El engaño es real
Por Pedro Lipcovich
Solo, olvidado y en el extranjero ha muerto Bernardo Kordon: todavía no es posible develar este enigma, pero sí señalarlo y sugerir sus alcances.
La muerte del escritor, en un geriátrico de Santiago, podría haber sido narrada por él mismo. Por ejemplo en el “Tríptico chileno”, de 1968 (incluido en Hacele bien a la gente, ed. Jorge Alvarez), que incluye “Cruces”, uno de los mejores textos de Kordon.
Un hilo que recorre la narrativa de Kordon es el del engaño: la puesta en acción del engaño define los lugares de los personajes, cuyos destinos se ordenarán según cómo se ubique cada uno de ellos ante el engaño. El engaño es recurso de los victimarios pero también puede ser, como en “Cruces”, arma en la resistencia de la víctima.
El engaño es real. La verdad puede ser problemática pero el engaño es real, como lo supo Toribio Torres, alias Gardelito. En la función de presentar la condición real del engaño, Bernardo Kordon construyó su obra. Para hacerlo, aceptó que hay una entidad llamada Latinoamérica, observó que hay clases sociales y que estos hechos definen un universo ineludible para los personajes, las acciones, los textos, las personas.
Quizá porque su materia es el engaño, los trabajos de Kordon son francos: no hay en ellos ironía, distancia o artificio que no obedezcan con rigor a la lógica propia de cada texto. Es así aun en “Cruces”, cuyo párrafo final señala una segunda historia no narrada. El autor se autoriza a engañar sólo como manifestación legítima del hecho de que el engaño es real: la relación de Kordon con su lector está regida por una ética despojada.
–¿Por qué, Kordon, usted murió en el olvido? Entre las causas, ¿no estará la ideología, esa cámara oscura donde el engaño se hace real?
Demasiado tarde. El gran escritor muerto no responde o prefiere reanudar, como en Vagabundo en Tombuctú, “un paseo comenzado a orillas del Río de la Plata, un paseo que, como todos, no conduce a ningún lado, pero puede llevar a todas las revelaciones”.