Revoltijo de basura
EL CAZADOR DE SUEÑOS
Stephen King
trad. Jofre Homedes
Plaza & Janés
Barcelona, 2001
624 págs., $ 18
› Por Mariana Carbajal
Para Stephen King, el horror es la interferencia en la vida cotidiana, todo lo que pueda amenazar el american way of life, en fin, todo lo que pueda socavar la seguridad del suburbio norteamericano. En general, King usa las propias taras de american way of life como arma para el horror: la obsesión por estar delgado (Maleficio), los adolescentes violentos (Rabia, un libro que ha dejado de editarse con consentimiento de King porque es casi un manual para jovencitos desestabilizados), el fanatismo religioso y los fracasados de secundaria (Carrie), la furia antitabaco (en el cuento “Basta S.A.”), la obsesión por la salud y el horror a la muerte (Pet Sematary), el alcoholismo y la violencia familiar (El resplandor) y así sucesivamente.
En El cazador de sueños agrega a su larga lista una novela sobre el horror al contagio o a la epidemia (muy apropiada en plena paranoia de guerra bacteriológica) y nuevamente a la enfermedad, en este caso el cáncer (Cáncer iba a ser el título original de la novela). Todo esto revuelto con la fórmula del miedo a los extraterrestres típico de los films de los 50 que hoy está tan de moda nuevamente, reformulado en las teorías conspirativas.
El cazador de sueños es un libro fallido por sus muchos excesos y también porque King es excesivamente prolífico y, a esta altura, aunque lo intente, no puede evitar repetirse a sí mismo con una obviedad pasmosa.
Veamos: en El cazador de sueños hay cinco amigos, Pete, Beaver, Joney, Henry y Duddits (en El cuerpo eran cuatro) que se van presentando uno a uno en las primeras páginas (como en Eso). Los une una relación especial y varios hechos de la infancia que determinarán sus vidas futuras (como en It). Uno de los cinco, Duddits, es retrasado mental y se está muriendo de leucemia, pero acabará teniendo un rol redentor, en una nueva versión de “los humildes heredarán la tierra” (como en El pasillo de la muerte).
Los cuatro amigos sanos, ya adultos, se reúnen una vez al año para cazar en un bosque de Nueva Inglaterra. De pronto, se encuentran en medio de una invasión extraterrestre: los seres traen consigo una suerte de virus que tiene varias formas de contagio: una por “implante” mediante “bichos caca” (se trata de una versión no demasiado remozada de Alien: en vez de salir por el estómago, los aliens salen por el ano, con un preludio de flatulencias tóxicas), otra por crecimiento de un virus cancerígeno en forma de musgo (de este modo se expandirán por el mundo) y la tercera, el contagio por telepatía. Los cinco amigos son telépatas desde la infancia (el retrasado mental funciona como “antena telepática”, para explicarlo de alguna manera), y es en este terreno de la mente donde se librará la batalla contra los invasores y también contra los militares, que han decidido cercar la zona donde cayó la nave con su tripulación infecciosa, y acabar con humanos y extraterrestres por igual.
King ya había trabajado sobre extraterrestres alguna vez, en una novela horrenda llamada Los Tommyknockers. Esta novela es un poco mejor pero, para cualquier lector en tema, el revoltijo de todos los lugares comunes de Los expedientes secretos X, la cita con aroma a robo de Alien, la batalla final que transcurre en sueños, como una Pesadilla en lo profundo de la noche benigna y el abuso de estirar una persecución en casi 300 páginas es casi un chiste, una parodia. Y ésa no es la idea, en absoluto.Peor aún: King está perdiendo con cada libro todo lo que alguna vez lo hacía relevante o por lo menos entretenido. Siempre utilizó el truco de cercar a un personaje o varios y ponerlos en una situación límite.
En Cujo, con la sencilla premisa de una madre y un hijo encerrados dentro de un auto y acechados por un perro San Bernardo rabioso, funcionaba casi a la perfección. Después, en libros olvidables como El juego de Gerald o Desesperación, el truco apestaba a viejo. Ahora es casi insoportable y la extensión no ayuda. El cazador de sueños se asemeja demasiado a una de esas nuevas películas de Hollywood: inacabables y tediosas, con efectos especiales predecibles y personajes unidimensionales. La unidimensionalidad y la pereza narrativa de King es especialmente evidente en su construcción de los malvados militares: basta decir que el malo mayor se llama Kurtz (como Marlon Brando en Apocalipsis Now), que está tan loco como ese Kurtz, pero como si un director clase B hubiera reversionado la película de Coppola, y que hasta hay una cita mediocre de la famosa escena de La cabalgata de las Walkyrias, con helicópteros y todo, sólo que aquí suena “Simpatía por el demonio” de los Rolling Stones y en vez de matar vietnamitas matan extraterrestres (que para coronar la obviedad son hombres grises como los de Rosswell).
Tampoco le funcionan más las pequeñas historias dentro de la historia, esos cuentos incluidos que King solía manejar con maestría en sus años mozos. En La hora del vampiro, por ejemplo, un libro también bastante malo, los recuerdos de juventud del protagonista, estructurados casi como cuentos, salvaban la novela. Algo parecido sucedía en It con los flashbacks hacia la infancia de los niños. Aquí vuelven a aparecer y son irrelevantes, triviales.
Y, fundamentalmente, El cazador de sueños no asusta. King no tiene un solo truco nuevo que sacar de su galera, ni se le ocurre cómo atacar alguna novedosa paranoia u obsesión de sus compatriotas para provocar siquiera un escalofrío. Su último libro bueno sigue siendo el folletín El pasillo de la muerte y parece que ya nada lo volverá a convertir en un referente a tener en cuenta en relación con los géneros. King escribió El cazador de sueños cuando se estaba recuperando de su accidente (que, dicho sea de paso, es mejor material para una novela que todo este revoltijo de “bichos caca” y hombres de gris), pero no parece que esté sólo atontado por el golpe. Cualquier cuentista menor en el enorme panorama del género de horror tiene más para decir que King. Con libros como El cazador de sueños quizá consiga ser best-seller una vez más, pero difícilmente podrá evitar seguir cavando su propia tumba.
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