Donde habita el olvido
POR CLAUDIO ZEIGER
Hace exactamente diez años, en una entrevista que pude hacerle después de mucho rastrear pistas porque no tenía contactos con editoriales ni circulaba por el mundo literario, Bernardo Kordon explicaba su propio aislamiento diciendo que casi todos los sellos que lo habían publicado habían desaparecido o cambiado de manos y sus libros se habían ido agotando. Puede agregarse que el propio Kordon –cosa de los años– había entrado en un cono de olvidos y en una memoria literaria selectiva que lo llevaba a ponerse –un tanto sorpresivamente para los lectores de Alias Gardelito– más del lado de Borges que de Arlt; esa falta de memoria, esos recuerdos fragmentados, los resumió en un momento de humor con una frase sincera lanzada durante aquella entrevista: “Ya ni me acuerdo si fui un duro”.
En los últimos años, Kordon –que había llegado a ser un escritor bastante popular, sobre todo por la versión fílmica de Alias Gardelito dirigida por Lautaro Murúa– se convirtió paradójicamente en una seña entre algunos escritores, un autor casi secreto, leído alguna vez y, sobre todo, muy olvidado. Ese olvido lo fue reduciendo a la categoría casi exclusiva de cultor del realismo social. Lo que es cierto en parte. Pero no es toda la realidad de un conjunto literario bastante más complejo. Kordon sintió, sobre todo en los primeros tramos de su obra, una irresistible atracción por las historias de la marginalidad, el lumpenaje, los boxeadores, los callejeros, los cotos de la ciudad donde la gente se mezcla (oficinistas con marineros, putas con periodistas, boxeadores y escritores) y se confunde. Esa zona netamente urbana de su obra estaba ya redondeada hacia mediados de los años 50. A lo largo de su vida, sin embargo, fue creando numerosas líneas de fuga a ese anclaje en la ciudad: los viajes a lugares remotos, la investigación acerca de la negritud, la adhesión a la revolución china, la pasión por la cultura oriental, el descubrimiento de cronistas y escritores viajeros como Albert Londres, la apertura a la literatura latinoamericana, poco obvia en un escritor tan identificado con la porteñidad. Le interesaban las historias de inmigrantes y marineros, de brujerías, de la selva y de los puertos, como dejó testimonio en libros poco conocidos como Adiós Pampa mía (publicado en Venezuela), Historia de sobrevivientes y Un taxi amarillo y negro en Pakistán, su último libro de ficción publicado.
En los 70, Kordon pareció haber encontrado una instancia de consagración cuando la editorial Corregidor publicó la edición de sus Cuentos completos. Ese volumen, que contiene obras magistrales como “Hotel Comercio”, es un puente insospechado entre Onetti y el realismo sucio que cristalizaría en los años 80 con Raymond Carver. Es posible leer la obra de Kordon estableciendo este tipo de conexiones porque los puentes están en sus libros. Su obra es mucho más plural y heterogénea de lo que puede sospecharse a primera vista. Sus itinerarios fueron diversos y en gran parte misteriosos. Kordon fue un escritor bastante reservado y el olvido fue una especie de construcción propia y ajena que lo situó en un lugar muy oblicuo en la literatura argentina.
No se trata ahora de poner el grito en el cielo por ese olvido y ese misterio, pero bien vale rendirle homenaje y recordar que, por sobre todo, fue un escritor muy humilde y de una riqueza que por más que esté oculta, sigue ahí.