Cuando muere un autor citado, se siente de inmediato la culpa de no haberlo leído lo suficiente. Como por suerte su amigo Alberto Díaz publicó TODO Saer en Seix Barral es la oportunidad ideal para leer lo que el machaconeo estéril y secante del acompañamiento crítico académico (que tan bien le vino a Saer en vida, pero tan prolijamente le jodió lectores verdaderos) deja de lado. Ante todo Palo y hueso, que dio origen a su vez a la mejor película de Nicolás Sarquís (otro gran Turco). Después Responso, la mejor traducción de cierto Dos- toievski al castellano que existe (se puede acompañar con el jugador de punto y banca de Cicatrices). O “El taximetrista” (está en Palo y hueso, tiene extensión casi de novela corta, Scorsese a la litoraleña, menos tano y más real). O “El balcón”; una forma de leer muy buenos relatos de los últimos 60 años argentinos es buscar los textos que tienen cierto vínculo con cierta narrativa italiana de cuando los tanos todavía no habían inventado la tele basura ni votado a Berlusconi. En una época, sabían lo que pasaba en la realidad, como aquí, donde una mujer “liviana” (pesada, desde luego) está encerrada, con un hijo chico y una situación desesperada, en una pieza de hotel. El que la filme, la arruina.
De “la zona” saereana canónica hay un terceto de lujo: Nadie nada nunca (con una secuencia de pérdida del contacto con el mundo de un nadador de larga distancia, que la rompe), Glosa (vaya novedad) y Lo imborrable (magistral regreso al “viejo Saer”, léase santafesino). Para adictos ya envenenados o contagiados, El limonero real. Evitar en cambio el relato homónimo en “La mayor” (salvo para cagarse de risa de los excesos neoobjetivistas, o neofranceses) y leer en cambio en el mismo libro “A medio borrar”. Las novelas históricas El entenado (ideal para tesis diversas ¡de posgrado incluso! ¡Tiene indios, tiene choque de culturas! ¡Tiene antropología, canibalismo, lenguaje!), La ocasión (muy buen paralelo entre la peste y los celos) o Las nubes (la más trucha) son, a pesar de los pesares y sus esfuerzos, novelas históricas.
Los Cuentos completos son una buena puerta de entrada, ordenada al revés (empieza por Lugar y termina con En la zona). Hay buenos, muy buenos relatos, que recorren su carrera en el camino lateral, oculto, misterioso y crucial del relato corto, mientras las novelas van apareciendo en la pista oficial.
Tanto Borges como Saer pensaron en escribir una novela en verso. Por suerte ninguno de los dos se salió con la suya.
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