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Domingo, 15 de mayo de 2005

Esa maldita costilla

Por María Alicia Gutierrez

El estudio de las relaciones entre lo político y lo religioso no es algo novedoso en las ciencias sociales. Desde las formulaciones de la sociología clásica, que asociaban el proceso de modernización y racionalización de la sociedad occidental con la secularización, hasta la denominada por Kepel la “venganza de Dios” con el retorno de las múltiples expresiones de lo religioso, la delimitación de las fronteras entre ambos campos ha sido objeto de debate en las ciencias sociales. En nombre de la vida, el libro de Marta Vassallo con artículos de Juan Vaggione, María José Rosado Nunes y Hans Küng editado por Católicas por el Derecho a Decidir, se inscribe en esa línea, y da cuenta de las formas en que la lógica religiosa está presente en la dinámica política, en tiempos históricos de avances de modos fundamentalistas del discurso y las acciones políticas de la Iglesia Católica.

En el recorrido del texto se evidencian las inflexiones con que el discurso religioso permea la lógica política y la toma de decisiones en materia de políticas públicas en temas cruciales como la regulación de la fecundidad, aborto, VIH/sida, violencia y educación sexual. Por otro lado, hace referencia a las acciones del movimiento de mujeres, organización social clave en las diferentes estrategias utilizadas en relación a la defensa de los derechos sexuales y reproductivos.

Una lectura atenta deja en evidencia las instrumentalizaciones recíprocas, entre esfera religiosa y política, y cómo se inscriben sobre una histórica tensión irreductible en la Modernidad. Ante una agenda pública constituida por los temas mencionados, la Iglesia Católica pretende legislar y politizar aquellos nudos que comprometen su presencia social y su concepción de lo que deben ser los ciudadanos/as. Todo ello en el marco de una situación de crisis y legitimidad de la Iglesia Católica, no solo en el conjunto de la opinión pública, sino al interior de la propia feligresía, según refiere Rosado Nunes.

Vassallo despliega con minuciosidad los pasos que llevaron a la Iglesia Católica a conformar una argumentación supuestamente de orden religioso para ubicarse en el centro de las decisiones políticas, especialmente en lo que a familia y sexualidad se refiere. Si bien desarrolla comparativamente estrategias en diversos países latinoamericanos, la mirada va a estar puesta en la Argentina de los últimos años.

En octubre de 1978, asumió el papado Karol Wojtyla. La gestión de Juan Pablo II iba a diseñar desde sus comienzos un nuevo derrotero. El inicio de la crisis económica en los años ‘70 marcó un punto de inflexión al progreso indefinido propio del modelo del estado de bienestar keynesiano. El punto de sutura del orden económico e internacional será la aparición de una reacción neoconservadora en el campo político. Este proceso va a estar acompañado de una tarea de legitimación ideológica del “fin de la historia” y de las bondades del capitalismo. Al interior de la Iglesia Católica, la tradicional influencia de la Compañía de Jesús fue sustituida por la del Opus Dei, punta de lanza para combatir y neutralizar las corrientes modernizadoras, especialmente la Teología de la Liberación.

Cruzada hacia el mundo externo (pobreza y sexualidad), cruzada de silencio hacia el interior de la propia institución (ordenamiento de mujeres, descentralización política y económica, abuso sexual). En tanto, la ofensiva de las religiones y las nuevas expresiones religiosas interrogan a Jacques Derrida si se trata de una arcaica necesidad de la condición humana o de la emergencia de un nuevo fundamentalismo.

Vassallo se inclina a pensar, sin negar la importancia del resurgimiento religioso, en el impacto del fundamentalismo, entendiendo como tal la idea de un proyecto de sociedad centrado en una “verdad única e irreductible” desligada de las circunstancias históricas, económicas, políticas y culturales. La significación de ello es que no hay espacio para la tolerancia, el disenso, la diferencia y la interlocución. La preeminencia “fundamentalista” de la lógica del mercado a partir de la crisis capitalista de los años 1970/80 es parte del proceso de globalización que incluye a las iglesias con rasgos fundamentalistas. Sin embargo no todas las religiones son proselitistas, ni desean el control del aparato del Estado, ni insisten en la unidad del dogma y la tradición como sí lo hace la católica. Si América latina fue conquistada y colonizada bajo la impronta de la cruz y la espada, es precisamente en esa lógica proselitista de unión de dogma y tradición que se articulan los estados nacionales en la región. Si bien coexisten otras expresiones religiosas, en el caso de Argentina, la relación Iglesia Católica y política (y su penetración en el Estado) sitúa las coordenadas sobre la situación actual de los derechos sexuales y reproductivos. Por otro lado, la existencia de otros credos religiosos no es impedimento para que la agenda política se constituya en un diálogo privilegiado y permanente con la Iglesia Católica.

De ello da cuenta exhaustivamente el texto, situando las acciones políticas de la Iglesia Católica Argentina, no sólo en el marco nacional sino con una activa participación en las conferencias de Naciones Unidas sobre Población y Desarrollo en El Cairo (1994) y la de la Mujer en Beijing (1995) detallando las diversas formas de intervención de la jerarquía eclesiástica en temas de salud sexual y reproductiva, en relación a la libre opción sexual y a la libre decisión sobre el cuerpo.

Si bien el siglo XX llegó a su término en un contexto internacional, regional y nacional favorable a la estrategia ofensiva neoconservadora, se avizoró la emergencia de “nuevos sujetos sociales” demandando por “nuevos derechos”: el feminismo, el movimiento gay lésbico, las organizaciones GLTTB, entre otros, que articularon su acción en la deconstrucción del cuerpo como dispositivo de control social. A todos ellos se refiere Vassallo, detallando diferentes demandas que resultaron obturadas o dificultadas por la acción directa de los grupos católicos.

En nombre de la vida es una síntesis de las innumerables acciones que los distintos grupos despliegan y una excelente herramienta para comprender y hacer de ello acción política: la Iglesia Católica es un actor crucial en diversas esferas de la vida de las personas. La sexualidad es una de ellas y las estrategias desplegadas en esa dirección están fundamentadas en el texto que nos ocupa. Por otro lado, los diversos movimientos sociales que reclaman por la libertad de decidir sobre el propio cuerpo, y que el Estado garantice las condiciones habilitantes para desplegarlo tienen en este libro un “aliado” para configurar el mapa de los distintos actores en pugna.

La efectiva separación de la Iglesia y el Estado y la profundización del proceso de laicización son condiciones de posibilidad para que esas demandas sean visualizadas como un referente ineludible de la tolerancia y la libertad. El artículo de Juan Vaggione debate sobre el fracaso o no de las teorías de la secularización y la necesidad de reafirmar a la religión dentro de la esfera política resignificando sus luchas en el campo de las demandas por los derechos sobre la sexualidad.

No se trata de postular la remisión o no de la religión al espacio de lo privado. Las religiones están en la esfera pública. Esto es válido para todas las creencias y para ello es condición necesaria la neutralización de la Iglesia Católica como interlocutor privilegiado (por no decir único) de las esferas de decisión política. Sin embargo, Juan Vaggione nos va a alertar sobre la importancia de incorporar en el debate democrático expresiones religiosas que, situadas en las mínimas fisuras que un orden jerárquico y patriarcal posibilita, aportan interpretaciones y acciones para una mejor calidad de vida de los sujetos. En esa línea, entre otras, se ubicaría el grupo Católicas por el Derecho a Decidir. El texto de Hans Küng “Contra el fundamentalismo católico romano de nuestro tiempo”destaca, desde el interior de la institución, la estrategia de reconversión del papado de Juan Pablo II, ejerciendo fervientemente el autoritarismo y el dogmatismo contra los propios católicos disidentes, en este caso de la Teología de la Liberación. En el capítulo sobre anticoncepción ataca las determinaciones del Vaticano, pero no logra instalar el debate en el campo de los derechos si bien recupera la importancia de lograr una adecuada planificación familiar para un “mejor vivir” de los habitantes de los países periféricos. La Teología de la Liberación presenta también sus ambigüedades y contradicciones respecto de cómo resolver la problemática de la sexualidad entre las políticas de población y las políticas de derechos.

La elección de Benedicto XVI es poco favorable a las demandas de los géneros. Sin embargo y como esas paradojas necesitadas de ser más profundamente comprendidas, con la re-emergencia de la protesta a lo largo de toda la región se abre un espacio donde la demanda por una sexualidad libre, plena, instalada en el placer con o sin reproducción, sin coerción, marca un horizonte que se amplifica en el marco de una efectiva separación Iglesia/Estado. Esta apertura podría articularse asumiendo que el “cuerpo” es un bien preciado sobre el cual no es posible seguir ejerciendo la histórica enajenación que ha caracterizado a todos los regímenes de dominación. Para ello este libro es de lectura altamente recomendable.

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