Domingo, 26 de febrero de 2006 | Hoy
Lo Duca es un siciliano de Cefalú que hace cuarenta y cinco años, por un duelo que tuvo con el escultor Martini, se escapó a París por unas semanas y se quedó toda la vida. Ayer me mandó unas fotocopias de un diálogo que tuvo con Valéry en 1957 y que publicó en edición privada. La conversación comienza con esta frase de Valéry: “Toda la Historia es una falsedad y, consecuentemente, es inútil. Nunca he padecido la seducción de la Historia”. Y poco después da este ejemplo: “He visto recientemente una carta autógrafa del general Sir Henry Shrapnel, escrita cinco días después de la batalla de Waterloo, en la que dice que fueron sus nuevos obuses los que ganaron la batalla”. Por lo tanto, comenta Valéry, todo lo que nos han relatado hasta ahora sobre Waterloo es falso: fueron esos proyectiles inventados por el general, es decir esos shrapnel de los que tanto se ha hablado cien años después, en la Primera Guerra Mundial, los que hicieron ganar la batalla.
Este sugestivo desdén por la Historia de Valéry lleva al stendhaliano Lo Duca a buscar una prueba en la célebre descripción de esa batalla que Stendhal hace en La cartuja de Parma: aquellas salpicaduras de tierra fangosa que vuelan a tres o cuatro pies de altura no pueden ser efecto de las descargas de los fusiles; sólo se explican como efecto de los shrapnel, o fuego de metralla. Una vez más, una novela dice la verdad que los libros de Historia no dicen.
Vestida como una diana cazadora, entró una mujer joven: alta, morena, la cabellera muy corta. Su amigo dijo: “Es la señora que por ahora vive conmigo”.
El juez, mientras rondaban sus pensamientos, el por ahora de aquella frase, murmuró casi inadvertidamente, mirando asombrado aquella aparición: “Francesa”.
“Sí”, dijo la mujer extendiéndole la mano. “Naturalmente, lo adivinó por mi nariz. Dios mío, mi nariz francesa.”
El juez se maravilló de lo bien que hablaba la señora el italiano y de la cantidad de libros y escritores italianos que conocía. Su amigo le ofreció una explicación: “Simone es una francesa italianizante. Son una república, con Stendhal como cónsul, como ella sabe perfectamente. De nosotros aman aquello que nosotros detestamos de nosotros mismos. El problema es que nos aman por lo peor y terminan de amarnos apenas comienzan a ver que hay algo mejor. Como todos los amores: siempre hay algo equivocado con respecto al otro. Imaginemos cuánto en el caso del amor por un país que no es el nuestro. Imaginemos la historia de Europa regida por el paradigma de rusos que querrían ser alemanes, y de alemanes que querrían ser franceses, y de franceses que querrían ser medio alemanes y medio italianos y al mismo tiempo permanecer franceses, y de españoles que como no pueden ser romanos se contentarían con ser ingleses, y de italianos que querrían ser cualquier cosa menos italianos. Yo creo que las generalizaciones funcionan por oposición: lo que no somos, lo que no queremos ser, implica lo que aproximadamente querríamos ser”.
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