Para el bolsillo del analista
JAQUES LACAN, UN PSICOANALISTA
Erik Porge
Trad. De Antonio Milán
Síntesis
Madrid, 2001
352 págs, $ 18
Por Jorge Pinedo
Como la Divina Comedia, el psicoanálisis se practica en lengua vulgar. A diferencia de la obra del Dante, la ciencia de lo inconsciente, en tanto tal, sostiene su sistemática y rigurosidad en el desarrollo de un lenguaje conceptual propio, en la revisión de un corpus teórico y en la contrastación personal con esa misma praxis a la que se someten sus practicantes. Sorprende a medias, entonces, cómo se le demanda al psicoanálisis que exprese sus hallazgos y pareceres de un modo llano, simple, accesible, en fin, para todo público. A ningún alfabetizado se le atrevesaría la idea de exigirles a la física cuántica, a las matemáticas difusas, a la biología molecular, aun a la semiótica o a la gramática generativa que expliquen sus fundamentos y argumentaciones al modo en cómo lo pretendía aquel abogado del film Filadelfia: para un niño de cinco años.
Que se practique terapéuticamente en el habla cotidiana (como la medicina, la pedagogía, la política o la religión) puede ser una de las razones del despropósito de la demanda. Otra, que el variopinto mundillo “psi” haya, precisamente, intentado dar respuesta a tamaña petición. Convirtiéndose, de paso, en la ideología justificatoria de la época. Quien nunca jamás se plegó a tal corriente del fashion cultural fue Jaques Lacan, que incluso denunció esos y otros reduccionismos. A veinte años de su muerte no son pocos los que, imbuidos en cierto snobismo, hicieron de los textos remanentes de su prédica un glosario al que se rinde culto a la manera de las Sagradas Escrituras. Mediante la referencia fuera de contexto, la repetición de la oración y la institución del dogma, la enseñanza lacaniana padece los avatares de la más ramplona tilinguería.
Con los dedos de una mano se pueden contar los que han desenvuelto una lectura crítica, integral y seria del conjunto de la obra de Jaques Lacan. Oscar Masotta fue uno de ellos y, guste o no, Jaques-Alain Miller, Colette Soler, Jorge Jinkis y Erik Porge suman su trayectoria.
Apartado de las corrientes “oficiales” del lacanismo, Porge propone el recorrido de una enseñanza –como reza el subtítulo– sin mayores pretensiones que el mismo enunciado. Nada más ni nada menos. Sin ningún riesgo de transformarse en el “Libro Gordo de Petete de Lacan”, el ensayo de Porge no es apto para quien aborde por vez primera el pensamiento del autor del Seminario y los Escritos. Lejos de suplir los textos fundadores, a ellos remite; con una prolijidad tal que hilvana los conceptos por encima de las cronologías y los índices temáticos, sin descuidarlos. Jaques Lacan, un psicoanalista se convierte entonces en un sistema de articulaciones cruzadas indispensable en la consulta y la referencia que, a la vez, descomprime de prejuicios un corpus teórico no menos adusto que flexible. Sistematizado en cinco grandes capítulos, comprende el Lacan “clínico”, los registros (real, simbólico, imaginario y los nombres del padre), las “invenciones” lacanianas (objeto a, tiempos lógicos, etc.), la transferencia y el fin de análisis, finalmente la andadura histórica en la comunidad psicoanalítica y en la cultura. Esfuerzo singular para inducir un necesario “retorno a Lacan”, privilegia el rigor científico por encima del palabrerío fastuoso, el concepto sobre la erudición vacua, las fuentes más allá de la reverencia religiosa.
Nota madre
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