ENTREVISTA A ERIC SCHIERLOH, TRADUCTOR DE LA POESíA DE MELVILLE
› Por Laureano Debat
Narrador canonizado, poeta olvidado. Resulta rara esta dicotomía en el reconocimiento que tuvo la obra de Herman Melville, sobre todo si se considera que pasó los últimos 40 años de su vida escribiendo poesía y los primeros 11 de su carrera publicando Typee, Moby Dick, Bartleby y el resto de su narrativa conocida. La lengua española ha hecho su aporte en este sentido: Moby Dick tiene más de 30 traducciones al español y Bartleby fue traducido por Borges, pero hasta hoy no había poemas de Melville en nuestra lengua. Dieciocho meses le llevó al escritor platense Eric Schierloh autor de la novela Formas de humo, premiada por el Fondo Nacional de las Artes y editada por Beatriz Viterbo en 2006, de otras dos novelas y de tres libros de poesía terminar el trabajo de traducción de 59 poemas seleccionados de diversas etapas de la poética del escritor norteamericano. Si bien ya había traducido a Henry David Thoreau, Raymond Carver, Dylan Thomas y a los escritores beat (traducciones aún inéditas), este trabajo con la poesía de Melville se volvió constante e intenso, sobre todo con la paralela y exhaustiva indagación durante más de dos años en la vida del escritor, que terminó en una extensa biografía que ocupa casi la mitad del libro y que ayuda al lector a entender el porqué de su largo retiro dedicado a la poesía.
Juan Gelman, según su discurso en la entrega del Cervantes, se había preguntado muchas veces quién era el autor del Quijote, hasta comprobar que “él era en su escritura”, dando cuenta de que “sólo quien, desde el dolor, ha escrito con verdadero goce puede dar a sus lectores un gozo semejante”. De la misma forma, el lector descubrirá que Melville “es en su poesía”, es el escritor hastiado de las idas y vueltas del mercado literario, es en su refugio creativo posthorror de la Guerra Civil, es en su exilio estético con la carga de una vida como escritor sumida en el olvido, dos hijos muertos y una relación neurótica con su mujer.
A fines de la década de 1850 Melville decidió replegarse en sí mismo y para 1860 había completado un primer volumen de versos, Poems, para el que su hermano Allan Melville no logró encontrar editor y que hoy se tiene por perdido. Su primer libro de poemas publicado llegó seis años después: Battle-Pieces, and Aspects of the War (Piezas de batalla y Aspectos de la guerra), del que se rescatan 20 poemas en esta antología de Schierloh. Aquí, Melville aporta su visión sobre la Guerra de Secesión en términos de la necesidad de pacificar un país sumido en la violencia, abolir la esclavitud y fortalecer un sistema democrático. Este último punto va a ser retomado por uno de sus estudiosos, Robert Milder, quien dirá que muy lejos de interpretar la catástrofe de la guerra como una cruzada para purificar la moral, Melville la concebirá como una oportunidad histórica para educar a los norteamericanos en una democracia madura.
Un poema narrativo (o novela en verso, según el biógrafo Newton Arvin), Clarel: A Poem and Pilgrimage in the Holy Land, que apareció el año del centenario, en 1876, fue su segundo libro de poesía. Este cachalote épico de 150 cantos, con un total de 18.000 versos, es el poema más extenso (y tal vez arduo) en lengua inglesa. Doce años después llegará John Marr and Other Sailors, With Some Sea-Pieces (John Marr y Otros marineros, con Algunas piezas marinas), en donde Melville retoma la imagen del naufragio y el desastre, explorando una vez más la mobydickiana metáfora del mar como universo. En Lejos de tierra Schierloh incluyó seis poemas de este libro que, al igual que haría con el siguiente, Melville editó en una tirada de tan sólo 25 ejemplares.
En 1891, el año de su muerte y de concreción de la novela póstuma Billy Budd, Melville publicó su último libro de poesía, del que se publican 15 poemas en esta traducción: Timoleon, Etc., un libro de pasajes descriptivos y reflexiones estéticas a partir del viaje que Melville hizo entre 1856 y 1857 por Inglaterra, Tierra Santa, Grecia e Italia. Tal vez sea éste el más introspectivo de todos sus libros, evocando temas como la perpetua búsqueda del conocimiento, definiciones en torno a la concepción del arte y reflexiones sobre el género humano en situación de vejez.
“Herman Melville es un poeta “minimalista”; un poeta que escribe desde la poesía entendida como exilio del mundo literario, como último refugio posible de la expresión (...). Melville había tocado fondo, y ahora buscaba un credo mediante el cual reconsiderar la vida y rehacer la suya propia, y su poesía, en un punto, puede leerse como un registro de esa búsqueda”, escribe Eric Schierloh en el prólogo de Lejos de tierra, la primera antología de poemas de Melville traducida al español por un escritor que continuará, por lo menos un buen tiempo, apasionándose con nuevas traducciones de este autor. Hoy trabaja en las versiones completas de los libros incluidos en su antología y en los diarios del escritor norteamericano, también inéditos en español.
–Melville siempre me había interesado, y cuando preparaba mi proyecto de beca decidí empezar a trabajar con alguno de sus textos narrativos. Leyendo biografías y artículos me enteré de que el tipo había dedicado buena parte de su vida a escribir poesía. Entonces decidí investigar en esa dirección, sobre todo cuando descubrí, con algo de asombro, que no existían traducciones. Saber que era algo en lo que nadie había trabajado antes me entusiasmó. Entonces me puse a leer su poesía y pronto me di cuenta de que era un gran poeta. Finalmente me otorgaron la beca del Fondo Nacional de las Artes para investigación y eso contribuyó a que el trabajo fuera más orgánico.
–Su vida es bastante particular porque es uno de los primeros escritores modernos (aunque Poe puede ser otro ejemplo) que se preocupa profundamente por los alcances que tiene la literatura entendida como subjetividad pero también como producto que hay que insertar en un mercado, incipiente en ese entonces pero inevitable para alguien que intentaba vivir de sus libros. Y siento que esa preocupación es paradigmática de muchos escritores al menos en este punto: el del conflicto de intentar vivir de una obra y de tener que lidiar con editores, críticos y otros escritores sin dejar de ser sincero.
Me parece que el problema que encarna Melville es el del escritor que, como él dijo, no puede “escribir de la otra manera” pero que, por otro lado, debe hacer que su obra resulte rentable. Esa dialéctica conflictiva es la que en parte lo llevó a retirarse de la escena, luego de once años de producción en los que escribió diez libros, para dedicarse enteramente y casi en secreto a la poesía. Por eso esta última parte de su obra es de índole introspectiva y reflexiva, lo que la hace de especial interés para quienes nos interesamos por la vida de los escritores que admiramos. La de Melville es una poesía profunda: allí habla de la relación con su mujer, con sus hijos (Malcolm se suicidó a los 18 años, Stanwix abandonó la casa paterna después de la muerte de su hermano y murió a los 35 años en San Francisco), la relación que tuvo con otro de los grandes escritores de la época, Nathaniel Hawthorne, etc. Todos estos temas están en su poesía y echan luz sobre su vida.
–Eso tiene que ver, supongo, con que en los Estados Unidos hay dos grandes poetas del siglo XIX que han ocupado la totalidad de la atención académica durante mucho tiempo: Walt Whitman y Emily Dickinson. Hasta 1920 la obra de Melville fue deplorada, tenida por la de un escritor de libros de asunto marino, por un mero cronista de los Mares del Sur. La poesía tardó uno cincuenta años más en ser valorada y hasta tomada por precursora de cierta poesía del siglo XX. Lo cierto es que Melville no sólo fue un buen poeta sino que además, al igual que había hecho en sus novelas, se preocupó por experimentar: fue uno de los primeros que trabajó la mezcla de prosa y verso en la literatura norteamericana.
–“Lejos de tierra”, del libro John Marr, siempre fue considerado un poema menor (sólo aparece recogido en una antología en lengua inglesa), pero a mí me parece un poema alucinante. Es muy breve, como un haiku doble, y representativo de la última etapa de su vida, cuando en cierta forma Melville había perdido ya las esperanzas de poder reconciliarse con el mundo y con parte de su vieja obra.
–Tuve que buscar una suerte de equilibrio entre el gusto personal y lo que pudiera ser representativo para los lectores. Así intenté incluir poemas políticos, introspectivos, descriptivos, trágicos, aquellos en los que Melville habla solapadamente de su obra, etc. Creo que la selección finalmente se acerca bastante al libro ideal que yo tenía en mente. El proyecto original era de 40 poemas, luego incluí unos 20 más y ahí fue donde me detuve y me dediqué a la corrección.
–Poder acercarme a textos que no aún no están traducidos, esa es la ventaja de alguien que lee otra lengua. Después poder tener una versión propia de textos conocidos, sobre todo de aquellos que me inquietan y con los que no me conformo sólo con leerlos en inglés o en traducción. Hay unos pocos textos en los que uno quiere intervenir y ese es entonces el momento y el lugar de la traducción, que en cierta forma implica y hasta reclama una reescritura.
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