Dom 07.01.2007
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La invención de la soledad

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.” Así empezaba Gabriel García Márquez su novela cumbre, Cien años de soledad, de cuya primera publicación se celebrará este año el 40 aniversario, además de cumplirse también 25 años de su obtención del Premio Nobel en 1982. Entre los diversos homenajes públicos que se ocuparán de la efeméride, se destaca el que le rendirá el IV Congreso Internacional de la Lengua Española el próximo marzo en la ciudad colombiana de Cartagena de Indias. Tal como él mismo lo ha expresado en diversas ocasiones, fue en 1965 que García Márquez sintió en México la inspiración definitiva para escribir Cien años de soledad, una de las obras más traducidas y leídas en español, que relata la historia de la familia Buendía a lo largo de varias generaciones en el territorio mítico de Macondo. Y para estar a tono con el realismo mágico de la novela, no faltan las conjeturas sobre la génesis del libro: según parece, Gabo viajaba en auto con su familia desde Ciudad de México a Acapulco cuando, a la altura de Cuernavaca, tuvo un percance y decidió desistir de la travesía. El toque exótico llega con una res que se le habría atravesado en el camino, rompiéndole el auto y obligándolo a regresar a su casa en DF. Conjetura más, conjetura menos, todas las versiones coinciden en que durante ese accidente de 1965 vislumbró las claves que andaba buscando para escribir su primera gran novela: “La tenía tan madura que hubiera podido dictarla ahí mismo, en la carretera de Cuernavaca, palabra por palabra”, diría el colombiano mucho tiempo después, al evocar, como el coronel al hielo, aquella iluminación.

Pero luego de la luz viene el trabajo y, tal como contó su compañero de ruta y amigo de entonces Mario Vargas Llosa, Gabo se encerró a escribirla durante 18 meses en el estudio de su casa en Ciudad de México, “provisto de grandes reservas de papel y cigarrillos”. En la capital mexicana se había encontrado con amigos de toda la vida, como el también colombiano Alvaro Mutis quien le aconsejó la lectura de Pedro Páramo, novela que el autor de La hojarasca consideraría crucial para pulir su técnica narrativa. Por otro lado, tanto Mutis como Fuentes y Cortázar, quienes fueron los primeros en leer el original, tuvieron la impresión de que García Márquez estaba elaborando una obra inmortal. En 1967 la editorial Sudamericana publicó la obra con un éxito descomunal. Cien años de soledad vendió 15.000 ejemplares en las primeras semanas sólo en Buenos Aires y, desde entonces, ha vendido más de 30 millones de ejemplares y fue traducida a 35 idiomas.

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