La sobrina de Bernhard
Thomas Bernhard es quizá la figura más descollante de una tradición de escritores (que incluye a Elías Canetti, Peter Handke e Ingeborg Bachman) que expresaron su rechazo a la herencia autoritaria de Austria y en la que Elfriede Jelinek se inserta. El estreno teatral en Viena, en 1988, de Heldenplatz (cuyo título hace referencia a la Plaza de los Héroes en que Hitler fue aclamado por una multitud en su ingreso a la capital austríaca) fue uno de los tantos golpes de Bernhard a la falsa conciencia que su país montó sobre su propia historia.
Las coincidencias con Jelinek no sólo reposan en que tanto ella como él alguna vez prohibieron la representación de sus piezas teatrales (la última voluntad de Bernhard fue que en Austria no se volviesen a poner en escena sus obras y que tampoco se publicaran los textos que allí permanecían inéditos, cosa que sus herederos respetaron a medias), sino también en que ambos tuvieron formaciones musicales que influyeron en sus destinos de escritores. “Soy pianista –escribió Jelinek–, estudié muchos años en el Conservatorio de Viena, conozco la repetición, la variación, la modulación, el contrapunto y la fuga. Son recursos que intento en mis textos, pero sólo los he encontrado perfectamente delineados en la prosa de Thomas Bernhard.”
Víctima de una salud endeble –que en su juventud lo llevó a contraer tuberculosis y a hallar en su convalecencia la pasión por la escritura–, el autor de El sobrino de Wittgenstein supo agenciarse fama de misántropo y polemista, lo que le valió ser agredido, en ocasiones, por personas en la calle. Su búsqueda por desarrollar una crítica social a través de la experimentación lingüística lo impulsó a sublimar, a través de la musicalidad y el ritmo, eso que para él hacía del alemán “una lengua rígida, pesada, repugnante”. Al igual que Jelinek, Bernhard era afecto al ostracismo. “Los fines de semana –contó en una entrevista–, la gente en lugar de ir al zoológico sale a ver al poeta. Es más barato. Manejan hasta Ohlsdorf y se quedan alrededor de mi casa. Yo miro hacia fuera como un prisionero o un loco. Es algo insoportable.”
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