecieron una nueva mirada sobre los productos, lo que generó, sin lugar a dudas, un cambio en la ecuación compra-venta. Si bien la necesidad por sobrevivir puso otra vez en circulación objetos considerados inhallables, hay un respeto mutuo entre quien vende y quien compra. Éste es un sistema solidario donde predomina más el valor sentimental que el valor económico; por ello, muchos coleccionistas y gustosos de los objetos antiguos se sintieron seducidos por los trueques, ya que pueden acceder, por ejemplo, a libros que en la calle resultaría imposible.”