Domingo, 10 de febrero de 2008 | Hoy
Por G.D.L.
Perón, reflejos de una vida (Colihue, 2007) es un libro en movimiento que vuelve a empezar a cada momento, replegándose a los saltos en sus ideas como el caballo en el ajedrez. Popper utilizó esa metáfora para ilustrar la forma en que avanza (se mueve) el progreso: en su extrema sabiduría respecto de la no evolución lineal, tres pasos hacia allá no indican el anuncio de un cuarto en la misma dirección, y vaya si Perón y el peronismo no lo anuncian. Pero además, González se mueve (su caballo) como si siempre volviera al mismo sitio para de inmediato volver a desplazarse. El casillero de al lado es el paralelo, lo que está al otro lado de la cerca, algo imposible de cruzar, o en apariencias improbable, que sin embargo es asequible en el mundo peronista. No es ciencia sino mito. Reinterpretación del mito. Tal vez pensable como un romancero, como una larga y no agónica (Halperín Donghi es severamente confrontado en este libro) historia de amor. Pero también es religión y es marxismo, y entonces el caballo de González se frena, corcovea y arremete en otra dirección. Porque este libro es estrictamente una obra de análisis del discurso político, realizada no como una tesis anglosajona sino como un texto enclavado en un vértice esquivo, oblicuo, que mira a todos los textos peronistas a la vez (es decir, borgeano), se sofoca en ellos, se quema hundiéndose y sale del dolor apresado, entre la decepción y la embriaguez, entre la sombra y la verdad.
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